– Así que decidiste dar por terminado el período de libertad, ¿no?
– Sólo en la medida en que fuera necesario -dijo Leo-. Sabía que, si quería llevar con éxito el banco, tendría que comprometerme hasta cierto punto, pero todavía sé que soy libre, porque puedo
dejarlo todo si quiero. Mañana podría Levantarme y volver a la vida que llevaba antes, porque no tengo ningún compromiso personal, no tengo mujer, ni hijos, en mi vida no hay nada que me ate. Ésa es la auténtica libertad, y es la única para la que no estoy preparado a renunciar.
– Entiendo -dijo Serena, tratando de evitar la desilusión que provocaban sus palabras-. ¿Y qué pasó cuando decidiste regresar y reclamar tu herencia?
– Pues no fui recibido con los brazos abiertos, precisamente. Los socios y la directiva se habían acostumbrado a hacer las cosas de una determinada forma y se horrorizaron al ver que yo quería enterarme de todo lo que se hacía en el banco. Son demasiado tradicionales. ¿Te has fijado en lo anticuado que es el vestíbulo? -preguntó él y Serena afirmó con la cabeza-. Supongo que es una demostración más de una forma de pensar. No les gustan los cambios, así que tengo que hacer las cosas con mucho cuidado.
Leo se levantó del sofá con la taza de café entre sus manos y siguió contándole a Serena sus planes futuros para el banco. Hablaba como para sí mismo.
– Quisiera que el banco se expandiera y he estado estableciendo otros contactos para tantear la posibilidad de una absorción. Naturalmente, con la absorción veré quién tiene el poder, si la junta directiva o yo. Si no lo consigo, ellos lo entenderan como una victoria de las ideas tradicionales, y yo tendré que luchar con más fuerza si quiero cambiar algo.
– ¿Y por qué no les presionas como haces con el resto de la gente? -preguntó Serena-. ¿Cuál es el problema?
– Redmayne y Cía es un banco de tipo familiar como el mío, y Bill Redmayne, el presidente, quiere que el banco se quede en el patrimonio familiar. Sus hijos, sin embargo, están deseosos de vender parte de sus acciones.
– Pues si quieren vender, ¿por qué no les dices que convenzan a su padre?
– Esa era la idea original -dijo Leo-; desgraciadamente, he descubierto otro problema. -¿Oh? ¿Cuál?
El vaciló unos instantes y colocó la taza sobre la mesa.
– El verdadero problema es Noelle Redmayne.
CAPÍTULO 4
– Puede que te fijaras en ellas en la comida de hoy -dijo Leo-. Es una joven muy atractiva.
– Sí, me he fijado -dijo ella fríamente-. Pero por tu forma de tratarla yo no diría que representa un problema para ti.
– Noelle y su hermano son mis contactos con Bill Redinayne -explicó Leo-. Como es natural, he tenido que citarme con ellos frecuentemente para que no pierdan la sensación de que nos interesa mutuamente esta operación y así, tengo tiempo de que su padre ceda por el bien de todos.
– No creo que entretener a alguien corno Noelle sea una tarea desagradable -señaló Serena-. ¿O me vas a decir que tu relación con Noelle es estrictamente profesional?
Leo cambió de expresión y pareció contener un su ira con cierta dificultad.
– Así me gustaría que fuera -dijo con el ceño fruncido-. Mi prioridad en estos momentos es la fusión de los dos bancos, aunque, desgraciadamente, Noelle parece estar interpretando erróneamente mis intenciones. Cree que la unión es tanto personal como financiera y ése es el problema.
Creo que está interesada en el matrimonio.
– ¿Y no le has dicho que tú no lo estás? ¡No lo mantienes en secreto con nadie más! -dijo Serena, dejando entrever que estaba celosa.
– No puedo arriesgarme a enfrentarme con Noelle en estos momentos. Necesito su voto a favor y su influencia sobre su padre. Bill Redmayne hará lo que ella diga. Si le digo directamente que no estoy interesado en casarme con ella, puede retirarme su apoyo; y si espero a que la unión de los bancos se haya efectuado, su padre puede decirme después que engatusar a su hija ha sido una maniobra para conseguir nm¡ propósito.
– Sí, entiendo que la situación es problemática -concedió Serena, al reflexionar sobre el tema más fríamente.
– Lo único que tengo que demostrar a Noelle es que está perdiendo el tiempo conmigo. No sabía cómo hacerlo, pero se me ha ocurrido la forma cuando veíamos el vídeo esta noche.
– ¡Me alegro de que lo hayas encontrado revelador!
– ¿No te diste cuenta de que parecíamos un par de enamorados? -preguntó él.
Serena se sonrojó.
– Pero no lo somos.
– No, pero podríamos haber engañado a cual quiera; el mismo Richard hizo un comentario sobre ello.
– ¿Qué es exactamente lo que estás sugiriendo? -preguntó ella.
– Te estoy ofreciendo un trato. Yo te pagaría una suma considerable, digamos cinco mil libras, si te haces pasar por mi novia mientras duren las negociaciones sobre la unión de los dos bancos y así convencer a Noelle de que no estoy disponible para casarme. Será cuestión de pocas semanas; creo que la oferta es bastante generosa.
– Esa unión debe ser muy importante para ti -señaló ella, tratando de comprender bien lo que le había propuesto.
– Mi libertad también -dijo Leo-. Me importan ambas cosas.
– ¿Y por qué me lo has pedido a mí?
– Creo que la respuesta es sencilla. Podría habérselo pedido a muchas mujeres. pero sólo tú me has dejado bien claro que no te interesa el matrimonio y no eres hipócrita con el tema del dinero.
Te estoy ofreciendo la oportunidad de ganar una importante suma para tus ahorros. No es muy probable que ganes cinco mil libras tan fácilmente.
– ¡Yo no creo que fingir que estoy enamorada de ti sea cosa fácil! -exclamó ella.
– Pues no tuviste muchas dificultades en fingirlo en la boda -señaló él.
– ¡No estaba fingiendo!
Leo mostró su sorpresa con un gesto burlón. -No querrás decirme que estabas enamorada de mí, ¿verdad?
– Sabes perfectamente que no -replicó ella inmediatamente-. Sólo te besé porque tú me provocaste.
– Fuiste muy convincente -dijo Leo-. Por eso creo que no tendrás dificultades en fingir que me quieres y menos aún sabiendo lo que voy a pagarte.
Aquel último comentario hirió la sensibilidad de Serena y apartó toda tentación de aceptar aquel trabajo.
– Me temo que tendrás que encontrar a otra persona que esté dispuesta a representar ese papel. A mí no me interesa.
– Eres demasiado testaruda, Serena. Ya te he dicho que puedes arrepentirte alguna vez de tu forma de ser.
– ¿Quieres decir que estoy despedida?
– No, sólo quiero que lo pienses un poco más. Puede que cambies de opinión.
– Nunca cambio de idea.
Leo sonrió y se terminó su café.
– Ya veremos -dijo dejando la taza sobre la bandeja.
– ¿Serena?
Con el auricular junto al oído, Serena luchaba contra las sábanas y la almohada para incorporarse sobre la cama. Con los ojos medio cerrados, miró torpemente el despertador y comprobó que eran las cuatro y cuarto de la madrugada. El insistente timbre del teléfono había interrumpido sus sueños sobre Leo.
– ¿Madeleine? -dijo adormilada, al reconocer vagamente la voz de su hermana-. Madeleine, ¿qué pasa?
– Se trata de Bobby -respondió su hermana quien rompió a llorar amargamente.
Tardó varios minutos en reponerse y, por fin, le contó a Serena que Bobby, su hijo menor, había tenido que ser hospitalizado al haber sufrido un ataque indeterminado mientras desayunaba. Al parecer, los médicos no sabían cuál era la causa y tenían que someterle a varias pruebas.