Jessica Hart
Una mujer Interesada
Título originaclass="underline" Wife-to-be (1995)
CAPÍTULO 1
0 DIO LAS bodas!
Serena se llevó la copa a los labios, deseando que Leo Kerslake se marchara y la dejara tranquila de una vez. Había algo en él que la ponía nerviosa; quizás fuera su altura, su tez morena o su forma de ser distante. Quizás, su se había preparado para que odiarlo, hasta que lo vio en la iglesia y se descubrió admirándolo.
Su cabello era tan oscuro que Serena pensó que sus ojos lo serían también, pero se equivocaba; eran de color gris claro, tan brillantes como la plata.
A pesar de su confusión ante una presencia tan atrayente como la de Leo, y notando sus fríos ojos sobre ella, Serena se encargó de colocar a las niñas que hacían las veces de damas de honor detrás de la novia y comenzó el servicio.
Las palabras del sacerdote se hicieron interminables y apenas pudo concentrarse en lo que decía. Su atención se encontraba focalizada en Leo, que ocupaba con dignidad el puesto de padrino. Su cuerpo era perfecto y esbelto: su nariz aguileña le confería un aire masculino y una personalidad fuerte. Su traje era de un gris inmaculado, lo mismo que su camisa blanca, en contraste con el moreno de su piel.
Justo en aquel momento, Leo dirigió su mirada hacia ella y esbozó una sonrisa al darse cuenta de que ella lo había estado observando. Humillada y mortificada, Serena lo ignoró el resto de la ceremonia. Ni siquiera lo miró durante la firma de los novios en el registro, ni durante la sesión fotográfica fuera de la iglesia.
Más tarde, en el banquete, tampoco tuvo mucho problema con las miradas, pues Leo parecía mucho más diestro que ella en evitarlas. No le hizo el menor caso y Serena observó cómo se movía de un grupo de invitados a otro y cómo las mujeres le rodeaban, atraídas por el magnetismo que ella misma sentía.
Cuando, por fin, se dignó a acercarse a ella, lo hizo sin que Serena se diera cuenta, mientras se llevaba a la boca una pequeña salchicha. El momento tan poco oportuno y el sobresalto provocaron la cólera de Serena.
– ¿Siempre está de mal humor o es que algo va mal?
Sorprendida, Serena se atragantó y tuvo que toser por más que le pesara. Miró a Leo con una mezcla de resentimiento y vergüenza, incapaz de decir nada hasta que pudo tragar la mayor parte de la salchicha.
Él, sin embargo, parecía divertirse con los apuros de Serena.
– Me ha dado un susto -dijo ella por fin, acalorada.
– Lo siento -contestó él y, con la mayor naturalidad, limpió un trozo minúsculo de carne del hombro de Serena-. Se le ha escapado un poco -añadió con una sonrisa burlona.
Serena contuvo la respiración al notar el tacto de los dedos de Leo sobre su piel y dio un paso hacia atrás de forma instintiva.
– ¿Qué hace? -preguntó ella en un tono gélido.
– Tan sólo quería ser amable -dijo él sorprendido ante su reacción.
– Pues tiene una forma un poco especial de serlo, sobre todo, cuando no hemos sido presentados -explicó ella, sintiéndose muy incómoda.
– No creo que las presentaciones formales sean necesarias, ¿no le parece? Sé perfectamente quién es usted y usted sabe quién soy yo. Después de todo, estamos aquí por la misma razón, para apoyar a Candace y a Richard.
– Pues casi me engaña -dijo ella sin dejar mostrar frialdad-. Lo he visto todo el tiempo con las chicas más bonitas de la boda. No sé si eso también estará incluido en las obligaciones del padrino.
Serena se arrepintió enseguida de sus palabras, de la arrogancia en su tono de voz y de que el comentario no venía a cuento. Leo así se lo demostró con un gesto de burla.
– Por lo menos no ando por ahí con el ceño fruncido como otros -replicó-. Y todavía no ha contestado a mi pregunta.
– ¿Qué pregunta? -preguntó ella, mientras tomaba otra copa de champán de la bandeja que sostenía un camarero.
– Me pregunto por qué está tan de mal humor. -No estoy de mal humor.
– Pues lo parece -dijo Leo-. La he estado observando toda la tarde y no parece que esté pasándoselo muy bien.
– Es que odio las bodas -explicó ella, sorprendida por sus palabras-. No soporto tanto follón-añadió y sintió, muy a su pesar, que el alcohol estaba haciendo su efecto-. Supongo que lo que merece la pena son los votos que se han hecho Candace y Richard, porque todo esto -dijo y gesticuló con las manos-… todo esto no son más que tonterías.
– Muy elocuente -dijo Leo, dirigiéndole una mirada irónica-. Pero me temo que estaría más inclinado a creerla si no hubiera visto ya a otras mujeres perder sus principios cuando un hombre las lleva ante el altar.
– Yo no soy «otras mujeres» -señaló Serena. mirándolo con disgusto-. Y si no es partidario del matrimonio, ¿por qué ha sido el padrino de Richard?
– Soy partidario de esta boda -dijo él-. Sólo he visto una vez a Candace, pero creo que Richard y ella se complementan muy bien. Por cierto, usted también es un poco crítica con el matrimonio, ¿no cree? Si ha aceptado ser madrina, debía, por lo menos, mostrarse feliz.
– ¿Sería usted feliz vestido con un traje como éste? -dijo ella e hizo un gesto con la mano, de arriba a abajo.
Leo recorrió su cuerpo desde la cabeza a los zapatos de tacón azules y luego, volvió a mirarla a los ojos. Su rostro no era precisamente de los que levantan tempestades y, de no ser por ciertos rasgos algo duros, habría sido una mujer muy bella. Sus cejas estaban muy marcadas de tal forma que le daban un aspecto duro, lo mismo que su barbilla y la desafiante mirada de sus ojos verdes. -Horrible, ¿no es cierto'?
– Al vestido no le pasa nada, pero no es su estilo, nada más. De todas formas, no importa hacer un poco de esfuerzo por Candace.
– ¡Es que ya he hecho muchos esfuerzos! -exclamó-. No he hecho otra cosa que sonreír, hablar con los parientes de Candace y Richard y aguantar bromas y conversaciones estúpidas. Les prometí que sería amable con la gente y lo he sido.
Un sonrisa asomó a los labios de Leo.
– Conmigo no lo ha sido todavía.
– ¡No he tenido oportunidad de serlo! -replicó ella, pensando en la cantidad de mujeres a las que él había atendido en toda la tarde-. ¿O es que hay que hacer cola?
Leo no contestó directamente y reflexionó unos instantes.
– Ahora entiendo lo que Richard me contaba so
bre usted. La describe copio un carácter interesante. Serena fue incapaz de discernir si aquellas palabras escondían una crítica o un piropo.
– La gente dice esas cosas cuando no tienen el valor suficiente de decir que no les gustas.
– Pues usted, desde luego, lo tiene -dijo él. -Tan sólo digo lo que pienso -señaló ella con agresividad-. ¡Y si ahora me va a decir lo poco que me pega mi nombre. ahórreselo, por favor!
– No se me había ocurrido -dijo él-. Imagino que tener un nombre como el de Serena Sweeting es curioso.
– Sí, sobre todo cuando no soy ni serena ni dulce -dijo ella, malhumorada.
– Debo confesarle que no es usted como esperaba -comentó Leo, tras unos instantes.
– ¡No me lo diga! Creyó que sería una monada menudita, de las que se apartan constantemente los rizos de los hombros y no paran de sonreír, ¿verdad?
– Más o menos -señaló él con una sonrisa que Serena contestó con otra.
– Entonces, estará decepcionado.
– ¿Quién ha dicho eso? -preguntó con tanta calma que Serena dejó de reír y lo miró directamente a los ojos.
Hubiese querido decir algo inteligente, algo ingenioso que le dejara claro que no iba a caer en sus redes; pero le costó un esfuerzo tremendo apartar los ojos de él.
– Está equivocada con respecto a Richard -dijo Leo, cambiando de tono-. La aprecia mucho, aunque supongo que la encuentra algo agresiva. Cree que usted no aprueba su matrimonio con Candace.
Serena había hecho lo posible por disimular ante su amiga Candace sus dudas con respecto al matrimonio, pero Candace conocía los verdaderos pensamientos de Serena y, como eran amigas desde hacía mucho tiempo, no se lo tomó mal y le aseguró que, en cuanto lo conociera, le caería mejor.