– ¿Estás ahí, Linda? -preguntó Jacob a través del auricular. Ella se deshizo inmediatamente. Ahora el hombre le estaba suplicando.
– Gøran -dijo -. Gøran Seter. Alguien le ha arañado la cara.
Justo en ese instante una intensa luz blanca rajó el cielo, luego se repitió varias veces, como un flash. No se oyó ningún trueno, solo un suave rumor. Un relámpago, pensó Linda sin aliento. Solo un relámpago. Ya es otoño.
Cuando Skarre vio a la temblorosa chica, pensó inmediatamente en un filete de rosbif. Delgadísima y cruda, para metérsela rápidamente en la boca. Rogó a Dios que le perdonara ese atroz pensamiento y sonrió lo más amable que pudo.
A Linda no le gustó que anotara todo lo que decía, y que luego ella tuviera que leerlo y poner su nombre debajo.
– Podemos omitir el nombre de Gøran, ¿no? -preguntó con preocupación.
– Claro -contestó Skarre -. Y voy a darte un pequeño consejo. No hables de esto con nadie. Así no tendrás problemas más adelante. Las habladurías de la gente no son nada agradables, ni tampoco lo es la prensa. Por cierto, ¿han estado aquí?
– No -contestó.
No sabía muy bien cómo iba a resistirse si llegaban con cámaras y todo. No había dicho absolutamente a nadie lo del Golf, y en ese momento su mirada era sincera, porque, de hecho, estaba diciendo la verdad. Se esforzó por pensar de qué otro modo podía impresionar a Jacob. Él dobló el papel y se levantó. Ella hizo un último intento desesperado.
– ¿Tendré que asistir al juicio como testigo cuando encontréis al que lo ha hecho?
Jacob la miró sonriente.
– No creo, Linda. Tus observaciones no son lo suficientemente precisas.
Linda sintió una decepción indecible. Él desapareció y ella permaneció de pie, tapándose la boca con la mano. Sentía como si tuviera los labios enormes. Sacó la guía telefónica, buscó por la S y encontró Skarre, Jacob, con dirección en Nedre Storgate, 45, y luego su número de teléfono, que memorizó dos veces y se le quedó grabado en el cerebro. Cogió la carpeta con los recortes de periódicos y subió a su habitación. Allí permaneció unos instantes frente al espejo. Luego volvió a leer los recortes. Tendría que mantener el caso caliente. Tendría que avivarlo como se avivan las brasas. Se había convertido en algo de lo que se nutría, algo así como su misión en la vida. Se acordó de un investigador de la policía que había sido relevado de un caso por haber entablado una relación sentimental con una testigo con la que más adelante se casó. Y encima la mujer no era una testigo importante, no tan importante como ella. Se enojó al pensar en todo el lío que podía llegar a causar. Pensó en lo que le había dicho Jacob, en que no hablara con nadie. No lo haría, excepto con Karen.
13
Los rumores corrían y se colocaban por donde encontraban una rendija. ¡La mujer muerta era la esposa de Gunder Jomann, procedente de la India! Si Poona hubiese llegado sana y salva, no lo habría tenido fácil. La habrían escrutado sin piedad. Pero no merecía la muerte, y Gunder recibió simpatías por su exceso erótico. Pero lo que a la gente le interesaba aún más era que habían visto el coche de Gøran Seter aparcado junto al lugar del crimen. La gente pensaba que era natural que corrieran los rumores, pero no creían en absoluto que Gøran hubiera matado a nadie, era un buen chico al que todo el mundo conocía. Lo que más interés despertaba era quién había visto un coche parecido al del chico, y encima había llamado a la policía dando el nombre de Gøran. Estaban en el bar de Einar bebiendo. Eran Frank, la Proeza de Margit, un hombre pálido y flaco al que llamaban Nudel, y Mode, de la gasolinera Shell. Frank apoyó sus enormes antebrazos en la mesa.
– ¿Por qué no sospechan de mí, por ejemplo? Tengo un Toyota rojo y pinta de salvaje.
Einar dijo estar completamente de acuerdo con lo último.
– Pero tu Toyota es marrón -exclamó desde la barra.
– Color óxido -corrigió Frank -. De lejos puede parecer rojo.
– Pero en el fondo creo que fuiste tú, Einar. En los periódicos pone que la mujer vino aquí a tomar un té.
Einar sacó una cesta metálica con patatas fritas del aceite hirviendo.
– Sí, claro. Ella entró aquí tambaleándose con maleta y todo, y yo la metí en el coche y me la llevé a Hvitemoen, me la cargué y volví pitando para ponerme con las hamburguesas. Esas cosas me resultan facilísimas.
Resopló por la nariz.
– Sería el viejo Gunwald -opinó Nudel -. Vive al lado del lugar del crimen, y es viudo desde hace no sé cuánto. Vería a esa mujer con sari paseándose por la carretera y se lanzaría tras ella con la picha fuera.
Esa teoría provocó una risa generalizada. Einar hizo un gesto de desaprobación con la cabeza.
– No llevaba sari. Era más bien un traje pantalón. Azul oscuro o verde azulado. No, tiene que haber sido alguien de fuera.
– Claro, porque nosotros somos mejores personas que los demás -dijo Frank -. Yo personalmente creo que ha sido alguien de aquí. Somos ya unos dos mil habitantes. Puedes estar seguro de que es aquí donde están buscando.
– Sería Mode -dijo Einar -. Estaba en la gasolinera ocupado con su contabilidad; la vio salir de mi bar y se metió a toda prisa en su Saab.
– Mi coche es blanco -dijo Mode tranquilo -. Además, era Torill la que estaba atendiendo. Yo estaba en Randskog jugando a los bolos.
Einar lo miró:
– ¿Es verdad que te has comprado tu propia bola?
– ¡Sí! -exclamó Nudel -. Y no una bola cualquiera. Es transparente como el agua. Pesa veintiuna libras. Y en el centro lleva un pequeño escorpión negro. Mode se hace llamar Escorpio en el tablón de puntos.
– ¡Joder! ¡Qué fantasmada! -gritó Frank.
Se burlaron de Mode de todas las maneras imaginables. Pero todo le daba igual. Era un buen jugador de bolos, con un récord personal de doscientos treinta.
Einar sonreía despectivamente.
– No sabemos si el coche era rojo. Solo se trata de un tonto que dice haberlo visto. Y luego le ha entrado la manía de que es un Golf.
– Será un tonto de aquí, ya que están corriendo rumores sobre Gøran -apuntó Frank.
– Seguro que es esa que va siempre en bicicleta -comentó Nudel -. La Princesa Ojos Brillantes, del pelo blanco. Por cierto, el otro día estuvo por aquí estudiando el coche de Gøran. Luego entró en el bar. El chico incluso se le acercó y le preguntó qué estaba mirando tanto.
– ¿Linda Carling? -preguntó Einar.
– Exactamente. Esa que está de oferta, ¿sabes? Habrá llamado a la poli. Apuesto a que es ella.
Se hizo el silencio durante un rato mientras todos bebían cerveza. Frank se lió un cigarrillo, Einar echó especias en las patatas fritas y le llevó el plato a Frank.
– Y ¿Gøran qué dice?
Frank cerró con un fuerte chasquido el mechero y husmeó la comida.
– Gøran se muestra frío. Dice que la policía habla con todo el mundo.
– Acabo de acordarme de algo -dijo Mode -. Gøran vino aquí, al bar. Tuvo que ser el día en que murió la mujer. No, al día siguiente. Tenía arañazos en la cara.
– Sería Ulla -dijo Frank riéndose -. Es peor que un gato.
– Joder, me pregunto si la poli los vio.
– Ya se habrán curado -señaló Einar -. O al menos casi del todo.
– Ahora sí, pero la gente los ha visto -señaló Nudel.
Frank lo miró con dureza.
– Así que si aparecen por aquí con sus preguntas, tú te ocuparás de mencionarlo, ¿no es eso? De decir que el chico tenía arañazos.
– Claro que no. No soy tan tonto.
– ¿Por qué no iba a decirlo? -preguntó Mode en voz baja -. ¿Acaso temes que pueda ser él?
– Claro que no fue él.
– Entonces, ¿por qué no podemos mencionar los arañazos?
– Para ahorrarle un montón de mierda. De todos modos, es una pista falsa.