Tommy negó con la cabeza, observándola contorsionándose mientras desaparecían sobre la ladera.
– No sé. Él es el nuevo barón, sabes. Si llevarse a la fuerza a Henry, tiene derecho a hacerlo, presiento.
Henry obviamente no estuvo de acuerdo porque todavía gritaba,
– ¡No puedes hacer esto!
Dunford finalmente la bajó junto a un pequeño cobertizo, donde guardaban los aperos de labranza. Afortunadamente nadie estaba a la vista.
– ¿O?-Su tono fue completamente arrogante.
– ¿Sabes cuánto tiempo me ha tomado ganar el respeto de la gente de aquí?
– ¿Cuánto?
– Mucho tiempo, te diré. Un largo y duro proceso. Y tú lo arruinaste. ¡Fracasé!
– Dudo que la gente de Stannage Park vaya a dejar de respetarte por mis acciones.
– Él escupió-, ¿Aunque tú si que puedes provocar líos cómo lo que pasó hace un momento?
– Tú eres el que echó agua sucia en mis pies, en caso que no recuerdes.
– ¡Y tú eres la que me tuvo paleando esa mierda en primer lugar! -Se le ocurrió a Dunford que esa era la primera vez que había utilizado lenguaje soez con una mujer. Era asombroso como podía ponerlo tan furioso.
– Si no puedes manejar las tareas de la granja, puedes correr a tu casa en Londres. Sobreviviremos muy bien sin ti.
– ¿Eso es de lo que va esto? La pequeña Henry está aterrorizada de que le quite su juguete y estás tratando de deshacerte de mí. Bien, déjame decirte algo, se requerirá bastante más que una chica de veinte años de edad para ahuyentarme.
– No me provoques, -ella le avisó.
– ¿O qué? ¿Qué me harás? ¿Qué nuevos daños me causaras?
Para el horror absoluto de Henry, su labio inferior comenzó a estremecerse.
– Podría… lo puedo hacer… -Ella tenía que pensar algo; Tenía que hacerlo. No podía dejarlo ganar. Él la despediría de la hacienda, y la única cosa peor que eso, era tener que dejar Stannage Park y no verlo nunca más. Finalmente, a causa de la desesperación, ella balbució-, ¡podría hacer cualquier cosa! ¡Conozco este lugar mejor que tú! ¡Mejor que nadie! No me igualarás…
Rápido como un relámpago la inmovilizó contra el cobertizo y clavaba el dedo índice en su hombro. Henry no podía respirar, se había olvidado completamente de cómo hacerlo, y la mirada asesina en sus ojos hizo que sus piernas se volvieran jalea.
– No lo hagas, -él escupió-. No cometas el error de enojarme.
– ¿No estás enojado ahora? -Ella graznó con incredulidad.
Él le dejó ir abruptamente y sonrió. Irguió la cabeza, mientras ella resbalaba hacia abajo.
– De ningún modo, -le dijo suavemente. Ella se quedó quieta y se sentó en el suelo-. Quiero establecer algunas reglas básicas. -La boca de Henry se abrió involuntariamente. El hombre parecía un demente.
– Ante todo, no vas a volver a intentar deshacerte de mí, ninguno de tus complots, ni siquiera los más pequeños y tortuosos te van a servir.
Empezó a toser.
– ¡Y ninguna de tus mentiras!
Ella jadeó.
– Y… -se detuvo a mirar hacia abajo al rostro de ella-. Oh, Cristo. No llores.
Ella berreó.
– No, por favor, no llores. -Él trató de darle su pañuelo, pero se dio cuenta que estaba manchado con agua sucia, y lo empujó al fondo del bolsillo-. No llores, Henry.
– Nunca lloro, -ella se quedó sin aliento, apenas capaz de hablar entre sollozos.
– Lo sé, -dijo él apaciguadoramente, en cuclillas hasta su nivel-. Lo sé.
– No he llorado en años.
Él la creyó. Era imposible imaginarla llorando, era imposible creerlo si bien lo hacía frente a él. Ella era tan capaz, tan dueña de sí, de ningún modo el tipo de mujer que deja paso a las lagrimas. Y el hecho de haber sido él el causante le retorcía el corazón.
– Venga, venga, -le dijo torpemente, palmeando su hombro-. Ya, ya. Está bien.
Ella tomó unas bocanadas de aire, intentando aquietar sus sollozos, pero no tuvo efecto.
Dunford miró alrededor frenéticamente, como si las colinas verdes le pudieran decir de alguna manera cómo conseguir que dejara de llorar.
– No hagas eso. -Estaba fatal.
– No tengo ningún lugar adonde ir, -ella gimió-. Ningún lugar. Y a nadie. No tengo familia.
– Shhh. Está bien.
– Solamente quiero quedarme aquí. -Jadeó y se sorbió la nariz-. Quiero quedarme aquí. ¿Es tan malo?
– Claro que no, querida.
– Esta es mi casa. -Ella le contempló, sus ojos grises se volvieron plateados a causa de sus lágrimas-. O lo era, al menos. Y ahora es tuya, y puedes hacer cualquier cosa que quieras con ella. Y conmigo. Oh, Dios mío, soy tan tonta. Me debes odiar.
– No te odio, -le contestó él automáticamente. Era la verdad, por supuesto. Ella le irritaba y le disgustó infernalmente, pero no la odiaba. De hecho, ella había logrado ganar su respeto, algo que nunca daba a menos que se lo merecieran. Sus métodos podían haber sido retorcidos, pero estaba luchando por lo único en el mundo que amaba verdaderamente. Pocos hombres podrían reclamar tal firmeza de propósito.
Palmeó su mano otra vez, intentando apaciguarla. ¿Qué dijo acerca de poder hacer cualquier cosa que quisiera con ella? Eso ciertamente tenía poco sentido. Suponía que la podría obligar a dejar Stannage Park, si así lo deseara, pero eso realmente no constituía cualquier cosa. Aunque suponía que ese era el peor destino que Henry podía imaginar; Tenía sentido que ella estuviera un poco melodramática acerca de eso. Cálmate, algo escalofriante le golpeó. Hizo una nota mental para discutirlo con ella más tarde, cuando no estuviera tan perturbada.
– Ahora, Henry, -le dijo, pensó que ya era tiempo de relajar sus miedos-. No voy a expulsarte. ¿Por qué haría eso? Es más, ¿Te he dado yo alguna indicación que esa era mi intención?
Ella tragó saliva. Había asumido tendría que tomar la ofensiva en esta batalla de voluntades. Miró hacia él. Sus ojos castaños la miraban preocupados.
Quizá nunca había habido necesidad de una batalla. Tal vez ella debería haber esperado a evaluar al nuevo Lord de Stannage Park, antes de decidir que tenía que enviarle de regreso a Londres.
– ¿Lo hice? -Él preguntó suavemente.
Ella negó con la cabeza.
– Piensa acerca de eso, Henry. Sería un tonto en despacharte. Soy el primero en admitir que no sé nada acerca de labrar la tierra. O cualquier cosa de la hacienda, tendría que contratar a alguien para supervisarlo. ¿Y por qué debería traer a un desconocido, cuando tengo a alguien que ya sabe todo lo que se debe saber de ella?
Henry miró hacia abajo, incapaz de mirarlo a la cara. ¿Por qué tenía que ser tan razonable y agradable? Ella se sintió miserablemente culpable de todos sus planes para expulsarlo del distrito, incluyendo los que aún no había puesto en marcha.
– Lo siento, Dunford. Lo siento realmente.
Él rechazó su disculpa, no queriendo que ella se sintiera peor de lo que estaba.
– No has hecho ningún daño. -Él se miró hacia abajo sardónicamente-. Bueno, tal vez a mi vestuario.
– ¡Oh! ¡Estoy tan apenada! -Ella se echó a llorar de nuevo, esta vez horrorizada. Su ropa debía ser terriblemente cara. Nunca había visto prendas tan finas en su vida. Pensó que ese tipo de ropa no la manufacturaban en Cornualles.
– Por favor no te preocupes sobre eso, Henry, -le dijo, sorprendido por el tono de su voz, parecía que él le rogaba a ella para no se sintiera mal. ¿Cuándo pasaron a ser sus sentimientos tan importantes para él?- Si esta mañana no fue agradable, al menos fue…interesante. Y mi ropa valió el sacrificio si quiere decir que hemos alcanzado alguna tregua, me doy por satisfecho. No tengo deseo de ser despertado al amanecer dentro de una semana sólo para ser informado que tengo que matar a una vaca solo, sin ayuda.
Sus ojos se dilataron. ¿Cómo lo supo?