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Pero no le llegó. Cada vez que cerraba los ojos, se quedaba sin aliento. Entretanto, lloraba por lo bajo tapándose la cara con la almohada. Pronto su madre volvería de Copenhague, ¿o era Göteborg? No se acordaba. Al final se levantó. Se puso la bata y bajó al salón. Miró tercamente el teléfono. ¿Por qué no iba a molestar a Jacob? Marcó el número deprisa, sin pensar. En el instante en que el hombre respondió, Linda miró el reloj de la pared, eran las dos. Jacob estaba somnoliento.

– ¿Linda? -dijo.

Se apreciaba irritación en su voz, pero la joven estaba preparada para ello. Al fin y al cabo, era de madrugada.

– No han sido imaginaciones mías -dijo sin aliento al auricular, aliviada de poder hablar por fin con alguien -. Me ha atacado. ¡Esta noche!

Se oyó un gran silencio al otro lado de la línea.

– ¿En tu casa? ¿Dentro?

– ¡Sí! No, en el cobertizo.

Un nuevo silencio.

– ¿En el cobertizo? -Jacob pareció dudar -. Linda, estamos en plena noche y no estoy trabajando.

– ¡Ya lo sé! -gritó ella.

– ¿Cuándo ha ocurrido?

Linda volvió a mirar el reloj.

– No lo sé seguro. Tal vez a las doce.

– ¿Y no llamas hasta ahora?

De repente, la muchacha se maldijo a sí misma por no haberlo llamado enseguida. Pero tenía que cambiarse de ropa, por si iba alguien.

– Si realmente tienes algo que denunciar, debes hacerlo al número de emergencia de la policía, pero ya que me has llamado… cuéntame lo que pasó.

Skarre estaba ya despierto del todo. La voz sonaba más despejada. Linda le habló de las hojas de la puerta que daban golpes y contó que había ido a cerrarla y un hombre apareció de golpe de la oscuridad, la agarró por la garganta, la tiró al suelo y la pisó. También le contó lo de la advertencia de que no dijera nada más. Linda se echó a llorar mientras hablaba y se tocaba la nuca dolorida.

– ¿Estás herida? -preguntó Skarre. Tenía la voz rara.

– No -respondió -. Pero podría haberme matado. Era muy fuerte.

– Y tu madre… ¿dónde está?

– Trabajando -contestó Linda con un hilo de voz.

– ¿No ha vuelto a casa?

– Llega mañana por la mañana.

– ¿Y no la has llamado para contarle lo que ha pasado?

– No -contestó Linda.

De nuevo Skarre calló. Linda podía oír su respiración a través del auricular.

– ¿Qué pudiste ver de ese hombre?

– Nada. El cobertizo está completamente a oscuras. Pero creo que era alto, muy alto. Me parece que necesito protección -añadió. Anda buscándome. Hará todo lo posible para evitar que testifique.

– No creo que tengas que testificar -dijo Jacob -. Tus observaciones no son tan importantes como para hacerlo.

– ¡Pero eso él no lo sabe! -gritó Linda.

Se mordió la lengua y volvió a callarse, por miedo a que Jacob se desesperara aún más.

– ¿Por qué no has llamado a tu madre? -preguntó Skarre muy serio.

Linda lloriqueó.

– Dice que siempre exagero.

– ¿Es verdad?

– ¡No!

– Entonces debes llamarla inmediatamente y decirle lo que ha ocurrido. ¿Ella tiene teléfono en el camión?

– Sí. ¿No puedes venir?

– Linda, has vuelto a llamar a mi casa, y en ese caso no puedo hacer nada. Puedo enviar a alguien…

– ¡Entonces no!

Skarre suspiró profundamente.

– Intenta localizar a tu madre. Estoy seguro de que puedes hacerlo. Habla con ella y entre las dos tendréis que decidir si vas a poner una denuncia.

Linda notó algo grande y pesado por dentro.

– No me crees -dijo con un hilo de voz.

– Entiendo que tengas miedo -repuso Skarre diplomáticamente -. Lo que ha ocurrido en Elvestad es horrible. Todo el mundo tiene miedo en casos así. Es normal.

Linda tenía un nudo tan grande en la garganta que no podía seguir hablando. Él no la creía. Lo notaba en su voz. Estaba irritado y le hablaba como se habla a un niño mentiroso, a pesar de que no quería herirla. Linda se sentía agotada y tuvo que apoyarse en la mesa. Las rodillas empezaron a temblarle. Todo le salía mal, hiciera lo que hiciese. Había contado lo que había visto, las dos personas en el prado que parecían estar jugando. Nunca había dicho que vio un asesinato. Había dicho que el coche se parecía al de Gøran, no que fuera el de Gøran. Le parecía que se trataba de algo importante, con tanta lata como daban en la radio y en la televisión. Ahora todo el mundo se volvía contra ella. Y cuando empezaban a ocurrir cosas, no la creían. Skarre hizo un último esfuerzo:

– Te propongo que llames a tu madre y le cuentes todo. Luego te acuestas y la esperas. Ella podrá llamar a la policía si lo cree necesario.

Linda colgó y volvió a subir a su habitación. Se sentía atontada. Luego se quedó tumbada mirando fijamente la araña. Veía enemigos por todas partes. La trataban como a una mocosa. El miedo se apoderó de ella de nuevo y todo se volvió frío. Se tapó con el edredón y apretó los ojos. No quería llamar a su madre. Quería estar sola. Quería ser invisible y no molestar a nadie. No acusar a nadie, no testificar, ni saludar, ni estar en medio. Querían librarse de ella. Ahora lo entendía. Los oídos le zumbaban. Se quedó inmóvil, esperando a que amaneciera. A las cuatro oyó la llave en la puerta y al instante unos pasos en la escalera. La puerta se abrió una pizca. Linda no dijo nada, y se hizo la dormida. La madre fue a su cuarto a acostarse. Linda encendió la luz y se acercó al espejo. Las marcas del cuello eran ya menos visibles. ¿Habría sido realmente Gøran? No parecía su voz. Además, estaba segura de que el hombre del cobertizo era más alto. ¿Cómo iba a atreverse a salir de casa nunca más? ¿A coger el autobús del instituto o a ir en bicicleta por la carretera? Tal vez él la siguiera, tal vez la vigilara. Volvió a acostarse. Transcurrieron las horas. La luz del día traspasó las cortinas y pudo oír los pájaros cantar en el jardín. Ahora que su madre estaba en casa se pudo relajar por fin. Se durmió y no se despertó hasta que notó a alguien de pie al lado de la cama. Era muy tarde.

– ¿Estás enferma? -le preguntó la madre sorprendida.

Linda le dio la espalda.

– ¿No vas al instituto?

– No.

– ¿Qué te pasa?

– Me duele la cabeza.

– ¿Por qué has puesto la lavadora a noventa grados y luego no has tendido la ropa? -quiso saber la madre.

Linda no contestó. De todos modos nadie la creía.

– Por lo menos podrías contestarme -dijo la madre.

Pero Linda seguía callada. Qué bien estar quieto y no contestar. No quería volver a contestar nunca más.

18

El arma homicida tenía, según el informe del forense, una superficie lisa. Por lo tanto, un martillo podía descartarse por completo. El arma era muy pesada o el que golpeó era muy fuerte, o ambas cosas a la vez. Sejer hojeaba sus papeles y reflexionaba. La audacia del caso lo asombraba. En medio de un prado, a la luz del día. A solo unos metros de la casa de Gunwald. Aunque… si el homicida era un forastero, a lo mejor no conocía la existencia de esa casa y en el fragor de la batalla no la vio. Pero esas cosas solían ocurrir al abrigo de la oscuridad. El homicida no se había desviado de la carretera para llevar a Poona a un bosquecillo. Había actuado impulsivamente. Todo había ocurrido de repente. Por alguna razón fue presa de un furor destructor pocas veces visto. Si esa había sido la primera vez, tendría que estar aterrado de sí mismo y de su propia furia. De un modo u otro, tendría que exteriorizarlo. Pero podría tardar. Tal vez le daba por beber. También podría desarrollar una manera de ser colérica y combativa o podría encerrarse en sí mismo e ir por la vida ocultando su terrible secreto.