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Leo suspiró.

– De verdad, debes aprender a no ser tan brusca, Serena. ¿Dejarías un trabajo en el que se te paga estupendamente sólo por salirte con la tuya?

Serena deseó decirle lo que podía hacer con su maravilloso trabajo, pero se acordó de Madeleine. Le había prometido mandarle algo de dinero para que los niños pudieran ir a un campamento de verano.

– No -dijo-, pero lo hago porque necesito el dinero. ¡No sabía que pelotear al presidente fuera parte de mis obligaciones!

– ¿Quieres que te pague un poco más por ser amable?

– Me vendría bien -dijo ella, ignorando deliberadamente el sarcasmo en el tono de Leo-. ¿Cuánto me ofreces?

Serena se arrepintió inmediatamente de sus palabras.

– Eso depende de lo amable que estés preparada a ser -dijo Leo y Serena se acaloró en pocos segundos.

Se arrepentía de lo que había dicho y se reprochaba el no pensar dos veces las cosas que decía.

De pronto, apartó la vista de Leo y se levantó una vez más.

– Debo volver a la cocina.

– Por supuesto -dijo él sin perder la compostura-. Oh, puede que necesites esto -añadió y abrió un cajón del que sacó la diadema que Serena llevaba el día de la boda de Candace.

Serena tomó la diadema como si estuviera al rojo vivo.

– ,De dónde la has sacado? -preguntó al reconocer que era la suya.

Sin embargo, antes de que él pudiera contestar, Serena supo la respuesta.

– Te la dejaste en la terraza. Se te cayó mientras…bueno mientras estaba ocupada.

– ¿Mientras me besabas? -continuó ella, mirándolo a los ojos con firmeza.

– Tal y como yo lo recuerdo, tú eras la que me besabas.

– ¡Claro, porque me provocaste!

– Y fue muy agradable -señaló Leo sonriendo y se acercó a ella para limpiarle el rastro de la harina de su mejilla-. Eso sí que valdría un aumento.

Serena se sintió horrorizada ante la reacción de su cuerpo a la caricia de Leo. Su rostro se estremeció y tuvo que dar un paso atrás para no caer en el juego de su cercanía.

– Puede que esté desesperada por el dinero, pero no tanto -dijo ella, conservando su dignidad-. ¡Puedes quedarte con tu maravilloso trabajo si eso significa que tengo que ser amable contigo! -exclamó.

Serena se dio media vuelta y salió del despacho con un fuerte portazo.

La expresión de incredulidad en el rostro de Lindy cuando vio salir a Serena como una exhalación del despacho se tornó en compasión. La gente que osaba enfadar a Leo Kerslake no duraba mucho en el banco Erskine Brookes y, cuando Serena se calmó, se dio cuenta de que recibiría la notificación del despido en cualquier momento.

Sin embargo, no sucedió nada ni aquella tarde, ni al día siguiente y, poco a poco, Serena se fue relajando. Al fin y al cabo, Leo no la había tomado en serio y habría pensado que no iba a dejar su trabajo por un absurdo pique entre los dos.

Durante las dos siguientes semanas, Serena no vio mucho a Leo. De vez en cuando, lo veía en el comedor, pero estaba tan ocupado hablando con los directivos, que apenas advertía su presencia. Otras veces, lo veía de refilón montando en el ascensor y, cuando sucedía, su corazón latía con fuerza.

Un martes por la tarde, Serena esperaba en su furgoneta para salir del aparcamiento, cuando vio a Leo abandonando el banco acompañado por una bella jovencita rubia que le llevaba del brazo. La joven le sonreía y sus cabellos brillaban como el

oro bajo el sol del atardecer. Vestía un elegante traje de color rosa y unos zapatos de tacón; toda ella irradiaba riqueza y glamour.

Súbitamente, se dio cuenta su propio aspecto, vestida con vaqueros y una camiseta vieja y apretó el volante al verlos cruzar la calle, charlando animadamente y riendo.

Tan sólo el claxon del coche que se encontraba detrás, hizo que Serena volviera a la realidad. Salió en dirección contraria a la de Leo y la joven, diciéndose una y otra vez que no era asunto suyo con quién saliera Leo. Sin embargo, aquella tarde tampoco pudo olvidar la imagen de Kerslake acompañado de la joven rubia. Afortunadamente, Candace la llamó y, de aquella forma, distrajo su atención.

– Vente a cenar mañana por la noche -dijo Candace que acaba de volver de su luna de miel en las Maldivas-. Podremos hablar y verás las fotos de la boda.

Serena no estaba segura de querer pasar la noche viendo fotos que le recordarían a Leo, pero el plan era más alentador que una velada sola en su casa y pensando en lo mismo.

– Me encantaría -contestó.

Al día siguiente, Serena se encontraba de mejor humor y contenta de salir de casa aquella noche. Sin embargo, su buen humor se vio empañado cuando vio a Leo y a su novia rubia en el comedor del banco. Aunque la mesa en la que estaban sentados estaba ocupada también por otros ejecutivos, la joven no tenía ojos más que para Leo.

Como no le habían dado la orden de que sirviera un menú especial, se dispuso a servir el menú del día. Se acercó a la mesa para colocar unos rollitos de aperitivo y su nerviosismo le jugó una mala pasada. Consciente de que Leo la observaba, a Serena se le cayó la cesta en la que llevaba el aperitivo, que se desparramó por toda la mesa. Ante el desastre, se apresuró a limpiarlo, pero tiró un vaso de agua y tuvo que deshacerse en disculpas.

Roja de vergüenza, Serena arregló el desastre y se retiró, advirtiendo que Leo no apartaba la vista de ella. Podía imaginar la sonrisa de sarcasmo que cruzaría su rostro al ver que él era la causa de su turbación.

Fue un alivio cuando su jornada laboral terminó y pudo montar en un taxi con dirección a la nueva casa de Richard y Candace. Lo único que necesitaba era una copa que la animara y la hiciera olvidar la vergüenza que había pasado por la mañana.

Candace estaba guapa y morena y, cuando vio a Serena, la abrazó rebosante de felicidad.

– ¡No sabes lo maravillosa que es la vida de casada! -exclamó mientras la dirigía al salón.

Pero Serena se quedó paralizada en la misma puerta al ver que Leo se encontraba en la misma habitación hablando con Richard. En cuanto se

percató de la presencia de Serena, guardó silenc y la miró.

– ¡No sabía que ibas a estar aquí! -dijo ella s pensar.

– Para mí también es una sorpresa tu presenc en esta casa -señaló él con frialdad.

Sus ojos grises mostraban una extraña expr sión, una mezcla de diversión, irritación ante constante antagonismo de Serena e, incluso, apr cio ante el aspecto de Serena. Llevaba, como sier pre, sus vaqueros, pero, en aquella ocasión, los h bía conjuntado con una camiseta de color ver, esmeralda que contrastaba con el cobre de su pel

– Nos pareció una buena idea el que estuviera los dos aquí -dijo Richard con cierto nervi sismo-. El padrino y la dama de honor junte Además, supongo que querréis ver el vídeo de boda.

Serena no pudo imaginar ni una sola cosa q le apeteciera menos.

– Estábamos allí, Richard -señaló-. Ya sabemos lo que pasó. ¿Podemos ver las fotos de las Mato vas?

– Puedes verlas después -señaló Candace, q ya estaba acostumbrada a la forma de ser de amiga-. El vídeo es muy divertido -añadió y tendió a Serena una copa de vino-. Ponlo, cariño.

Leo Y Serena fueron colocados juntos en frente de la television mientras Richard preparaba el video.

– Te encantará -dijo Richard a Serena.

Richard conectó el vídeo y se fueron sucediendo las imágenes de la ceremonia y de la recepción posterior. Apareció en él, Leo con su expresión ausente y Serena, con su horrible vestido y su aspecto de encontrarse fuera de lugar. Más tarde se sucedieron las escenas del baile y Serena tembló ante la idea de que la hubieran filmado bailando con Leo. Desgraciadamente, así había sido y se vio en brazos de Leo, como si se encontrara en los del hombre de su vida, relajada y con los ojos cerrados. El rostro de Leo no podía verse, pues el cabello de Serena lo tapaba.