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Sin embargo, Serena no estaba convencida.

– Tan sólo pienso que han precipitado mucho las cosas -dijo a Leo-. Richard le pidió a Candace que se casara con él después de dos días y se conocen de preparar la boda. No es mucho tiempo para decidir si es la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, ¿,no?

– ¿Tampoco cree en el amor a primera vista? -preguntó Leo con el mismo cinismo en su tono de voz.

– No -dijo ella, tras unos segundos de vacilación-. No -corroboró más segura.

– Es usted del tipo precavido -señaló Leo.

Serena pensó en su madre, cuando su se divorció de su padre; en Madeleine, mientras lloraba al teléfono al contarle que su marido la había abandonado; y por último pensó en Alex. Alex, con sus ojos azules, su sonrisa y sus mentiras.

– He aprendido a serlo por el camino.

Leo bebió un sorbo de champán sin dejar de mirarla.

– El amor es un negocio arriesgado, ¿verdad? -señaló él-. Richard y Candace han decidido arriesgarse; hay veces en que hay que hacerlo.

– No hay necesidad -replicó ella, mostrando su desacuerdo.

– Yo no me he arriesgado con el matrimonio-explicó él-. No he encontrado a la mujer que esté dispuesta a arriesgarse más conmigo que con mi dinero.

– Es usted un cínico.

– Lo he aprendido también en el camino -dijo él, repitiendo las palabras de Serena.

– Parece que no nos vamos a acercar al altar más de lo que lo hemos hecho hoy, ¿,verdad? -dijo ella, pensativa.

– Para mí, ya es demasiado cerca -señaló él con gesto sombrío-. No estoy dispuesto a perder mi libertad otra vez.

Serena lo observó detenidamente, intrigada. Momentos antes, mientras hablaba con otras mujeres en la recepción, no le había parecido un hombre tan misterioso. El silencio que les envolvía, se rompió cuando un camarero se acercó con una bandeja de canapés.

– Richard me ha dicho que usted y Candace trabajan juntas -dijo por fin Leo.

– Trabajábamos -corrigió ella-. Montamos un negocio de catering y nos iba bien. Nos costó cinco años hacernos una reputación y nos salía mucho trabajo entre fiestas y recepciones. Y entonces, un buen día, Candace conoció a Richard.

– ¿Y qué pasó?

– Candace quiso vender su parte del negocio para poder comprar entre ella y Richard su nueva casa, pero yo no tenía dinero para comprar su parte…

– ¿Y no podría haber encontrado otro socio que comprara la parte de Candace? -preguntó Leo, frunciendo el ceño.

Ella sacudió la cabeza.

– Lo intentamos, pero, al final, fue más fácil venderle a un empresario el negocio entero -explicó ella, mientras jugaba con la copa de champán entre sus dos manos.

– ¿Y qué proyectos tiene ahora?

– Me gustaría abrir mi propio restaurante, pero no rne lo puedo permitir por el momento. Si tuviera algo de dinero…

Serena hablaba para sus adentros, pero la expresión de Leo se endureció.

– Todo se reduce siempre a una cuestión de dinero, ¿no? -dijo en tono burlón-. Supongo que ésa es la razón por la cual no le gusta este matrimonio. No es por Richard, ni porque se vayan a llevar mal en el futuro, sino porque ha perdido dinero con el matrimonio de su socia.

– ¡Eso no es cierto! -exclamó Serena con expresión furiosa-. Candace es muy buena amiga mía; si no lo fuera, no me habría vestido de esta forma tan ridícula.

– Si realmente fuera su amiga, no estaría pensando en el dinero. La verdad es que, a veces, me pregunto si las mujeres pueden pensar en otra cosa.

– A veces, no nos dejan otra opción -replicó Serena con enfado-. No todos tenernos la suerte de heredar una gran fortuna -añadió-. Algunas personas tenemos que salir a la calle a ganarnos la vida y, por eso, empiezo con un nuevo trabajo el lunes. Juré que no volvería a cocinar para nadie, pero no tengo más remedio si quiero conseguir algo de dinero para montar mi propio negocio.

– ¿Y no ha intentado nunca encontrar a un hombre rico que pueda apoyarla? -preguntó Leo con cinismo-. Eso es lo que haría la mayoría de las mujeres. ¡Es mucho más fácil que trabajar!

– Ya le he dicho que yo no soy como otras mujeres -dijo Serena con frialdad.

– ¿Es usted precavida o simplemente está asustada?

– Soy sensata -corrigió ella de nuevo, levantando la barbilla.

– A mí no me parece que sea del tipo de las sensatas -dijo él, sonriendo de una forma que desarmó a Serena.

– ¿Y de qué tipo le parezco? -preguntó ella con arrogancia, sin saber que no estaría preparada para la respuesta.

– De las apasionadas -señaló él y sostuvo su mirada-. ¡Sí, apasionada!

– ¿Qué te parece Leo?

Serena observó cómo Leo hailaha en mitad del salón con tina guapa rubia.

– Creo que es un tipo arrogante, presumido y muy prepotente.

– ¿De veras? -dijo Candace, mirando a su amiga con sorpresa-. Yo creo que es encantador y debes admitir que tiene una conversación muy entretenida -explicó Candace.

– Bueno, no está mal -concedió Serena-. La verdad es que no esperaba que viniera a la boda -añadió-. ¿No se suponía que estaba muy ocupado y que, inmediatamente después de la ceremonia, tomaría de nuevo el avión a Nueva York?

– Ése era su primer plan, pero parece ser que le ha dicho a Richard que se queda para no perderse los bailes.

– Y adivino bien la razón -señaló Serena al verle abrazado a la rubia.

– Es muy atractivo, ¿verdad? -dijo Candace, observando la misma escena que Serena.

Serena se dio media vuelta para no delatar el interés que Leo había despertado en ella.

– Es un poco creído -replicó tratando de no dar importancia a sus palabras.

– Vaya, vaya, ¡por lo que veo te parece atractivo! -exclamó Candace, que conocía bien a su amiga.

– De acuerdo, es bastante guapo -admitió Serena-, pero eso no significa que me guste.

– Qué pena -dijo Candace-. Nosotros creímos que iba a gustarte. De hecho -dijo confidencialmente-, Richard y yo pensábamos que podías llegar a salir juntos.

– ¿Cómo? -exclamó Serena-. No lo dirás en serio, ¿verdad?

– ¿Por qué no? -protestó Candace-. Yo creo que sois una pareja perfecta. Richard dice que, desde que Leo heredó su fortuna, ha estado rodeado de mujeres, pero que lo que realmente necesita es alguien fuerte que le apoye, y tú necesitas un hombre al que no intimides, como es el caso de Leo.

– Yo no necesito a nadie -dijo Serena con énfasis.

– Sí, claro que sí -protestó de nuevo Candace-. No todos los hombres son como Alex. No puedes dejar que una experiencia negativa arruine tu vida sentimental.

– No ha sido sólo una experiencia -puntualizó Serena-. Mi hermana también creía que necesitaba a un hombre y fíjate lo que le ha pasado. Se marchó a Florida para seguir a Chris y él la deja sola con tres hijos que criar. ¡Tienes un marido y se te va con su secretaria!

– Madeleine tuvo mala suerte -dijo Candace-. Pero a ti no tiene por qué pasarte lo mismo. Richard y yo somos felices, aunque a ti te parezca que nos conocemos desde hace poco. Estoy segura de que encontrarás al hombre de tu vida, Serena. Tú siempre has apoyado a tu familia, apoyaste a tu madre y a tu hermana después. Ya es hora de que encuentres a alguien en quien apoyarte y que descubra lo divertida y cariñosa que eres.

– Leo no me parece el hombre más indicado para descubrir esas virtudes -dijo Serena con cierta amargura.

Leo había desaparecido con la rubia y Serena no dudó un instante en que se habrían marchado a algún lugar más íntimo.

– ¡Y aunque tuviera interés por mí, no me interesa lo más mínimo! -exclamó-. Tendrás que encontrarme otra pareja, Candace. ¡Leo Kerslake es el último hombre del que me enamoraría!