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– ¿Le ha entrado mucha agua? -preguntó Skarre.

– Bastante. Es una maleta vieja y desgastada.

Sejer la levantó.

– Joder, pesa muchísimo. No entiendo cómo esa mujer podría caminar por la carretera con ella.

– Si es que lo hizo. Estuvo en el bar tomando un té. Solo Einar Sunde la vio abandonar el lugar.

– Pero fue asesinada en el lugar en el que la encontraron -le recordó Sejer.

– ¿Y si eran dos? ¿Y si había ya un cliente en el bar cuando llegó Poona?

– ¿Y los dos intentaron algo con ella y luego uno de ellos se fue a rematar la faena?

– Sí, algo así.

Sejer metió la maleta con mucho cuidado en el coche.

– Skarre, nosotros vamos a examinar su contenido. Tú ve a ver a la novia de Gøran Seter.

– De acuerdo, jefe.

Sejer puso los ojos en blanco.

– Trabaja en el centro comercial, en la perfumería -dijo Skarre.

– Encaja bien, ¿verdad? Un cachas y una maquilladora, muy de libro.

– Vete ya -le ordenó Sejer.

– ¿Por qué te pones pesado ahora?

– Dijiste que el joven tenía arañazos en la cara. Comprueba su coartada.

La maleta no estaba cerrada, sino asegurada con dos anchas tiras. Sejer abrió la tapa. Aparecieron ropa y zapatos empapados. Permaneció unos instantes mirando los exóticos colores. Turquesa, amarillo limón, naranja. Y ropa interior que parecía completamente nueva, colocada en bolsas transparentes. Dos pares de zapatos. Un neceser de flores. Una bolsa con elásticos para el pelo de diferentes colores. Cepillo. Bata de color rosa, resplandeciente como la seda. La ropa estaba cuidadosamente doblada y empaquetada. Los efectos personales parecían solos, abandonados y fuera de lugar en la sala de reuniones de la comisaría. Los objetos dejaron a todos sobrecogidos. Todas aquellas cosas que ella iba a colocar en los cajones del dormitorio de Jomann. El cepillo en la cómoda, el neceser en el baño. Los zapatos en un armario. En su imaginación, la mujer se había visto deshaciendo el equipaje con la ayuda de su marido. Le faltaban mil metros cuando murió.

En el cartapacio marrón encontraron los papeles de Poona. Seguro de viaje y pasaporte. En la foto era muy joven, casi una adolescente. No sonreía.

– Esto pertenece a Jomann -dijo Sejer -. Tratadlo con cuidado. Es todo lo que le queda.

Los hombres asintieron. Sejer pensó en su mujer, Elise. Su cepillo del pelo seguía en un estante debajo del espejo, llevaba allí trece años y no podía quitarlo. Todo lo demás ya no estaba. La ropa y los zapatos. Las joyas y los bolsos. Pero sí el cepillo del pelo. Tal vez Jomann también dejara el cepillo del pelo en un estante debajo del espejo. Abandonó la sala y fue a llamar al hospital. Le confirmaron que Jomann estaba sentado junto a la cama de su hermana.

Había mucha gente en el centro comercial. Es extraño que Gunwald logre sobrevivir, pensó Skarre. Buscó la perfumería y encontró un mostrador entre la sección de manualidades y la de llaves. Una joven estaba sentada detrás, leyendo. Skarre repasó con la vista los frascos, tarros, tubos y cajas. ¿Para qué se emplearía todo eso?, se preguntó. Había un pequeño estante reservado a los hombres. Examinó los frascos y miró de reojo a la joven Ulla.

– ¿Qué me recomiendas para oler bien? -preguntó.

Se apresuró a atenderlo, y lo observó con ojos de profesional.

– Hugo Boss está bien. Y Henley. Depende un poco de si quieres llamar la atención o no.

– Me gustaría llamar la atención -dijo Skarre convencido.

La joven cogió un frasco del estante. Lo abrió y echó unas gotas en la muñeca del hombre. Él olió obedientemente y le sonrió.

– Vaya, vaya -dijo sonriente -. Esta sí que es fresca. ¿Cuánto cuesta?

– Trescientas noventa coronas -contestó ella.

Skarre se atragantó con la saliva.

– No olvides que detrás de un aroma como este hay años de investigación -dijo ella con aire muy profesional -. Intento y error durante una eternidad, hasta que se alcanza el resultado definitivo.

– Mmm… -dijo Skarre -. ¿Tú eres Ulla?

Lo miró sorprendida.

– Sí, soy yo.

– Policía -dijo Skarre -. Seguro que sabes por qué estoy aquí.

Ulla tenía los hombros muy anchos y un pecho impresionante. Parecía auténtico. Por lo demás, era delgada y de piernas largas. Iba muy maquillada.

– Pues temo decepcionarte -dijo -, pero no sé nada sobre lo de Hvitemoen.

– No contaba con ello -contestó Skarre sonriente -, pero así es como trabajamos. Miramos debajo de las piedras.

– Debajo de mis piedras no hay ningún bicho -dijo haciéndose la ofendida.

Skarre se rió, un poco avergonzado.

– Seguro que no. Solo intento impresionar, pero no siempre tengo éxito. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar tranquilamente?

– No puedo moverme de aquí -se apresuró a decir la joven.

– ¿No puedes pedirle a alguien que se quede un momento?

La joven miró a su alrededor. En la sección de panadería había dos chicas que no tenían nada que hacer. Ulla hizo señas a una de ellas, que acudió corriendo.

– Hay un rincón para tomar café. Podemos sentarnos allí.

Las sillas eran horribles, de hierro fundido. Skarre solucionó el problema sentándose en el borde e inclinándose hacia delante.

– Es mera formalidad. Estamos investigando a la gente para dejarla fuera del caso. ¿Lo entiendes? Intentamos averiguar dónde se encontraba cada uno la tarde del veinte. Y qué pudo haber visto.

– Ya. Pero yo no vi nada. -La chica lo miraba expectante.

– Está bien, pero de todos modos tengo que preguntarte. ¿Dónde estuviste la noche del veinte?

Ulla reflexionó.

– Primero fui al gimnasio, a Adonis. Con un conocido.

– ¿Qué conocido?

– Un tal Gøran.

A Skarre le pareció que la joven empleaba un extraño vocabulario para referirse a su novio, pero no dijo nada.

– Acabamos sobre las ocho, creo. Cogí el autobús desde el centro a casa de mi hermana, que vive a diez kilómetros de Elvestad. Está casada y tiene un niño de dos años. Estuve haciendo de canguro -explicó.

– Entiendo. ¿Hasta qué hora estuviste allí?

– Hasta medianoche, más o menos.

– Y… ese tal Gøran, ¿estuvo contigo?

– No -contestó escuetamente -. No necesito compañía para cuidar de un niño de dos años. Estuve viendo la tele y volví a casa en el último autobús.

– ¿Así que tu novio no te acompañó?

Ella le lanzó una mirada fulminante.

– ¿Novio? ¿Quién dice que es mi novio?

– Gøran -respondió Skarre.

– No tengo novio -dijo Ulla.

Skarre apoyó la barbilla en las manos y la miró. La joven llevaba en una mano una bonita sortija con una piedra negra.

– ¿No eres la novia de Gøran Seter? -preguntó tranquilamente.

– Lo era -contestó ella, y Skarre percibió resignación en su voz.

– ¿Lo habéis dejado?

– Sí.

– ¿Cuándo?

– Justo ese día -contestó -. El veinte, después del gimnasio. No quería saber nada más de él.

Transcurrieron unos largos segundos mientras Skarre digería la información y se daba cuenta de su importancia.

– Ulla -dijo en voz baja -, perdona pero tengo que hacerte unas preguntas muy personales. Necesito saber algunos detalles relacionados con tu ruptura con Gøran.

– ¿Por qué? -preguntó ella, insegura.

– No puedo decírtelo. Por favor, cuéntame lo que puedas. Exactamente, ¿cuándo y cómo sucedió?