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Leo desapareció con Bill en el despacho del banquero sin molestarse en despedirse de Serena.

La admiración de Oliver por Serena fue como un bálsamo para sus heridos sentimientos. Convencido de que su padre aceptaría la propuesta de Leo, Oliver le contó a Serena sus planes para el club de campo y le sugirió que fuera su consejera en cuanto al tema gastronómico y que lo ayudara a encontrar una buena cocinera o un buen cocinero.

Mientras comían en la terraza del pub, Serena se dijo una y otra vez que no echaba de menos a Leo y que Oliver era un hombre encantador que nada tenía que envidiarle. Era atento, amable y estaba interesado en ella a todas luces.

Regresaron a Coggleston Hall antes de las cinco y no había rastro de Noelle o de Leo en la casa.

– Han ido a dar un paseo -dijo Philip, intentando aparentar que no le importaba-. Noelle dijo que quería discutir unos temas de negocios con él.

Serena imaginó qué negocios eran los que quería discutir y se encerró malhumorada en el dormitorio. Se dio una ducha y trató de fingir indiferencia. Mientras se cepillaba el pelo junto a la ventana, vio cómo regresaban, caminando los dos por el sendero que terminaba en la puerta principal. Caminaban lentamente y se notaba que iban muy concentrados en la conversación. Serena apretó el mango del cepillo con fuerza. Si Leo quería olvidar el pacto que había hecho con ella, que lo hiciera. Ya le daba todo igual.

Serena se las ingenió para no estar a solas con él en toda la noche. Mientras se servían unas copas, Bill anunció su decisión de aceptar la propuesta de Leo, lo cual provocó la alegría entre sus hijos. Oliver y Noelle se acercaron a su padre y lo besaron efusivamente. Serena miró a Leo y advirtió que para ser un hombre que acababa de conseguir algo importante en su vida, su sonrisa era rígida y forzada. Fue Serena la que hizo el esfuerzo de aparentar la misma alegría que los hijos del banquero.

– ¡Qué noticia tan maravillosa!

La cena se hizo eterna. Oliver le contó a su padre todos los planes del club de campo y los consejos que Serena le había dado. Leo no parecía muy contento ante el entusiasmo de Oliver con Serena, pero ella se sintió orgullosa al observar alguna reacción en él. Al fin y al cabo, Leo ya había elegido y, si quería intentarlo con Noelle, que lo hiciera, pues ella también tenía dónde elegir. Sin embargo, lo que le dolía era que se suponía que todavía estaban comprometidos y su actitud hacia Noelle era demasiado íntima.

Cuanto más malhumorado parecía Leo, más encantadora se mostraba Serena, ya que estaba dispuesta a demostrarle que su comportamiento hacia Noche no le importaba lo más mínimo. Serena mantuvo la conversación en un tono tan distendido y entretenido que hasta el mismo Philip pareció renacer. Cuando llegó al momento de tomar el café, se encontraba agotada, pero merecía la pena contemplar la disimulada expresión de fastidio de Leo. Serena le había visto dedicarse toda la cena a Noel le, pero sabía que había estado escuchando la conversación que ella lideraba con el resto de los hombres.

– Supongo que estarás avergonzada de tu representación de esta noche -dijo él de muy mal humor cuando estuvieron solos en el dormitorio.

– ¿Qué representación? -preguntó ella.

– ¡Lo sabes perfectamente! Te has estado haciendo la interesante, has coqueteado descaradamente con Oliver, ¡horrible! ¡Se supone que eres mi prometida! ¿Acaso te has olvidado?

– ¡Claro. soy tu prometida cuando a ti te conviene! Tú también eres mi prometido, pero nadie lo habría dicho por la forma en que te has comportado hoy. Ni siquiera me has dirigido la palabra en el desayuno y no has mostrado interés alguno por mí a lo largo del día. Ni siquiera estabas aquí cuando he vuelto del paseo con Oliver, y ¿dónde estabas? ¡De paseíto con Noelle! ¡Te quejas de mi comportamiento, pero deberías avergonzarte del tuyo!

– Hablábamos de negocios.

– ¡Oh, claro! -exclamó Serena, que daba vueltas por la habitación sin saber qué hacer.

– Es cierto, quería saber si habría un sitio para ella en el nuevo banco.

– Sí, en tu cama, supongo.

– No seas grosera, Serena, no es tu estilo.

– Nada de lo que está pasando es de mi estilo. Pero creí que lo que querías era quitártela de encima y ya que se había fijado en Philip, lo menos que podías haber hecho era no tener tanta confianza con ella. No has hablado con nadie más que

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó él, mientras se cepillaba los dientes-. No has parado de hablar y ni siquiera dejabas que la gente participara. Incluso has atraído la atención de Philip para fastidiarla a ella.

– ¿Cómo? -replicó Serena, perpleja. Ya se había colocado el camisón y se preparaba para cepillarse el pelo-. ¿De qué estás hablando?

– Lo sabes muy bien -dijo Leo, desabrochándose la camisa al salir del baño-. He visto cómo sonreías y le has tenido encandilado toda la noche. No te conformabas con Oliver y tenías que coquetear también con Philip. ¡Me extraña que no lo hayas intentado con Bili! El tiene mucho más dinero que cualquiera de nosotros y parece uno de tus más fieles admiradores, ¡Dios sabe por qué!

Serena se metió en la cama.

– ¡Quizás él me ve como a una persona y no como un medio para conseguir un fin!

– ¡No te des tantos aires! -espetó Leo, que se metió en la cama con ella. Ambos se miraron bajo la tenue luz de la mesilla de noche-. Por la forma en que te has comportado, dudo mucho que ninguno de ellos estuviera pensando precisamente en tu intelecto.

– ¿Y tú? ¿Estás tú fascinado por el intelecto de Noelle?

– Por lo menos, ella no pretende hacer de sí misma un espectáculo.

Serena lo miró furiosa.

– Si ella es tan maravillosa, ¿qué haces aquí? -Sabes por qué.

– Después de verte con ella ya no estoy tan segura -dijo Serena y colocó una de las almohadas entre los dos-. ¡Pareces tener extrañas razones para acostarte conmigo!

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él. Serena, que le había dado la espalda, se volvió para mirarlo.

– ¿Por qué te has acostado conmigo antes? Porque no tenías nada que hacer aquella noche, ¿verdad? Porque pensaste que de esa forma me tendrías más controlada, ¿no?

– Porque ambos nos deseábamos -dijo.

Serena advirtió que Leo estaba demasiado quieto y aquello era un signo de peligro. Tal vez había ido demasiado lejos.

– Oh, ¿no me digas? -dijo con sarcasmo-. ¡Qué interesante! Creí que te había seducido por dinero.

– No creo que lo del dinero se te ocurriera hasta la mañana siguiente; era una oportunidad demasiado buena como para desaprovecharla, pero me deseabas. Eso dijiste.

– ¡En ese caso, mentí! -declaró ella, furiosa.

– No, no mentiste. Por una vez me dijiste la verdad. Me deseabas entonces y lo que es más -dijo y apartó la almohada que los separaba-, me deseas ahora.

– ¡Eso es lo que tú crees!

Serena quiso incorporarse, pero Leo se lo impidió colocándose sobre ella.

– ,Por qué no te lo demuestro? -sugirió.

Si Leo se hubiera comportado con rudeza, ella habría podido resistirse. Si hubiera tratado de forzarla, habría luchado contra él hasta el final. Sin embargo, no lo hizo. Comenzó a besarla en el rostro con breves y dulces besos hasta que llegó a sus labios y. en todo momento, ella habría podido rechazarle.

Pero Serena se deshizo bajo el contacto de sus labios y, cuando Leo advirtió que había conseguido traspasar la barrera de su resistencia, comenzó a desabrocharle los lazos del camisón.

Mientras la besaba, acariciaba sus piernas levantando el camisón, hasta que fue la misma Serena la que se lo quitó, quedando desnuda bajo el cuerpo de Leo. Fue ella la que le tendió los brazos para que la poseyera y ella la que gritó cuando lo hizo, dejándose llevar por las manos de Leo, quien la condujo por senderos de placer hasta el éxtasis que les esperaba a los dos al final del camino.