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20

Hay una manera de entrar en el alma de las personas. Y tengo que encontrarla, pensó Sejer. Esa alma vulnerable que se encuentra dentro del cuerpo de acero. No debería entrar pisando fuerte. Tendría que procurar alcanzar un punto en el que el mismo Gøran lo invitara a hacerlo. Se tomaría su tiempo.

Al acercarse al cuarto en el que Gøran lo estaba esperando pensó en Kollberg, recién operado y ya despierto de la anestesia, pero incapaz de ponerse en pie.

Gøran estaba sentado en la silla hecho un nudo.

– Bueno, ya nos toca -dijo Sejer con una sonrisa.

Sonreía muy pocas veces, pero eso Gøran no lo sabía. Encima de la mesa había botellas de agua mineral y Coca-Cola. En realidad, era una habitación acogedora, con una iluminación agradable y cómodos sillones.

– Antes de empezar a hablar, debes saber lo siguiente -dijo Sejer mirándolo -. Tienes derecho a que una persona esté presente durante todo el interrogatorio. Por ejemplo, tu abogado Friis. Tienes derecho a descansar cuando estés cansado y a comida y bebida cuando tengas hambre y sed. Si quieres interrumpir el interrogatorio, en cualquier momento puedes abandonar esta habitación y volver a tu celda. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

– Sí -contestó Gøran sorprendido por todos los derechos que tenía.

– ¿Has congeniado con Friis? -preguntó Sejer.

Amable, pensó Gøran, casi paternal. Está intentando ganarse mi confianza. Es el enemigo. Respira, pensó. Uno, dos, tres.

– No tengo con quién comparar. Nunca hasta ahora había necesitado un abogado.

– Friis es bueno, te lo digo para que lo sepas. Eres una persona joven, bien dotada, por eso se te proporciona lo mejor. Ni siquiera tendrás que pagarlo. Hay quien paga por ti.

– ¿Se refiere a los contribuyentes? -preguntó Gøran con una repentina ironía y olvidándose de respirar.

– Correcto -contestó Sejer -. Eso significa que vivimos en un estado de derecho.

– Si esto es un estado de derecho, habré salido de aquí antes de que anochezca -afirmó Gøran -. Que yo tuviera algo que ocultarles no significa que haya matado a esa mujer.

– Cuéntame entonces qué significa -dijo Sejer.

Gøran pensó en Lillian.

– Cometí la estupidez de intentar proteger a una mujer casada -dijo con amargura -. Debería haber dicho enseguida que estuve con Lillian.

– Ella lo niega -dijo Sejer.

– ¡Lillian es un coño con dos piernas! -Se levantó a medias de la silla, pero volvió a sentarse -. No entiendo por qué las mujeres no pueden admitir lo que hacen en la cama -dijo abatido -. También ellas se ponen cachondas. Solo que no quieren reconocerlo.

Un gesto de resentimiento se dibujó en su boca.

– Se trata sin duda de algo bastante más difícil para las mujeres -dijo Sejer -. Por muchas razones. Entre otras porque luego se usa en su contra. Pero si eres hombre, es como debe ser.

Llenó los dos vasos y acercó uno a Gøran.

– Olvídate de eso, Gøran. Hablemos de otras cosas. Tenemos tiempo de sobra. Vives en una casa muy bonita. ¿Has vivido en ella toda tu vida?

– Sí.

– ¿Cómo es crecer en un lugar como Elvestad? -preguntó Sejer, curioso.

– Bueno. No es exactamente Las Vegas.

Gøran sonrió en contra de su voluntad. Friis le había dicho que debía limitarse a responder a las preguntas. Pero era más fácil hablar que responder.

– ¿Sueñas con otras cosas?

– A veces -dijo -. Con un piso en Oslo, tal vez. Pero entonces se te va todo el sueldo en el alquiler.

– Pero tú sabes aprovechar el tiempo. Eres activo, ¿verdad? Trabajas y vas mucho al gimnasio. Te reúnes con los amigos. ¿Siempre has sido tan positivo?

Gøran no estaba acostumbrado a oír que era positivo. Pensándolo bien, le pareció completamente merecido.

– Voy al gimnasio desde los quince años.

– Yo suelo correr -apuntó Sejer -. Por eso tengo resistencia. Pero no mucha fuerza.

– Ese es un tema muy interesante -opinó Gøran -. La mayoría de la gente desconoce su fuerza, porque nunca la usa. Por ejemplo, si yo le pregunto a usted cuánto peso puede levantar, apuesto a que no lo sabe.

– Así es -respondió Sejer con una sonrisa avergonzada -. Ni idea. ¿Debería saberlo?

– ¡Claro que sí! Es importante saber de lo que eres capaz.

– ¿Piensas entonces que eso es conocerse a sí mismo?

– Así es. Yo sé muy bien de lo que soy capaz. Ciento cincuenta en press de banco -dijo con un orgullo mal disimulado.

– Lo peor es que eso no me dice nada -afirmó Sejer -. Por mí podrías haber dicho cien o doscientos. Cualquier cosa me habría parecido bien.

– Exactamente. Y eso es lo que me resulta extraño.

Sejer se tomó un respiro e hizo algunas anotaciones.

– ¿Qué está escribiendo? -preguntó Gøran de repente.

– Estoy tomando notas de lo que estamos hablando. Tienes un magnífico perro. ¿Significa mucho para ti?

– Cada vez más. Lo tengo desde hace cuatro años.

– Entonces tienes perro para mucho tiempo todavía -señaló Sejer -. Yo tengo un leonberger. Lo acaban de operar de varios tumores en la espalda. No sé si conseguiremos que se ponga en pie de nuevo. El pobre parece un Bambi sobre hielo.

– ¿Es muy viejo? -preguntó Gøran, mostrando un moderado interés.

– Diez años. Se llama Kollberg.

– ¡Joder! ¿Qué nombre es ese?

– Gracias -contestó Sejer, riéndose entre dientes -. Ya me lo han preguntado antes. ¿El tuyo cómo se llama?

– Kairo. Negro y caliente, ¿sabe?

– Mmm… Qué bien. Por desgracia, no tengo una imaginación tan sofisticada como la tuya.

Gøran había recibido dos cumplidos en muy poco tiempo. Era más de lo que solía recibir en un año entero.

– Háblame de tus novias -prosiguió Sejer. Seguía sonriendo, con una amplia sonrisa que daba confianza, abierta como el mar.

Gøran se retorcía.

– No tengo novias -dijo de mala gana -. Tengo una tía o no la tengo.

– Ah, vale -dijo Sejer -. Tienes tías. Pero ¿no quieres a ninguna?

– Supongo que unas me han gustado más que otras -contestó a regañadientes.

– ¿Ulla era una de ellas?

Silencio. Gøran dio un trago de Coca-Cola y se pilló a sí mismo mirando el reloj. Habían transcurrido cinco minutos.

– ¿De cuántas chicas estamos hablando? -preguntó Sejer mirando al joven.

Tenía la piel tersa y clara, el cuello musculoso tras años de gimnasio y las manos fuertes con los dedos cortos.

Gøran contó para sus adentros.

– De unas doce o quince.

– ¿En cuántos casos fueron las chicas las que te dejaron? -quiso saber Sejer.

– Joder, siempre soy yo el que las deja a ellas -contestó Gøran -. Me canso muy pronto -prosiguió -. Las chicas se enfadan por nada. Siempre hay problemas con ellas.

– Pues sí. Es verdad. Estamos de acuerdo en que son diferentes a nosotros. Pero si no lo fueran, no merecería la pena correr tras ellas.

– A lo mejor no. Ja, ja, puede que tenga usted razón.

Gøran se rió bondadosamente de sí mismo.

– ¿Y Ulla? -preguntó Sejer con mucha prudencia.

Gøran ladeó la cabeza.

– Ulla está estupenda. En muy buena forma. No le cuelga nada, excepto la cabeza de vez en cuando.

– Supongo que cuando rompió contigo te resultó muy duro, estando como estás acostumbrado a que seas tú el que rompe.

– Lo que pasa -dijo de repente Gøran – es que esa chica cambia de idea más veces que una niña pequeña. Ha roto ya un montón de veces.

– ¿Crees que volverá contigo?

– Seguramente -respondió, muy seguro de sí mismo. Por un instante miró a Sejer a los ojos -. Y esa tonta que ha identificado mi coche no distingue entre un autobús y un camión. La tal Linda no está del todo bien. Es lamentable que den ustedes tanta importancia a afirmaciones como las suyas.