Serena sintió que no sabía si pegar a Richard, a Leo o marcharse de allí inmediatamente. ¿Y si habían filmado el beso?
– Vaya forma de bailar -señaló Richard, mirando pícaramente a Leo.
Leo no se inmutó, sentado en el sofá y tan sólo una sonrisa irónica apareció su rostro.
– ¿Pero qué dices, Richard? ¡Sólo es un baile! -se apresuró a decir Serena, abochornada.
Por fin, el vídeo terminó y Serena pudo respirar aliviada. Candace se aclaró la garganta, decidiendo que había que cambiar de tema.
– Cuéntanos algo sobre tu nuevo trabajo, Serena. ¿Estás trabajando para alguien agradable?
Serena miró de reojo a Leo y se enfureció al ver que él parecía estar divirtiéndose con todo aquello.
– No creo que «amable» sea la palabra mas adecuada para describirle -dijo ella.
– Serena está trabajando para mí -desveló Leo.
– ¿De veras? -preguntó Candace, sorprendida-.¡Qué coincidencia tan alucinante!
– Alucinante -repitió Serena.
Richard miró a Leo con complicidad. -¡Apuesto a que no es la empleada más fácil de llevar! ¿Cómo demonios puedes dominarla?
Leo miró a Serena, que le devolvió la mirada con la agresividad de sus ojos verdes.
– Con mucho cuidado -señaló él.
A Serena la velada le pareció interminable y, cuando por fin terminaron de ver las fotos y de contar lo sucedido en la luna de miel, respiró aliviada. Apreciaba mucho a su amiga Candace, pero todo aquel revuelo de recién casados la aburría.
Cuando Leo explicó que, a la mañana siguiente, tenía que trabajar temprano y que debía retirarse, se ofreció para llevar a Serena a su casa y tal era su agotamiento, que aceptó.
– Gracias -dijo una vez en el coche-. Lo único que saco en claro de estas cosas es que no quiero casarme.
– Desde luego, no tenías aspecto de divertirte mucho -dijo Leo, mientras ponía en marcha el coche.
– La boda ya fue suficiente como para aguantar encima un vídeo -protestó ella-. ¡Qué raro que no hayan hecho camisetas de la boda! -bromeó-. ¿Y por qué Candace empieza ahora todas sus frases con «Richard dice», «Richard piensa»'? ¡Ella solía pensar por sí misma antes!
– Ésa no es la razón por la que estás en contra del matrimonio, ¿verdad? -dijo Leo, mirándola de vez en cuando.
– ¿Qué quieres decir?
– He hablado con Candace antes de que llegaras y me ha contado lo de Alex -explicó él-. Dice que te rompió el corazón.
– Lo hizo en su momento, pero ahora, cuando vuelvo la vista atrás, creo que recibí una buena lección -señaló ella sin dejar de mirar al frente-. ¿Te dijo que era un hombre casado?
– Sí, y que tú eras muy joven.
– Tenía veintiún años y era demasiado tonta como para darme cuenta de por qué era tan poco claro en algunas respuestas. Más tarde, su mujer se enteró y vino a verme. Fue horrible -explicó Serena-. La mujer se encontraba destrozada por el engaño de Alex y, además, él la hizo creer que yo era la que le había manipulado y la que le estaba obligando a abandonarla para que se casara conmigo.
Durante unos instantes, Serena guardó silencio y pensó en lo mucho que la mujer de Alex le recordaba a su propia madre. Su padre nunca la había engañado, pero sí humillado de otras maneras.
Le hubiera gustado recordarlo antes de conocer a Alex, pero no lo olvidaría nunca más.
– No sé por qué Candace tiene que hablar de mí contigo -señaló con cierto disgusto Serena.
– Se preocupa por ti -dijo Leo inesperadamente-. Me ha contado que tú la ayudaste con otros problemas en el pasado y que nunca le has reprochado el haber tenido que vender el negocio, aunque sabe lo mucho que representaba para ti.
– Oh, bueno -comenzó ella un poco avergonzada de lo mucho que Candace le había contado-… Supongo que todo ha sido para bien. Por lo menos, eso me ha dado la oportunidad de poder ahorrar para mi propio restaurante. Es lo que en realidad deseo.
– ¿Ah sí? -dijo Leo y la miró aprovechando un semáforo en rojo-. ¿Estás segura de que no albergas un secreto deseo de casarte como ha hecho Candace?
Serena contempló el magnífico perfil de Leo y sus fuertes manos al volante del coche. Su corazón llevaba la contraria a su razón.
– Estoy segura -dijo por fin con más ahínco del necesario.
– En ese caso, creo que puedo ayudarte.
– ¿Ayudarme? -preguntó ella, mirándolo perpleja-. No necesito ninguna ayuda.
– Tengo que hacerte una proposición -dijo él.
– Una de tipo financiero
– ¿Un trabajo?
– Algo así. ¿Está muy lejos tu apartamento? -En el próximo cruce -dijo Serena, sorprendida. -En ese caso, ¿puedo explicártelo cuando lleguemos? Es un poco complicado.
– De acuerdo -concedió ella.
Minutos más tarde, en el apartamento, Serena se dirigió a la cocina para preparar un café y tras ella caminaba Leo.
– ¿Y bien? -dijo ella con nerviosismo-. ¿Me vas a contar algo más de la misteriosa proposición?
– Es sencillo -dijo él con calma-. Necesito una novia.
Serena sintió que el corazón le daba un vuelco y derramó el café sobre la encimera. -¿Que necesitas una qué?
– Una novia.
– ¡Pero yo creía que no querías casarte!
– No quiero. He dicho que necesito una novia, no una esposa.
Completamente perdida, Serena puso la cafetera en el fuego.
– No entiendo -dijo.
– Te lo explicaré, aunque va a ser un poco largo -señaló y se apartó de la nevera para meter las manos en los bolsillos de su pantalón y mirar al suelo.
– Sabes que he heredado todas las participaciones del banco de mi madre -dijo por fin-. Lo que, probablemente, no sabrás es que mis padres se mataron cuando yo tenía dieciséis años, así que no tuvieron tiempo para dejar nada dispuesto de mi herencia. Como resultado, yo no he podido heredar hasta cumplidos los treinta años.
La cafetera marcó que el café estaba listo y Serena lo apartó del fuego de forma automática.
– No sabía nada de eso -dijo ella muy pendiente de lo que él explicaba-. Creí que llevabas mucho tiempo en Erskine Brookes.
– Que va. Podría haberlo hecho, pero preferí esperar y saborear un poco mi libertad antes de asumir tanta responsabilidad. He crecido con la presión de saber lo que me esperaba.
Leo se detuvo unos instantes para retomar el hilo de sus pensamientos.
– Después de que mis padres se mataran, todo empeoró, pues la presión se hizo aún mayor; todos me decían cómo debía actuar y lo que debía hacer. pues era lo que mis padres habrían querido. Terminé los estudios como un niño bueno y fui a la universidad, porque era lo que se esperaba de mí, y más tarde, descubrí, que si quería saber lo que era la libertad, tenía que aprovechar aquel momento, ya que debía incorporarme al banco tan pronto como terminara la carrera. Cuando anuncié que iba a darme una vuelta por el mundo, en lugar de incorporarme al banco, el resto de los socios se llevaron las manos a la cabeza.
¿Encontraste lo que buscabas? -preguntó ella.
Leo hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
– Encontré mucho más de lo que esperaba. La libertad fue un descubrimiento maravilloso; vi que podía hacer lo que me quisiera, en el momento en que yo eligiera y sin tener que pensar en el banco o en lo que esperaban de mí -explicó y de pronto se detuvo para mirarla-. Supongo que estarás preguntándote qué tiene todo esto que ver contigo, ¿no?
– Parece que va a ser una larga historia -dijo ella, colocando la cafetera y unas tazas en una bandeja para llevarlo todo al salón-. Creo que debemos ponernos cómodos. Sigue -añadió-. ¿Qué te hizo volver al banco si lo odiabas tanto?
– Una vez que fui libre para vivir mi propia vida, olvidé el odio y fui necesitando algo en qué ocuparme, un reto y eso es lo que Erskine Brookes representa para mí. Supongo que siempre supe que el banco sería mío y, en el fondo, nunca he querido defraudar a mis padres. Pero quiero hacer que el banco sea mío, hacer las cosas a mi manera y no a la de mi abuelo -señaló él y aceptó la taza que Serena le tendía desde el otro lado del sofá.