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– ¡Todo lo que tienes que hacer es aparentar felicidad cada vez que me ves!

– Supongo que tendré que besarte cada vez que nos encontremos, ¿no? -replicó ella sin querer admitir que en realidad sí era feliz al verle.

– Sería un bonito detalle por tu parte -dijo Leo.

– ¡Pues vaya! ¡No puedo pasarme todo el tiempo en tus brazos! -protestó ella.

Leo hizo un gesto de infinita paciencia.

– Pero bueno, no te pido que me montes una orgía -señaló él, exagerando-. Sólo te digo que, de

vez en cuando, un gesto cariñoso sería muy apropiado.

– Ya te dije que haría cuanto pudiese y cumpliré mi palabra -dijo ella más calmada y mirando hacia abajo-. Pero soy cocinera, no actriz, así que no esperes una representación de Oscar de Hollywood.

– Oh, no sé qué decir -replicó Leo con ironía-. Por tu actuación en la joyería, te merecerías una nominación. El beso que me diste fue realmente convincente.

Serena no quiso mirarlo a los ojos y sintió que el rubor volvía a sus mejillas, mientras su garganta quedaba atenazada por el recuerdo de aquel beso.

– Era lo que querías, ¿no? ¿De qué te quejas?

– No me estoy quejando. Tan sólo quiero decirte que, si pudiste hacerlo antes, también podrás hacerlo ahora. Noelle estará allí esta noche, así que tendrás que esforzarte por resultar igual de convincente -explicó mientras las puertas del ascensor se abrían en el vestíbulo del banco-. También habrá bastante gente importante, por lo que te agradecería que fueras discreta con tus comentarios irónicos. ¡Un poco de dulzura y serenidad por tu parte no te vendría mal!

Serena refunfuñó durante todo el camino hacia uno de los más elegantes hoteles de Londres en el que se celebraba el cóctel. Cuando llegaron, bajaron del coche, conducido por el chófer de Leo y se dirigieron agarrados de la mano hacia el vestíbulo del hotel.

Serena advirtió entonces la seguridad que sentía junto a Leo. Enseguida notó que era un personaje popular y que se movía de grupo en grupo con extremada facilidad; por primera vez, tuvo que rendirse a la evidencia de su carisma, que tantas veces había tratado de negar.

En un principio. Serena se sintió incómoda y fuera de lugar, hasta que, poco a poco, fue relajándose e, incluso, comenzó a divertirse. Estaba segura de que las ropas que llevaba, producían un efecto deslumbrante y que la compañía de Leo acentuaba su atractivo.

Gradualmente, su encanto e ingenio naturales empezaron a hacer acto de presencia y, sin soltar la mano de Leo, conversaba con los amigos y conocidos de Kerslake. De vez en cuando, Leo apretaba su mano para indicarle que estaba yendo demasiado lejos con sus palabras, y la miraba con una expresión que indicaba diversión y sorpresa.

Todo marchaba sobre ruedas, cuando, de pronto, Serena se dio cuenta de que su amiga Candace y Richard se encontraban en aquella fiesta. El corazón le dio un vuelco pues, aunque su amiga era bastante alocada, conocía a Serena lo suficiente como para advertir una mentira.

– Candace y Richard nos han visto -murmuró disimuladamente a Leo.

– Alguna vez tenía que pasar -dijo él. después de que se retiraran del grupo en el que conversaban-. Mejor ahora que en otra parte.

– ¡Serena! -exclamó Candace, corriendo hacia ellos acompañada de Richard-. ¡No p que fueras tú! ¡Estás guapísima!

Serena se dio cuenta de que su mano seguía en la de Leo y trató de liberarse siguiendo un impulso inconsciente, pero Leo no se lo permitió.

– Hola, Candace -dijo vacilante-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Oh, Richard tiene que llevarse bien con la gente de este mundillo y hoy no está siendo muy aburrido -dijo Candace y besó a Leo en la mejilla-. ¿Y vosotros? ¿Qué hacéis aquí? Serena, creía que odiabas este tipo de fiestas, ¿no?

– Ya se acostumbrará -intervino Leo y rodeó a Serena por la cintura-. ¿Verdad, cariño?

Candace miraba a uno y otro alternativamente con expresión de sorpresa y felicidad.

– ¿Cuándo ha sucedido todo esto? -preguntó Candace, esperando una respuesta rápida.

– La otra noche -dijo Leo-. Estarás orgullosa de lo bien que ha salido tus planes para unirnos.

– ¡Lo sabía! -exclamó Candace, encantada-. ¡Lo sabía! ¿No te dije que Leo era perfecto para ti, Serena? Anoche me di cuenta de que estabais enamorados.

– ¿No me digas? -dijo Serena con desmayo.

– Oh, sí -aseguró Candace-. Incluso Richard notó la forma en que os mirabais cuando el otro no os veía.

Serena se debatió para desembarazarse del brazo de Leo, pero no pudo.

– ¡Qué listos! -dijo Leo-. Nosotros no lo supimos hasta que llevé a Serena a su casa.

– Richard y yo sabíamos que no os habíais dado cuenta y creíamos que ibais a tardar más, pero todo ha sido muy rápido -explicó Candace y miró a Serena-. ¡Oh, estoy tan contenta por ti!

– ¡Felicidades! -dijo Richard.

– ¡Serena! -exclamó otra vez Candace fuera de sí-. ¡Debes estar tan feliz!

Ante la euforia de Candace, Leo se puso tenso, esperando que Serena cumpliera con su palabra y resultara convincente. Si conseguía convencer a su amiga, convencería a cualquiera.

– Sí, sí, lo estoy -dijo Serena-. Es que cuesta un poco acostumbrarse.

– ¡Me lo imagino! -dijo Candace.

Serena sintió que Leo volvía a relajarse.

– No puedo creer que esto haya pasado en las

últimas veinticuatro horas -continuó Serena.

– No te preocupes, a mí me sucedió lo mismo-dijo Candace.

– ¿Querrás disculparnos, Candace? -dijo Leo de pronto-. Estoy viendo a alguien que quiero que

Serena conozca -añadió y se apartaron de Richard y Candace-. Estabas algo tensa, ¿no?

– Sólo un poco cansada, pero me encuentro bien. Esta noche no he dormido bien pensando en tu oferta.

– Y calculando cuánto podrás sacarme. ¿no? -dijo él en tono cortante.

Desgraciadamente para Serena, así había sido, dadas las circunstancias en las que se encontraba, pero no replicó.

– ¿A quién vamos a ver? -preguntó para cambiar de tema.

– A Oliver Redmayne, el hermano de Noelle, así que ten cuidado con lo que dices y, por Dios, sé simpática.

Oliver Redmayne era alto y rubio, como su hermana. Era un hombre atractivo, aunque mostraba cierta altivez y suficiencia que desmerecía su atractivo.

– Creo que debo felicitaron -dijo Oliver, cuando Leo terminó con las presentaciones-. Toda la fiesta lo sabe ya, Leo, y eso que creíamos que eras un solterón empedernido.

– Eso pensaba yo también -dijo Leo.

Serena advirtió que el tono de Leo era demasiado frío, teniendo en cuenta que Oliver era una pieza importante en el asunto de la unión de los bancos.

– ¿Y qué te hito cambiar de idea? -preguntó Oliver, observando a Serena con detenimiento-.¿O tal vez lo adivino? -dijo al finalizar el recorrido por sus hermosas piernas.

Leo apretó a Serena por la cintura con más fuerza.

– Serena es una mujer especial -respondió sin más.

– Tan especial que no pretenderás que esté toda la noche contigo, ¿verdad? -dijo Oliver y tomó la mano de Serena con maestría-. Ve a darte un paseo, Leo, y yo cuidaré de Serena. Cuando vuelvas a por ella, la habré convencido para que no se pierda en tus brazos.

Leo sonrió y vaciló unos instantes.

– ¿Estarás bien con Oliver? -preguntó a Serena-. Necesito hablar con un par de personas sobre temas de negocios que te aburrirían.

– Estaré bien -dijo ella con la barbilla muy alta. Antes moriría que reconocer que se encontraba mejor con él.

– Volveré en unos instantes -dijo Leo quien rozó con su mano la mejilla de Serena-. No creas todo lo que te dice Oliver, ¿de acuerdo?

– ¡Vaya, vaya! -exclamó Oliver, cuando Leo se alejó-. Por fin alguien ha atrapado a Leo. He conocido a muchas mujeres que lo han intentado y, al final, descubrían que no podían llevarle al altar. Incluso, se lo advertí a mi hermana; le dije que perdía el tiempo con Leo, pero veo que mis razones no eran las acertadas -explicó Oliver-. Eres muy hermosa; no me extraña que Leo te mantuviera en secreto.