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– No trabajamos hasta las siete y media, -dijo uno de los trabajadores.

– Estoy segura que estás equivocado, -Henry mintió-. Empezamos mucho antes.

Otro obrero se rascó la cabeza.

– Creo que no, Srta. Henry. Pienso que empezamos a las siete y media.

Dunford sonrió burlonamente.

– Conjeturo que la vida en el campo no empieza tan temprano después de todo. -Tuvo el descuido de mencionar que en Londres casi nunca se despertaba antes del medio día.

Ella lo miró furiosa una vez más.

– ¿Por qué estas tan quisquillosa? -Le preguntó, moldeando sus rasgos en una máscara de chico inocente-. Pensé que te agrada mi presencia aquí.

– Me gustaba, -ella rechinó.

– ¿Y ahora ya no? Estoy abatido.

– La próxima vez podrías ayudarme en lugar de observarme cargar piedras a través de la porqueriza.

Él se encogió de hombros.

– Te dije que no tengo experiencia en construir. No querría arruinar el proyecto entero.

– Supongo que estás en lo correcto, -dijo Henry.

Su voz era demasiado suave. Dunford se preocupó. La miró dudoso.

– Después de todo, -continuó ella-, si la porqueriza anterior se hubiese construido correctamente, no tendríamos que levantar ahora una nueva.

Dunford repentinamente se sintió un poco intranquilo. Ella se veía demasiado contenta de sí misma.

– Por lo tanto, probablemente es sabio no dejar a alguien tan inexperto como tú con cuestiones sobre la estructura de la obra.

– ¿A diferencia de aspectos no estructurales? -Preguntó él secamente.

Ella resplandeció.

– ¡Exactamente!

– ¿Qué significa?

– Significa… -Ella cruzó el corral y recogió una pala-. Felicidades, Lord Stannage, ahora es el jefe de pala, el señor del agua sucia.

Él no creyó que su sonrisa pudiera aumentar un poco más, pero lo hizo. Y ella no ocultaba ni una pizca la expresión de felicidad. Sacudió con fuerza su cabeza hacia un montón de algo hediondo que Dunford no había visto antes y volvió caminando hacia los otros trabajadores.

Necesitó todo su control para correr tras ella y pegarle con la pala en el trasero.

Capítulo 5

Dos horas más tarde estaba listo para matarla. Aún indignado, sin embargo, reconoció que el asesinato no era una opción viable, así que se contentó ideando diversos planes para hacerla sufrir.

Decidió que la tortura era demasiado trillada, y él no tenía estómago para torturar a una mujer. Aunque… miró al personaje de los pantalones abolsados. Parecía sonreír cuando sacó a tirones unas piedras. Ella no era una mujer ordinaria.

Él negó con la cabeza. Había otras formas de hacerla desgraciada. ¿Una serpiente en su cama quizá? No, a la maldita mujer probablemente las serpientes le gusten. ¿Una araña? ¿No odia todo el mundo a las arañas? Se apoyó en su pala, bien consciente que actuaba infantilmente y no le importaba en lo más mínimo.

Él había probado de todo para salir de esta tarea repugnante, y no sólo porque el trabajo era difícil y el olor era… bien, el olor era repelente, no había nada que hacer sobre eso. Principalmente no deseaba que ella sintiera que lo había superado.

Y lo había superado, la pequeña jovenzuela infernal. Lo tenía, a él, un Lord del reino (si bien uno bastante reciente) en medio de agua sucia recogiendo estiércol y Dios que sabe qué otras cosas más, de las que no quería saber. Y lo tenía bien arrinconado, porque no podía darse por vencido y salir de esa faena, sería admitir que era un afeminado elegante de Londres.

Él había señalado que toda el agua sucia, estiércol y el barro se metería en medio de la construcción de la porqueriza. Ella meramente le había dado instrucciones de meterlo en el centro.

– Puedes aplanarlo más tarde, -le había dicho.

– Pero algunos podrían ponerse zapatos y no embarrar más el suelo.

Ella se había reído.

– Oh, estamos acostumbrados a eso. -Su tono había implicado que era más resistente que él.

Rechinó sus dientes y pateó con la pala un montón de agua sucia, estiércol y barro. El hedor era más que abrumador.

– Me dijiste que los cerdos eran limpios.

– Más limpios de lo que las personas usualmente tienen idea, pero no como tú y yo por ejemplo. -Ella miró sus botas sucias, había diversión bailando en sus ojos-. Bien, casi siempre.

Él masculló algo inaudible antes de devolverle el tiro,

– Pensé que no les gusta… Tú sabes.

– No lo hacen.

– ¿Excremento? -No le costó mucho presentar su demanda, plantó la pala en el suelo y se puso su otra mano en la cadera.

Henry caminó alrededor e inhaló por la nariz el aire por encima del montón que él hacía.

– Oh, querido. Bien, adivino que se mezcló por accidente. Ocurre a menudo, en verdad. Estoy tan apenada. -Le sonrió y regresó al trabajo.

Él dejó salir un gruñido discreto, principalmente para sentirse mejor, y marchó encima del montón de agua sucia. Razonó que podría controlar su temperamento. Siempre pensó en sí mismo como un hombre tranquilo. Pero cuando oyó a uno de los hombres decir,

– El trabajo es más rápido ahora que ustedes ayudan.

Todo lo que pudo hacer era no estrangularla. No sabía por qué ella había olido tan mal el día que él llegó, pero ahora estaba claro que no fue por estar de rodillas en el cieno, ayudando a construir la porqueriza.

Una neblina roja de furia le cegó cuando se preguntó qué otras tareas repugnantes ella pensaba hacer para convencerle de que eran quehaceres diarios del señor de la hacienda.

Rechinó sus dientes con fuerza, metió la pala dentro de la mezcla maloliente, recogiendo un poco de arriba, y lo llevó hasta el centro de la porqueriza. En el camino, sin embargo, se deslizó el fango fuera de la pala, encima de los zapatos de Henry.

Qué pena.

Ella pasó rápidamente alrededor. Él esperó que le dijera precipitadamente "¡Hiciste eso a propósito!" Pero siguió silenciosa, inmóvil excepto por un leve estrechamiento de ojos. Entonces, con un golpecito de su tobillo, el agua sucia salpicó encima de sus pantalones.

Ella sonrió irónicamente, en espera que le dijera, "¡Hiciste eso a propósito!" Pero él también guardó silencio. Entonces él le sonrió, y ella supo que estaba en problemas. Antes que ella tuviera tiempo para reaccionar, él alzó su pierna y plantó la suela de su bota contra sus pantalones, dejando una huella enlodada en el frente de su muslo.

Él alzó su cabeza, en espera de que tomara represalias. Ella brevemente consideró recoger un poco de agua sucia con sus manos y restregarla en su cara, pero decidió que él tendría demasiado tiempo que reaccionar; Además, ella no llevaba puestos guantes. Miro rápidamente a la izquierda para confundirle, luego descargó de un golpe el pie sobre el suyo.

Dunford dejó escapar un aullido de dolor.

– ¿Es suficiente?

– ¡Tú lo iniciaste!

– Lo iniciaste tú antes aún de que llegase, intrigante, revoltosa…

Ella esperó a que le dijera que era una perra, pero él no lo podía hacer. En lugar de eso, la agarró de la cintura, la arrojó sobre su hombro, y caminó fuera de la porqueriza asustándola.

– ¡No puedes hacer esto! -Ella gritó, golpeando su espalda con unos puños sorprendentemente efectivos-. ¡Tommy! ¡Harry! ¡Alguien! ¡No le dejen a hacer esto!

Pero los hombres que habían estado trabajando en la pared no se movieron. Boquiabiertos, se quedaron clavados mirando la increíble escena, la Srta. Henrietta Barrett, quien no había dejado a alguien vencerla en años, siendo llevada por la fuerza de la porqueriza.

– Tal vez debamos ayudarla, -dijo Harry.