– ¿Había alguien con usted? -preguntó Sejer en voz baja.
– ¿Conmigo? -Lo miró fijamente -. Nadie. Los chicos ya son mayores, nunca están en casa por las tardes. Y mi marido…
– ¿Estaba trabajando en el bar?
– Sí. No suele llegar a casa hasta las doce. O a las dos los sábados.
– Tengo que hacerle una pregunta delicada -dijo Sejer sintiendo un malestar ya familiar.
La mujer le gustaba. Era guapa y bastante agradable, y probablemente no tenía motivos para tener mala conciencia. No aún.
– ¿Conoce usted a Gøran Seter?
De nuevo la mujer abrió los ojos de par en par.
– ¿Gøran Seter? Sé quien es. Pero no lo conozco.
– Afirma haber pasado esa tarde noche con usted en esta casa.
Los ojos de la mujer se volvieron muy grandes, como los de un niño al ver algo tenebroso. Luego parpadeó desconcertada.
– ¿Gøran Seter? ¿Aquí, en mi casa?
– Gøran dice que ustedes dos mantienen una relación sexual desde hace aproximadamente un año.
Ella movió la cabeza, incrédula. Luego se puso a dar vueltas por el salón gesticulando de forma exagerada.
– ¿De qué demonios está usted hablando?
– ¿Es verdad o no? -insistió Sejer sin piedad.
Como él estaba ocupado en hablar, tenía la esperanza de que Skarre usara bien los ojos y captara todos los pequeños detalles.
– ¡No ha estado jamás en esta casa! Bueno, a no ser que haya venido con mis hijos, pero lo dudo. ¿Qué iba a hacer aquí?
– Se lo acabo de decir. ¿Mantienen ustedes una relación?
La mujer se retorcía las manos, aturdida. Se tocó el pelo, un pelo color cobre oscuro, recogido en lo alto de la cabeza. Tenía algunos mechones sueltos. El pelo recogido le daba un aire decente, pero los rizos sueltos sugerían cierta frivolidad, pensó Sejer.
– Sinceramente, no lo entiendo. ¿Por qué dice eso? Estoy casada.
– Pero está a punto de divorciarse, ¿no es así?
Alzó los ojos al cielo ante todo lo que ese policía sabía.
– ¡Sí! Pero no voy por ahí liándome con chiquillos.
– Tiene diecinueve años.
– ¿Sabe usted la edad que tengo yo? -preguntó alterada.
– Cuarenta y cinco -contestó Sejer en voz baja.
La mujer se puso otra vez a dar vueltas por el salón.
– No entiendo nada -dijo, estresada -. ¿Por qué dice Gøran esas cosas?
– Tal vez porque son verdad. -Sejer pudo ver cómo se agolpaban en su cabeza un montón de pensamientos -. Lo que ocurre -dijo tranquilamente – es que hay ciertos puntos en la declaración de Gøran que nos han traído aquí esta noche. Si usted puede confirmar que él estuvo con usted aquel día, y si puede decirnos algo de cómo se comportó, eso nos ayudaría a avanzar en nuestra labor. Piénseselo bien antes de contestar. Podría ser importante para el futuro de otras personas.
La mujer los miró fijamente, primero a uno y luego a otro, y de nuevo se puso a dar vueltas.
– ¿Significa eso que yo debo salvar el pellejo a Gøran? -preguntó incrédula -. Él no tiene nada que ver con el asesinato, ¿no?
– ¡Pero si usted no lo conoce!
– No. Pero de todos modos…
Sejer la miró fijamente.
– Lo que ocurre tal vez sea que puede usted elegir entre el pellejo de Gøran y su propio honor.
La mujer se dirigió a la cocina y llenó un vaso de agua, que se bebió de pie.
– Una vez, lo admito, estuve en una sala de baile en el centro. Con una amiga. Gøran estaba allí con otros jóvenes. Bailamos y tonteamos un poco. Se le meterían en la cabeza ideas raras con las que luego él ha fantaseado. Tal vez sus necesidades sean imperantes. Se ve que entrena muchísimo. Está hinchado por todas partes.
– Ah, ¿sí? ¿Sabe usted eso? -se apresuró a decir Sejer.
La mujer se sonrojó y le dio la espalda.
– ¿De manera que no hay nada de verdad en las palabras de Gøran? -prosiguió el hombre.
Lillian Sunde se volvió hacia él y lo miró fijamente.
– Nada en absoluto.
Sejer le dio una tarjeta.
– Mi número de teléfono, por si quiere decirme algo. ¿De qué trataba aquella película? ¿La película americana?
– De amores desgraciados. ¿De qué si no? -contestó la mujer, malhumorada.
19
La noticia de la detención de Gøran Seter le llegó a Gunwald como un golpe entre los ojos. No se mencionaba el nombre del detenido, pero lo adivinó por la descripción de un joven de diecinueve años que vivía con sus padres a pocos kilómetros del lugar de los hechos. Un joven que levantaba pesas, que trabajaba en un taller de carpintería y que conducía un coche como el que había sido visto por un testigo cuando paseaba en bicicleta. Gunwald bebía el café a sorbos mientras tenía agarrado el periódico con fuerza. No podía ser. Tenía a Gøran por un buen chico, con mucha energía, novia y unos padres que estaban orgullosos de él, un trabajo decente y buenos amigos. Y no era Gøran el que había tirado la maleta al agua.
El artículo le resultaba confuso. Se quedó mirando a su perro rollizo, que descansaba bajo la mesa.
– ¿Fue Gøran? -preguntó en voz alta.
El perro levantó la cabeza y escuchó.
– Pero si fue Einar Sunde el que tiró la maleta al agua.
Gunwald se sobresaltó, pues lo había dicho en voz alta y tuvo que mirar hacia atrás. Entre los oscuros troncos de los abetos vislumbró el prado. Allí estaba, como si nada hubiese ocurrido, un pequeño lugar paradisíaco. La lluvia había limpiado las huellas. La sangre de ese cuerpo de mujer destrozado había penetrado la tierra y desaparecido. Tengo que llamar, pensó aturdido. Al menos para decirles que esa maleta tiene una historia diferente. No necesito decir que fue Einar, solo que no fue Gøran. No entiendo nada, pensó perplejo mirando el periódico. Volvió a leer el artículo dos veces. Varias explicaciones divergentes sobre dónde había pasado aquella tarde noche, y problemas para corroborar cosas que lo habían convertido en sospechoso. Además, tenían pruebas forenses que lo inculpaban. Lo de los descubrimientos técnicos sonaba terrible. Los pobres Torstein y Helga, pensó. Y cómo hablaría la gente. Él, por su parte, nunca se sentaba en el bar a cotillear. Era demasiado mayor, prefería sentarse delante de la tele con una copita de brandy. Pero Gøran era inocente, seguro que sí, y la policía también llegaría a esa conclusión sin su ayuda. ¿O no? Tampoco tenía por qué llamar enseguida. Debería pensárselo primero. Cómo formularlo. Era importante para que todo fuera correcto. No diría su nombre bajo ninguna circunstancia. Llevó la taza y el plato al fregadero y ató al perro. Habría que ponerse a trabajar para vender cuatro litros de leche y un pan, y, con mucha suerte, una caja de cerveza. Se metió en el coche y fue hacia el centro. Abrió la tienda. Metió el montón de periódicos que le habían dejado fuera. Volvió a mirar fijamente los titulares. Le producía una extraña sensación saber que no había sido Gøran, cuando el resto del mundo así lo creía. Una mezcla de importancia y preocupación se apoderó de él. Si hubiera sido joven habría llamado hace mucho tiempo, pensó. Pero no puedo exponerme. Pronto voy a jubilarme.
Linda oyó la noticia en la radio, sentada en bata junto a la mesa de la cocina. Lo que acababa de oír le hizo mover la cabeza en señal de desacuerdo. No podía ser Gøran. ¿O sabían ellos algo que ella ignoraba? Se frotó la nuca. Aún le dolía. Tomaba analgésicos sin parar, aunque de nada servía. Se sentía como envuelta en una extraña niebla a través de la cual nadie podía llegar hasta ella. Dentro de esa niebla solo había lugar para Jacob y sus ojos azules. El mundo se volvía confuso, Jacob seguía transparente como el cristal. Entretanto, Linda mantenía con él largas conversaciones. Su voz le parecía muy clara.