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En ese instante se oyó la puerta y entró Gøran con su perro. Se hizo el silencio en torno a la mesa. En sus rostros se leía un sentimiento de culpa. Gøran los miró circunspecto.

– El perro -dijo Einar. Déjalo fuera.

– Puede quedarse debajo de la mesa -sugirió Gøran sacando ruidosamente una silla.

– El perro fuera -repitió Einar.

Gøran se levantó de mala gana y desapareció. Ató el perro a la barandilla de fuera y volvió a entrar. Einar le sirvió una pinta de cerveza.

– Tendrás que beber mientras puedas -dijo Nudel riéndose.

– Tienes razón -contestó Gøran -. Pronto estaré en la trena… Bueno, no creo que sea para tanto. Querían saber dónde estuve aquel día. Tomaron un par de notas y volvieron a marcharse. Hay mucha gente en Elvestad que tiene un coche rojo. Tendrán mucho trabajo a partir de ahora.

– Bueno, bueno, yo al menos tengo mi coartada -se rió Frank -. Aquella noche estuve en el cine. Incluso conservo la entrada. Ahora no la tiro ni de coña. No se puede uno fiar de esa gente. Juzgan constantemente a gente inocente.

– Bueno, en la mayoría de los casos cogen al culpable -opinó Nudel.

– ¿Te has enterado de quién dio tu nombre a la poli? -preguntó Frank, mirando a Gøran.

– No. Me importa un carajo.

– Sería Linda. La de pelo albino.

Gøran miró fijamente su cerveza.

– Había pensado en esa posibilidad.

– También los vio en el prado, no te jode…

– Vio sus siluetas -corrigió Frank.

– ¿Quién dice eso? -se apresuró a preguntar Gøran.

– Karen.

– Dios sabe lo que realmente vería.

Gøran bebió con avidez un trago de cerveza.

– Debería callarse la boca, joder. Si anda por aquí un chiflado, y ella cotillea a todas horas con la poli, puede ocurrir de todo. Si yo fuera ella, me cuidaría un poco.

– Esa chica nunca se ha cuidado mucho en ese sentido -opinó Einar.

– Si realmente hubiese visto algo importante, la poli habría ido más lejos en su investigación. Ni siquiera están seguros de que fueran realmente ellos a quienes vio.

– ¡Eso dicen!

Nudel agitó los brazos.

– Pensad en todo lo que la poli sabe y no cuenta. Tal vez solo dicen que vio dos figuras simplemente para protegerla, cuando a lo mejor vio mucho más.

– Lo dudo -insistió Einar, colocando varias jarras en el lavaplatos.

– Así es como proceden siempre -señaló Nudel -. Filtran algunas migajas a la prensa con el fin de mantener alejados a los periodistas, aunque en realidad saben bastante más.

– Entonces al menos tú eres inocente, Gøran -dijo Einar -. Si no, hace mucho que te habrían detenido. Linda sabe muy bien quién eres tú. Si hubieras sido tú a quien vio, lo habría dicho hace mucho.

– Esos albinos están mal de la vista -dijo Gøran despectivamente -. Ella no es albina, simplemente es muy rubia. Pero es muy corta de vista. ¿Por qué no has venido con Ulla?

– Ulla está en la cama, no sé qué le pasa -contestó Gøran malhumorado -. Las tías me ponen de los nervios.

Dio un largo trago de cerveza. Su mirada se volvió distante. Los demás lo observaban a hurtadillas. Todavía podían verse unas finas rayas rojas en la cara y en la mano que agarraba el vaso.

– Pensábamos que habíais tenido una pequeña pelea -dijo Frank -, ya que conservas algunas… digamos marcas… en la cara.

Gøran sonrió.

– Fue el perro. A veces medimos nuestras fuerzas. A ese animal hay que recordarle constantemente quién es el jefe.

– Aaah, ¿sí? ¿Y qué dijo la poli?

– Van a hablar con todo el mundo. Así que os podéis ir preparando. -Gøran apretaba la jarra de cerveza entre los puños.

– ¿Has oído, Einar?

– Ya estuvieron aquí. -Se encogió de hombros con indiferencia -. Mandaron a un chico de pelo rizado. Como para asustarte, ja, ja.

– El mismo que vino a verme a mí -señaló Gøran -. No parecía muy listo.

– Los más listos se quedan en la central de homicidios -apuntó Frank.

Mode estaba absorto en sus pensamientos.

– Me pregunto si harán un perfil del homicida -dijo -. Está muy de moda últimamente. Y lo peor es que no suelen fallar.

– Escucha -dijo Nudel -. Esto no es exactamente Chicago, ¿sabes?

– Ya, pero de todas formas…

Mode tenía una manera como soñadora de hablar, como si estuviera pensando en voz alta.

– Por cierto, me pregunto si los homicidas prefieren determinadas marcas de coche. Algo así como «Dime qué coche tienes y te diré quién eres».

Los demás se rieron, porque conocían la predilección de Mode por las conclusiones rápidas.

– Pensemos en un Volvo, por ejemplo -dijo Mode -. El Volvo es un coche típico de vejestorios. Lo mismo ocurre con el Mercedes. Pensad en Jomann y en Kalle Moe y veréis cómo encaja mi teoría. Uno que lleva un coche francés, sin embargo, es un tío con cierta idea de estilo, confort y elegancia. Pero no tiene ni pizca de sentido práctico. Los coches franceses son bonitos, pero imposibles de reparar. Los que conducen coches japoneses, por el contrario, tienen precisamente sentido práctico, pero carecen de estilo y elegancia.

Estas consideraciones provocaron las risas de todos, puesto que conocían el coche de Frank.

– Luego está el BMW -prosiguió Mode, pensativo -. Ese es para los que quieren muchas cosas. El BMW es pura ostentación. Muchos hombres un poco afeminados conducen coches ingleses. Luego está el Opel -añadió -. El Opel demuestra estilo, sentido práctico y confianza en uno mismo. ¡Por no hablar del Saab!

Nuevas risas ruidosas alrededor de la mesa. Mode tenía un Saab.

Bebió un trago de cerveza y miró a Gøran.

– En cuanto al Skoda y el Lada, prefiero no decir nada.

– Solo nos queda el Golf -dijo Nudel mirando a los demás.

Gøran escuchaba con los brazos cruzados.

– El Golf -dijo Mode – es muy interesante. Suele conducirlo gente con mucho genio. Gente que necesita que todo vaya deprisa y estar en constante movimiento. Gente rápida con el acelerador y todo eso. Un poco irascible, tal vez.

– Deberías prestar tus servicios a la policía -dijo Einar desde la barra -. Con tus conocimientos sobre las personas y los coches serías inestimable.

– Lo sé -dijo Mode entre risas.

Einar cerró el lavaplatos y apagó y encendió la luz tres veces. Los hombres gruñeron descontentos, pero se acabaron sus jarras a toda prisa y las dejaron en la barra. Nadie llevaba la contraria a Einar. A veces se preguntaban por qué.

14

Se hizo de noche. La luz desapareció y los árboles se convirtieron en siluetas negras. Gunwald puso la correa al perro y fue caminando lentamente por la orilla del bosque. No se decidió a cruzar el prado, se mantuvo en el borde. El perro jadeaba, con la lengua colgándole del hocico.

– Ven, gordo -dijo Gunwald -. Los dos necesitamos hacer ejercicio.

Tomaron el camino que bajaba hasta el lago Norevann. Después de cien metros se detuvo y se dio media vuelta. Miró hacia atrás, al prado. El silencio le molestaba y no entendía por qué. Todo lo ocurrido le había conmocionado sobremanera. Todos los habitantes del lugar eran para él rostros conocidos. Un forastero había venido a sembrar muerte y destrucción. Si es que realmente se trataba de un forastero. Gunwald nunca había tenido miedo a la oscuridad. Sacudió la cabeza y siguió andando. Era el paseo que hacía todas las noches. Le hacía sentir que había cumplido con su rollizo perro. El animal le hacía mucha compañía. Seguramente no tenía una gran personalidad, no era un perro de exhibición, ni tampoco era muy obediente. Solo era una compañía callada, unas patas que se movían, ladridos familiares cuando alguien se movía por las cercanías de la casa. Ya se había acabado el camino, y Gunwald se adentró en una explanada verde que bajaba hasta el agua. Sus pasos se volvieron silenciosos. El cielo sobre él respiraba, notaba que los pelos de la cabeza se le movían. De repente oyó un sonido familiar. El motor de un coche apenas perceptible, pero que se acercaba rápidamente. Miró el reloj. Un coche por los alrededores del lago Norevann tan tarde, qué raro… Se escondió entre los árboles y esperó, mientras el perro hacía sus necesidades. Gunwald no entendía por qué de repente sentía miedo. Era ridículo, había andado por allí durante años, como muchos otros, con y sin perro. Escuchó atentamente el sonido del coche. Se acercaba, deslizándose lentamente, casi vacilante, por el camino de carruajes. Se detuvo. Los faros iluminaron el agua con una fría luz de halógeno azul blanquecina. Se apagaron y todo volvió a quedar sumido en la oscuridad. Emergió una figura que sacó algo del maletero del coche y luego fue hacia el istmo. Gunwald retrocedió entre los árboles y pensó: Ahora el perro se pondrá a ladrar. Pero no lo hizo; también él se quedó esperando. A la débil luz del cielo, Gunwald vio la silueta de un hombre en la punta del istmo, con algo grande y pesado en la mano. Parece una maleta, pensó. La persona se volvió y miró a su alrededor. Luego lanzó algo con mucha fuerza y se oyó el ruido al caer al agua. Gunwald notó cómo le latía con fuerza el corazón. El perro permanecía a su lado, como hechizado. El hombre volvió rápidamente al coche. El que la gente tire cosas al agua seguramente no significa nada, pensó Gunwald. Y sin embargo estaba temblando. Aquel coche que había surgido de la nada y aquel hombre mirando a uno y otro lado lo habían asustado. Ya había llegado al coche. Durante unos instantes se quedó mirando fijamente la penumbra, mientras Gunwald se agachaba entre los árboles. El perro estaba como contagiado por el miedo de su amo, como si se hubiera congelado. Las orejas se le erizaron. El hombre arrancó y dio marcha atrás. Describió una curva cerrada y enderezó el coche. Desapareció camino arriba, hacia la carretera principal. Gunwald estaba completamente seguro. El hombre era Einar Sunde.