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– Jomann -dijo -. Se va a enfriar si se queda ahí sentado.

Lo dijo con mucha tranquilidad, como suelen hacer los pastores, pensó Gunder. Pero no se movió.

– Entre conmigo al calor -dijo Berg.

Gunder intentó levantar el cuerpo, pero este no le obedeció.

Berg no era grande, pero agarró el brazo de Gunder y lo ayudó, dándole torpes golpecitos en el hombro. Luego lo empujó cuidadosamente delante de él hacia la parroquia. Entraron, y Berg lo colocó en un sillón. La chimenea estaba encendida. Gunder se derritió muy despacio.

– ¿Qué he hecho? -dijo Gunder a punto de llorar.

Berg lo miró con serenidad. Gunder respiraba con dificultad.

– Traje a Poona directamente a la muerte -sollozó -. Y la he metido en esa tierra fría a pesar de que es hindú y debería estar en otro lugar. Entre sus propios dioses.

– Pero ella quiso venir aquí con usted -dijo Berg.

Gunder se tapó la cara con las manos.

– ¡Y yo que quería ofrecerle lo mejor…!

– Creo que eso es justo lo que ha hecho -dijo Berg -. Le ofreció un bello lugar. Si la hubiera enviado con su hermano, tal vez se habría arrepentido luego. Tuvo que elegir entre dos soluciones desesperadas. A veces nos vemos obligados a ello. A usted nadie puede reprocharle nada.

Gunder dejó que las palabras se posaran dentro de él. Luego levantó la cabeza y miró al párroco.

– Me pregunto por qué Dios hizo esto -dijo en voz baja. Por un instante apareció en su rostro una expresión de rabia.

Berg miró por la ventana las copas de los árboles del jardín. Las hojas caían lentamente al suelo.

– Yo también me lo pregunto -dijo en voz baja.

Tras unos instantes, Gunder recapacitó y dijo de repente:

– En la India los niños juegan al fútbol entre las tumbas. Parecía agradable, algo muy natural.

Berg tuvo que sonreír.

– Estaría muy bien. Pero yo no decido esas cosas.

Gunder se fue a su casa. Se quedó unos instantes al pie de la escalera. Por fin se decidió, subió lentamente y sacó la ropa de Poona, que estaba metida en una caja. Despacio y con devoción fue sacando una a una las prendas, para luego colgarlas en el armario del dormitorio, que enseguida parecía otro, ya que antes estaba lleno de trajes grises y negros. Dejó los zapatos de la mujer en el suelo. Llevó sus objetos de aseo al baño de abajo. Colocó el cepillo del pelo debajo del espejo y un pequeño frasco de perfume al lado de su propia colonia para después del afeitado. Luego se sentó junto a la ventana de la cocina y miró al jardín. Se había nublado, todo estaba gris. Gunder había colgado un cuenco con comida para los pájaros delante de la ventana. De vez en cuando, alguno que otro se posaba en él. Los pensamientos le zumbaban en la cabeza. ¿Cómo habría sido la vida con Poona? ¿Le hacía a ella tanta ilusión como a él? ¿O para ella era solo un hombre acomodado y una llave a un futuro confortable, como había dicho su hermana Marie? Ahora jamás sabría si lo que habían hecho fue importante para ella, si habría sido una esposa cariñosa, una fiel compañera para toda la vida, o si solo estaba feliz por huir de la pobreza de Mumbai. ¿Cómo podría saberlo con seguridad? El futuro de Gunder, ese futuro que le costaba visualizar, constaría de suposiciones y sueños. Sería como él había esperado y soñado que fuera. No le había dicho que la quería. No se había atrevido. Ahora se arrepentía amargamente. Debería haberlo gritado desde la montaña más alta para que todo el mundo lo oyera. ¡Amada, mi amada Poona!

¿Qué es el amor?, pensó desesperado. Nada más que un ardiente deseo.

Dejó reposar la cabeza sobre los brazos y jadeó, abrumado por tanto malestar. ¿Qué pensaría Poona al no verlo en el aeropuerto? ¿Quién era ahora Marie? ¿Qué necesidades tendría?

Gunder levantó la cabeza y descubrió al cartero, que llegó en su coche verde y se detuvo delante del buzón. Cuando el vehículo estuvo otra vez fuera de su campo de visión, Gunder bajó lentamente hasta la calle. Una carta dirigida a él dentro de un sobre grande. Entró en la cocina y la abrió. Era la carta de Poona a su hermano. La carta original, en indio, y una traducción para él. Sejer le enviaba un saludo. Fue a buscar las gafas, se las puso y se esforzó por dejar las manos quietas. Luego empezó a leer. Estaba clareando. Una nube desaparecía lentamente revelando un resplandeciente sol de octubre. La hierba centelleaba. En la pequeña piscina para los pájaros había una fina capa de hielo. Un pájaro carpintero se posó junto a la ventana, metió el pico en la comida para pájaros y se puso a picotear grasa y simientes a gran velocidad. Un macho, pensó Gunder. La parte posterior de la cabeza brillaba como la sangre al sol. Leyó despacio la carta. Todo se calmó dentro de él.

Querido hermano Shiraz:

Hace mucho que no nos vemos. Te escribo por un asunto importante. Y tendrás que perdonarme por no haberte tenido en cuenta.

Soy una mujer casada. Ocurrió ayer. Él es un hombre honrado, cariñoso y decente. Me lleva en brazos, como se lleva a un niño al que se quiere ayudar y proteger. Se llama Gunder Jomann.

El señor Jomann es grande, fuerte y guapo. Ciertamente, no tiene mucho pelo y no es muy rápido, ni cuando actúa ni cuando piensa. Pero mide cada paso que da y cada uno de sus pensamientos es entrañable. Tiene casa y trabajo en el país donde vive. Con jardín, árboles frutales y todo eso. Hace frío allí, dice, pero no me asusta. Un aura de luz y calor lo rodea. Quiero estar siempre con él. Tampoco me da miedo lo que tú puedas opinar, querido hermano, porque deseo esto más que ninguna otra cosa. Voy a viajar a su país y a vivir en su casa. Para el resto de mi vida. No anda sobre la tierra ningún hombre mejor que Gunder Jomann. Sus manos son grandes y abiertas; sus ojos, azules como el cielo. Su cuerpo fuerte y ancho irradia una tranquila fuerza. Yo lo sé, lo he visto y lo he sentido. La vida con él será buena. ¡Alégrate conmigo!

¡Sé tan feliz como yo por todo lo que ha ocurrido!

Tu hermana Poona

Karin Fossum

Karin Fossum, nacida en 1954 en Sandefjord, Noruega, es una de las autoras más consolidadas de la nueva narrativa policíaca escandinava. Su estilo se centra en la introspección y las motivaciones psicológicas de los personajes que protagonizan las historias criminales. Tras su debut con El ojo de Eva, Karin Fossum ha merecido lo más granado de los premios literarios escandinavos: los premios Riverton y La Llave de Cristal a la mejor novela policíaca por No mires atrás, y el premio de los libreros noruegos por ¿Quién teme al lobo?

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