Выбрать главу

– Sí, en broma, Sunde. Entretanto, tendrá que esperar aquí.

– ¿Quiere decir que he de quedarme aquí toda la noche?

– El tiempo que sea necesario.

– Joder. Tengo hijos, ¿sabe?

– Entonces tendrá que explicarles a ellos lo que acaba de explicarme a mí. La diferencia es que ellos le perdonarán. Yo no.

Se levantó y se marchó. Einar se quedó sentado, inmóvil. Dios mío, pensó, ¿qué he hecho?

Cuatro agentes fueron a casa de Einar Sunde. Skarre se dirigió inmediatamente al dormitorio. En un gran armario había ropa de cama y toallas. Se veía claramente que habían sacado ropa; el armario estaba medio vacío. Repasó el montón de fundas de edredones y encontró rápidamente lo que estaba buscando. Funda verde con nenúfares. Como el cuadro de Monet. Tal vez Gøran estuviera diciendo la verdad, tal vez estuviera realmente allí la noche del veinte. No era una coartada, pero resultaba inquietante. Se llevaron el coche de Sunde a remolque para un estudio técnico. Se aspiró hasta la más minúscula partícula sin que se encontrara nada importante. ¿Cómo era posible que una persona, en su sano juicio y bien informado, se comportara de un modo tan estúpido? ¿No había en todo eso una enorme arrogancia? Skarre pensó en la bonita lencería y los artículos de aseo que Poona había adquirido en honor a Gunder. Y el tal Einar había tirado todo al agua. ¿Qué clase de hombre era Einar Sunde?

– Lo cierto es que le creo -dijo Sejer más tarde en el despacho.

Skarre abrió la ventana. Se sentó en el alféizar y se puso a fumar.

– ¿Lo soltamos?

– Sí.

– Entonces, ¿Gøran es nuestro hombre?

– Estoy bastante seguro de ello. Pero tiene un fuerte instinto de supervivencia. Su buena forma física lo ayuda.

– Yo de la que no me fío es de Lillian Sunde -dijo Skarre, y le contó lo de la ropa de cama verde.

– ¡Ajá! Entonces tiene una funda así. La vio una vez y se fijó. No dudo de que tuvieran una relación. Lo dicen los rumores. Pero no estuvo allí aquella noche. Se marchó enfurecido después de que Ulla rompió con él. Llamó a Lillian y recibió otra negativa. En la parte trasera del coche llevaba las pesas. Poona iba andando por la carretera. Él se paró y le habló. Tal vez se ofreciera a llevarla a casa de Jomann. Luego la acosó y ella se asustó. La furia pudo con él. Nunca vio la maleta. Ahora sabemos por qué. Estaba en el bar. Luego la mató a golpes. Huyó presa del pánico y se cambió de ropa. Se puso la de entrenar. Llegó a su casa sobre las once. Dijo a su madre que había estado haciendo de canguro con Ulla. Sabemos que no fue así. La forma y el peso de esas pesas pudieron haber causado las lesiones de Poona. El polvo blanco procede del gimnasio, no conocemos otras aplicaciones para el polvo de magnesio. Gøran no comprende lo que es el amor. Tiene una tía o no la tiene. Es incapaz de hablar de sentimientos. Le interesa el sexo y tener a alguien de quien presumir. Se muestra como un joven animado y sonriente, muy acorde con el ambiente en el que se mueve, pero sospecho que es insensible y muy simple. Sin ninguna empatía.

– ¿Un psicópata?

– Eso lo dices tú. Por cierto, ese es un concepto con el que nunca llego a familiarizarme.

– ¿Y ahora pretendes agotarlo hasta que confiese?

– Intento lo mejor que puedo llevarlo hasta donde se dé cuenta de que tiene que confesar. Para poder seguir.

– ¿Y si no consigues una confesión? ¿Tenemos suficiente para iniciar un juicio?

– Tal vez no, y eso me preocupa.

– ¿Cómo es posible destrozar a una persona como lo ha hecho este homicida sin dejar rastro?

– Es algo que ocurre constantemente.

– No hay rastro de Poona en el coche. Ni una fibra, ni un pelo. ¿No deberíamos haber encontrado algo?

– Iba vestida de seda y la seda no desprende fibras, al contrario que la lana, por ejemplo. Llevaba el pelo recogido en una trenza muy apretada.

– ¿Qué hizo con las pesas?

– No lo sé. No había nada en ellas. Tiene varios juegos. Tal vez se deshizo de las que usó. Quiero volver a interrogar a las siguientes personas. Llámalas y tráelas aquí cuanto antes: Ulla Mørk, Linda Carling, Ole Gunwald, Anders Kolding, Kalle Moe y Lillian Sunde.

Sejer miró a Skarre.

– Y por lo demás, ¿hay alguna novedad? ¿Ha llamado Sara?

– Sí. Kollberg sigue tumbado.

El perro lo miró con tristeza cuando Sejer apareció por la puerta. Hizo unos débiles movimientos con las patas como queriendo levantarse, pero enseguida desistió. Sejer se quedó mirándolo, desconcertado. Sara salió de la cocina.

– Debemos obligarlo un poco, ¿no? Si seguimos dándole la comida en la boca, no hará ningún esfuerzo.

Entre los dos intentaron poner en pie a Kollberg; Sara por delante y Sejer por detrás. Las patas le resbalaron hacia los lados. Empezó a gemir y se desplomó. Volvieron a intentarlo y ocurrió lo mismo. Poco a poco dejó de gemir. Kollberg intentaba complacerlos para que lo dejaran en paz, pero no lo consiguió. Lo levantaban una y otra vez. Sara fue a buscar un trozo de harpillera para que el animal no resbalara. Funcionó. El cuerpo de Kollberg tembló en el instante en que las patas cargaron con los cincuenta kilos.

– Acaba de levantar unos hectogramos de sí mismo -dijo Sejer con optimismo.

Sara se secó el sudor. El largo flequillo se le metía constantemente en los ojos, y se echó a reír.

– Levántate ya, perezoso bobalicón -gritó.

Luego se rieron los dos. Animado por tanto buen humor, Kollberg se plantó en el suelo y se mantuvo en pie unos segundos. Entonces lo dejaron, y el animal se desplomó de nuevo con un ladrido.

– ¡Joder! -gritó Sara.

Sejer la miró, asustado.

– Va a conseguirlo. Tiene que hacer ejercicio varias veces al día. No nos daremos por vencidos, coño.

– Voy a por una salchicha -exclamó Sejer, feliz, y salió disparado al armario de la cocina.

Mientras, Kollberg consiguió moverse unos centímetros por el suelo. Sejer entró con un whisky en una mano y un trozo de salchicha en la otra. Esbozó una sonrisa, sorprendentemente amplia para tratarse de él. A Sara le dio un ataque de risa.

– ¿Qué pasa? -preguntó Sejer, desconcertado.

– Pareces un niño gigante -dijo Sara -. Ahora que no tienes ninguna mano libre puedo hacer contigo lo que me dé la gana.

Lo salvó el teléfono. Echó la salchicha a Kollberg y cogió el auricular.

– Ya hemos citado a todos -dijo Skarre, animado -. Vendrán mañana, de uno en uno. Excepto Anders Kolding.

– Explícate.

– Se ha largado, ha dejado a su mujer y todo. Al parecer, se ha ido a Suecia, donde tiene una hermana. Me pregunto qué significa eso.

– El niño tiene cólicos -dijo Sejer -. Supongo que ya no podía más.

– ¡Qué cobarde! ¿Y se nos va a escapar?

– En absoluto. Búscalo.

Colgó y se bebió el whisky de un trago.

– Vaya -dijo Sara -. Es lo más indecente que te he visto hacer jamás.

Sejer tenía la sensación de estar ardiendo.

– ¿Puedo esperar algo más? -sonrió Sara tentadora.

– ¿Y por qué indecente? -preguntó Sejer, desconcertado.

– Es maravilloso, ¿sabes?

Sara se inclinó hacia él.

– Es que tú no sabes nada -dijo -. No tienes ni idea de lo que es la indecencia. Y eso está bien. -Le acarició la mejilla -. Está realmente muy bien.

22

Linda estaba temblando en la cama en el instante en que Jacob salió a ver las ruedas pinchadas de su coche. Se lo imaginó con todo detalle. En sus pensamientos estaba con él, consolándolo. Luego dio un paso más y se hizo con un cuchillo de caza de hoja larga. El mango era de madera de aliso. Lo metió en el cajón de la mesilla de noche y se convirtió en algo tan importante para ella que tenía que abrir el cajón constantemente para mirarlo. Una y otra vez contemplaba el brillante acero. Intentaba imaginarse la hoja cubierta de la sangre de Jacob. La visión era tan fuerte que se le calentaba la cabeza. Cuando él se desplomara ante sus pies, ella lo estrecharía entre sus brazos, le cerraría los ojos y se aislaría del mundo durante el resto de su vida. Viviría únicamente para ese instante en el que Jacob expirara en sus brazos. Él la miraría a los ojos y tal vez en el último segundo le diera tiempo a entenderlo todo. Que había cometido un terrible error. No debería haberla rechazado. Linda tenía el cuchillo en las manos, ya se había familiarizado con él. No había fijado ningún día, pero lo esperaría en el portal.