– ¿Qué es lo que voy a hacer, Serena? Las facturas del hospital son tan elevadas…
Serena todavía pensaba en su hermana como la niña pequeña que necesitaba ser protegida. Desde que su marido, Chris, se divorció, ella había sido el único apoyo de Madeleine, así que, si necesitaba dinero, lo conseguiría y sabía cómo hacerlo. Por mucho que hubiera rechazado la oferta de Leo, en aquellos momentos, tenía una buena razón para aceptarlo y solucionar él problema de su hermana.
– Creo que sé lo que vamos a hacer -dijo a su hermana-. Tú sólo ocúpate de cuidar a Bobby y yo me encargaré del dinero. Con un poco de suerte, podré hacerte un giro hoy mismo a última hora.
– Pero, Serena, es que va a ser muy caro -protestó Madeleine con nerviosismo-… y a ti tampoco te sobra.
Serena cruzó los dedos.
Dentro de pocas horas me sobrará.
Vacilante, Serena se frotaba las pianos sudorosas en sus vaqueros mientras se debatía frente a la puerta del despacho de Lindy. Se preguntaba si Leo habría cambiado de idea o si habría encontrado a alguien mejor.
Decidida, por fin, a disipar todas sus dudas, abrió la puerta esperando encontrar a Lindy sentada junto a su mesa; sin embargo, encontró a Leo al lado de su secretaria, dictándole una carta.
– Serena -dijo él con cierta expectación-. ¿Querías verme?
– Sí -dijo ella.
– Entra a mi despacho.
El rostro de Lindy mostraba una indecible curiosidad cuando Leo abrió la puerta de su despacho y dejó pasar primero a Serena. Más tarde, cerró la puerta tras ella.
– ¿No quieres sentarte? -preguntó él, después de unos tensos minutos de silencio en los que ambos se miraron sin saber qué decir.
– Oh, sí, sí -dijo ella con precipitación.
– ¿Y bien? -preguntó Leo con impaciencia al ver que Serena no decía nada
– Es sobre la oferta que me hiciste ayer por la noche -replicó ella con brusquedad.
– ¿La que rechazaste? -señaló él en un tono distendido, pero con la mirada fija en ella.
– Sí… yo… he cambiado de idea.
– ¿No decías que nunca cambiabas de idea? -recordó Leo.
Serena humedeció sus labios y se dio cuenta de que aquella conversación no le iba a resultar en absoluto fácil.
– Bueno, pues he cambiado de idea, pero me gustaría hablar otra vez del precio.
– Sorpresa, sorpresa -dijo él con sarcasmo y se retrepó en su sillón de cuero-. ¿Y cuánto crees que vales. Serena?
– Veinte mil libras.
Leo se incorporó inmediatamente sin disimular su sorpresa.
– ¿Cómo?
– En efectivo -siguió Serena con calma-. Ycinco mil por adelantado.
Se produjo un incómodo silencio.
– Creí haber conocido a mujeres mercenarias pero tú las has superado a todas con creces -dijc él-. Sé que te valoras mucho, pero no sabía qui tanto. ¡Esto se parece más a una extorsión!
– Puedes permitírtelo -dijo Serena con resolución-. Si la unión de los bancos y tu libertad son tan importantes, yo valgo veinte mil libras.
– ¡Tendrás que resultar muy convincente por esa suma tan enorme de dinero!
Serena levantó la barbilla con arrogancia y lo miró directamente a los ojos.
– Lo seré.
– Me pregunto… -comenzó Leo, levantándose de su sillón y acercándose a ella lentamente y con las manos en los bolsillos del pantalón.
Su figura, de considerable estatura, la cubrió por completo de forma amenazadora y Serena se levantó vacilante. Ambos se miraron y en el rostro moreno de Leo sólo resaltaba la claridad plateada de sus ojos, frente a la viveza del verde de los de Serena. La luz que entraba por el ventanal, de espaldas a ella, dotaba a su cabello largo de un fuerte color cobrizo que la rodeaba como un aura. Llevaba la melena recogida en la nuca y Leo, de manera impersonal, la soltó extendiendo la mata de cabellos sobre sus hombros. Después, sus dedos recorrieron el* rostro de Serena desde la sien, siguiendo el ángulo de sus mejilla, hasta sostenerla por el cuello, alzando así su barbilla.
– Creo que tendrás que demostrarme lo convincente que vas a ser -murmuró.
Serena encontró, entonces, dificultades para respirar. Todos sus sentidos se alertaron bajo su caricia, tan cálida y a la vez tan firme. Sabía que tenía que decir algo, que tenía que recordarle que su contacto no era sino una transacción económica, pero se encontraba aturdida bajo aquella mirada de plata y enmudeció.
– Si no fuera porque veo el dinero asomar en tus hermosos ojos verdes, creería en tu palabra -dijo Leo-, pero tal y como están las cosas, creo que debo comprobar si merece la pena lo que voy a desembolsar.
Serena abrió la boca, pero nunca supo lo que podría haber dicho, ya que, inmediatamente después, los labios de Leo cubrieron los suyos. En aquel instante, Serena olvidó el lugar en el que se encontraba bajo una fuerte sensación de placer.
Con un gemido como respuesta instintiva, Serena se unió a él y dejó que sus manos exploraran su torso y su espalda, sintiendo la musculatura bajo la suave textura de su camisa.
Leo la abrazó con fuerza y con un movimiento decidido sacó la blanca camiseta de Serena del vaquero, para acariciar directamente su piel.
Serena se estremeció ante el excitante contacto de su mano en su espalda y se arqueó de placer, hasta que perdió el control.
Fue Leo el que de pronto se detuvo. Arrastrada por el placer, Serena había olvidado todo menos la necesidad de saciar su deseo; por ello, cuando él apartó la mano de su espalda y le colocó de nuevo la camiseta, se quedó perpleja mientras ambos trataban de recobrar el ritmo normal de sus respiraciones.
– Creo que podemos cerrar el trato -dijo él por fin.
– ¿Trato? ¿Qué trato? -preguntó ella, sintiendo que sus piernas le fallaban.
El beso había sido tan arrebatador y tan apasionado, que a Serena le costó trabajo volver a la realidad y recordar que todo aquello lo estaba haciendo para pagar las facturas médicas de su hermana.
– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó ella, vacilante. Leo metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió hacia el ventanal.
– Lo que pasa es que tenemos que ir de comprar como primer punto en nuestro plan -dijo él. -¿De compras? -dijo ella sorprendida. -Necesitas ropa nueva.
– ¿Para qué? ¿Qué hay de malo en la ropa que llevo?
Leo se dio la vuelta y volvió a mirarla.
– Los vaqueros y las camisetas no dan la impresión adecuada -dijo-. Por lo que recuerdo, no debes tener más que vaqueros y camisetas, así que necesitas un toque de elegancia.
– ¡Yo no quiero ningún toque de elegancia!
– Si quieres parecer mi novia, tendrás que parecerlo.
– Tengo mi vestido rojo -dijo ella con mal humor.
– No puedes llevar ese vestido todos los días.
– ¡Todos los días! ¿Cuántas veces voy a tener que representar el papel?
– Tantas como sea necesario -dijo con frialdad-. Y por el precio que voy a pagar, creo que será muy a menudo.
– Entiendo -señaló ella con una mirada de resentimiento.
Serena no entendía cómo era posible que se besaran con tanta pasión y después, las cosas siguieran igual entre ellos.
– Bueno, si me vas a pagar, creo que deberíamos repasar las obligaciones a las que me vas a someter. ¿Puedes concretar un poco más lo que incluye el servicio por el que me pagas?
– Te pago por estar disponible -dijo Leo con brutal franqueza-. Esta noche tengo que asistir a un cóctel, así que puedes venir conmigo. Noelle estará allí y, por lo tanto, será un buen sitio para presentártela. Después, tendrás que estar disponible por las noches en caso de que te necesite para alguna otra función. Una vez que se corra el rumor de que estamos comprometidos, estoy seguro de que se te incluirá en muchas invitaciones.