– Siento realmente pesar por lo de tus documentos, -dijo Henry, consciente que se había disculpado más ese día que todo el año pasado.
– También yo, -él dijo distraídamente-, pero siempre puedo escribir una carta a Leverett y hacerle mandar otra copia. La otra semana así no dolerá ".
– ¿Estás seguro? No quería arruinar cualquiera de tus planes.
Él suspiró, preguntándose cómo había sido trastornada su vida por esta mujer en menos de cuarenta y ocho horas. Corrección: Por esa mujer, un cerdo, y un conejo.
Él animó a Henry diciendo que los escritos destruidos no eran un contratiempo permanente y entonces se despidieron cortésmente, regresando a sus cuartos, él para leer algunos documentos que había traído y descansar un poco porque ciertamente lo necesitaba. Sin embargo él y Henry habían alcanzado una tregua, le repugnó todavía en cierta forma admitir que ella le había agotado. De alguna manera le hizo sentir como menos hombre.
Él se habría sentido mucho mejor si supiese que Henry se había retirado a su cuarto exactamente por la misma razón.
Más tarde esa noche Dunford leía en la cama cuando repentinamente se le ocurrió que iba a pasar otra semana antes de que averiguara exactamente cómo había provisto Carlyle a Henry en su testamento. Esa era realmente la única razón por la que había estado deseoso de leer el documento. Aunque Henry había insistido en que Carlyle no había perdido el tiempo con ella, Dunford lo encontró muy duro de creer. ¿Como mínimo Carlyle habría tenido que nombrar a un tutor para ella, verdad? Después de todo, Henry sólo tenía veinte años.
Ella era una mujer asombrosa, su Henry. Uno tenía que admirar su determinación sus propósitos. Aún con toda su capacidad, él todavía sentía un tipo extraño de responsabilidad para ella. Quizá había sido por el titubeo en su voz cuando ella se había disculpado por sus planes de expulsarle de Stannage Park. O la pura agonía en sus ojos cuando, admitió que no tenía un lugar a donde ir.
De cualquier forma, el caso era que quería constatar que ella tenía un lugar seguro en el mundo. Pero antes de que él pudiese hacer eso, tenía que comprobar que había proveído Carlyle para ella en su testamento. Otra semana no le daría mayor diferencia, ¿ verdad? Él se encogió de hombros y devolvió su atención al libro. Leyó durante varios minutos hasta que su concentración fue interrumpida por un ruido sobre el tapete.
Él buscó pero no vio nada. Descartándolo como el rechinamiento de una vieja casa, él comenzó a leer otra vez.
Pataleo, pataleo, el pataleo. Allí estaba otra vez.
Esta vez cuando Dunford miró hacia arriba, cogió un par de orejas negras sobre el borde de la cama.
– Oh, por el amor de Dios, -gimió-. Rufus.
En ese preciso instante, el conejo saltó encima de la cama, aterrizando de lleno en la parte superior del libro. Contempló a Dunford, con su rosada y pequeña nariz lo olfateó retorciéndose de arriba abajo.
– ¿Qué quieres, conejito?
Silenciosamente, Rufus, con una oreja sobre su estomago se recostó a su lado como diciendo "mímame”.
Dunford colocó su mano entre las orejas del conejo y comenzó a rascarle. Con un suspiro le dijo, "así ciertamente no estamos en Londres".
Entonces, el conejo descansó su cabeza en contra de su pecho, él se dio cuenta con sorpresa que no quería estar en Londres. De hecho, no quería estar en ningún otro sitio mas que aquí.
Capítulo 6
Henry pasó los siguientes días introduciendo a Dunford en Stannage Park. Él quiso aprender hasta el último detalle acerca de su nueva propiedad, y a ella le dio un gran gustó exponer las grandes calidades de la hacienda. Mientras viajaban por ella y sus alrededores, charlaron sobre esto y aquello, algunas veces acerca de nada en particular, otras sobre los grandes misterios de la vida. Para Henry, Dunford era la primera persona que había querido estar junto a ella fuera de la horas de trabajo.
Él estaba interesado en lo que ella tenía que decir, no sólo acerca de la hacienda, sino también sobre filosofía, religión, y la vida en general. Aún más satisfactorio fue el hecho de que a Dunford pareció importarle su opinión acerca de él. Se ofendió cuándo ella no se rió de sus chistes, y puso sus ojos en blanco cuando él no se rió de los Henry. Y ella le atacó haciéndole cosquillas.
En resumen, él se convirtió en su amigo. A pesar de que su estómago hiciese cosas extrañas cada vez que le sonreía… Bien, ella podría aprender a vivir con eso. Supuso que él tenía ese efecto en todas las mujeres.
No se le ocurrió a Henry que estos fueron los días más felices de su vida, Aunque había meditado acerca de ello, se percató que era más feliz de lo que nunca había sido.
Dunford estaba igualmente prendado de su compañera. El amor de Henry a Stannage Park era contagioso, y se encontró no sólo interesado en sus ingresos sino, en verdad, preocupándose por los detalles de la hacienda y sus personas. Cuando una de los inquilinas tuvo a su primer hijo, había sido idea suya llevarle una canasta de comida, así ella no tendría que cocinar en una semana. Y se sorprendió aún más, cuando pasó de visita por la porqueriza recién construida para deslizar una frambuesa a Porkus. El cerdo parecía ser goloso, él pensó que a pesar de su tamaño y olor, era un buen animal.
Pero habría pasado buenos momentos, aún si Stannage Park no hubiera sido de él, o no fuese tan hermosa. La compañía de Henry era encantadora. Poseía un frescor y una honradez que no había visto en años. Dunford tenía muchos amigos maravillosos, pero tras un largo tiempo en Londres, había comenzado a pensar que todo el mundo era un poco cínico y falso. Salvo algunas excepciones. Henry, por otra parte, era maravillosamente accesible y directa. Ni siquiera una vez, él vio la máscara familiar de aburrimiento de la vida. A Henry parecía importarle todo su ambiente y todo el mundo para permitirse estar aburrida.
Ella era como un niño con los ojos muy abiertos, estando dispuesta a creer lo mejor de todo el mundo. Tenía un ingenio sagaz y lo utilizaba para señalar los errores de los demás, sin ridiculizarlos por eso. Dunford se sintió inclinado a perdonarle a ella esta debilidad; Él usualmente estaba de acuerdo con su valoración de las personas.
De vez en cuando él se encontraba mirándola extrañado, preguntándose cómo cambiaba su pelo café chocolate a dorado por la luz del sol, o por qué siempre tenía vagamente olor a los limones… Bien, esa reacción era de esperarse. Ya que él no había estado con una mujer desde hacía mucho tiempo. Su amante estaba en Birmingham por unas dos semanas, visitando su madre, cuándo él salió a su nueva hacienda. Y Henry más bien lo podía atraer por su forma poco convencional de ser.
Lo que él sentía por ella era cariño, simpatía, hasta compasión y este sentimiento de alguna forma lejana se confundía en deseo. Pero ella era una mujer, y él era un hombre, era natural sentirse atraído. Y por supuesto la había besado una vez, Aunque había sido un accidente. Pero siempre recordaba ese beso cuando estaba junto a ella.
Tales pensamientos, sin embargo, estaban lejos de su mente, había pasado una semana desde su primer encuentro, recordándolo, se sirvió un trago en la sala de estar, mientras esperaba a Henry, que llegaría de un momento a otro para cenar.
Él se asusto. Era una vista espantosa. Para ser un poco convencional Henry se ponía un vestido para cenar, y eso significaba ponerse una de esas horrendas prendas de vestir, él se estremeció al llamarlas trajes de noche. Para otorgarle crédito, parecía consciente de que le quedaban fatales. Para darle un mayor crédito, ella lograba parecer como si no tuviera importancia su vestimenta, sin embargo, él había empezado a conocerla bien durante los últimos días. Sabía que pensaba que su ropa no estaba a la moda, y mucho menos que era bonita.