Había notado qué ella cuidadosamente evitaba mirar a los espejos que adornaban las paredes de la sala de estar, donde se reunían antes de cenar. Y cuando se encontraba atrapada por su sobresalto, no podía esconder una dolorida mueca de disgusto tan inusitada en su forma de ser.
Él quería ayudarla, se percató, de su dolor y humillación. Quiso comprar sus trajes de noche y enseñarle a ella a bailar y era impresionante para él, todo el deseo de ayudarla.
– ¿Robando el licor otra vez? -Su dulce voz le apartó de su ensueño.
– Es mi licor si recuerdas, bribona. -Giró su cabeza para mirarla. Ella llevaba ese abominable vestido color lavanda otra vez. Él no podría decidirse si era el peor o el mejor del lote.
– Así es. -Ella se encogió de hombros-. ¿Puedo beber un poco entonces?
Sin responderle, él le sirvió un vaso de jerez. Henry lo sorbió pensativamente. Se había convertido en hábito beber una copa de vino con él antes de cena, pero nada más que una. Había descubierto tener mala cabeza para beber, la noche que él llegó. Sospechaba que si bebiera más de una copa jerez, terminaría haciendo el ridículo ante él.
– ¿Tú tarde fue agradable? -Dunford preguntó repentinamente. Había pasado unas pocas horas antes de la cena sólo en su estudio, enfrascándose en la lectura de documentos de la hacienda. Henry gustosamente le había dejado con los aburridos documentos; Ella ya los había examinado, y ciertamente no necesitó su ayuda en ese tema.
– Sí, lo fue. Visité a algunos inquilinos. La señora Dalrymple me preguntó por ti y me encargó darte las gracias por la comida.
– Me alegro de que disfrutara de ella.
– Oh, sí. No puedo pensar por qué no se me ha ocurrido hacerlo antes. Por supuesto, siempre enviamos un regalo felicitándolos, pero la comida para una semana es mucho mejor, pienso que es un regalo muy práctico.
Sonaron como a una vieja pareja de casados, pensó Dunford con sorpresa. Qué extraño.
Henry se sentó en un sofá elegante pero descolorido, tiró torpemente de su vestido y le preguntó.
– ¿Terminaste de leer los documentos?
– Casi, -él dijo distraídamente-. Sabes, Henry, he estado pensando.
– ¿Lo haces? -Ella sonrió traviesamente-. Qué agobiante.
– Bribona. Guarda silencio y escucha lo que tengo que decir.
Ella inclinó su cabeza en un gesto afirmativo y dijo,
– ¿Bien?
– ¿Por qué no hacemos un viaje al pueblo?
Ella le contestó con una expresión desconcertada.
– Fuimos al pueblo hace dos días. ¿No recuerdas? Quisiste conocer a los comerciantes locales.
– Por supuesto que recuerdo. No tengo amnesia, Henry. No estoy tan viejo, para olvidar las cosas.
– Oh, no sé, -ella dijo, con su cara totalmente impasible-. Debes por lo menos tener treinta.
– Veinte y nueve, -dijo él exaltado antes de percatarse que bromeaba. Ella sonrió-. Algunas veces, eres presa fácil.
– Aparte de mi credulidad, Henry, me gustaría hacer un viaje al pueblo. Y no quiero decir a nuestro pueblo. Pienso que nos deberíamos ir a Truro.
– ¿Truro? -Era uno de los mayores pueblos de Cornualles, Henry evitaba ir a él como la plaga.
– No suenas muy entusiasmada.
– Yo, um, yo simplemente… Bien, para ser franca, acabo de ir. -Eso no era totalmente una mentira. Había ido hace dos meses, pero sintió como si hubiera sido ayer.
Ella siempre se sentía tan torpe entre desconocidos. Al menos la gente local se había acostumbrado a sus excentricidades y las había aceptado. La mayoría aún le tenía alguna medida de respeto. Pero los desconocidos eran completamente otra cosa. Y en Truro era peor. Aunque no era tan popular como hace un siglo antes, los miembros de la nobleza todavía tomaban vacaciones allí. Sólo podía oír, los crueles comentarios susurrados acerca de ella. Las señoras vestidas con la última moda se reían de su vestido. Los hombres reían disimuladamente de su falta de modales femeninos. Y entonces, inevitablemente, una persona del pueblo discretamente les contaba sobre quien era ella. “ La Srta. Henrietta Barrett, una joven que utiliza un nombre de hombre sin serlo, y se pavonea en pantalones todo el tiempo.
No, ella definitivamente no quería ir a Truro.
Dunford, ignorante de su desasosiego, dijo:
– Es que nunca he ido. Se una buena perdedora y muéstrame los alrededores.
– Yo no quiero ir, Dunford.
Sus ojos se entrecerraron para ver finalmente que ella se sentía incómoda. Para ser honestos, siempre se veía incómoda en esos ridículos vestidos, pero se mostraba muy incomoda en particular ahora.
– Realmente, Henry, no será tan malo como crees. ¿Ven Por favor? -Él sonrió.
Ella se perdió.
– Bien, de acuerdo.
– ¿Mañana, entonces?
– Cuando desees.
Henry sintió un dolor que empezaba en la boca del estómago, sentada camino de Truro en el coche de Dunford, al día siguiente. Dios mío, esto iba a ser fatal. Siempre había odiado tener que ir a esa cuidad, pero era la primera vez que en verdad se sentía físicamente mal por ir allá.
No intentó esconderse a sí misma que su temor estaba completamente relacionado con el hombre que se sentaba alegremente junto a ella. Dunford se había convertido en su amigo, maldito por eso, y ella no quería perderle. ¿Qué pensaría él cuando oyera las criticas que susurraban acerca de ella? ¿Cuando una señora elegante hiciera un comentario en voz baja acerca de su vestido, que ella sabía que estaba dirigido a oírlo? ¿Él tendría vergüenza por estar con ella? ¿Él sería humillado por estar con ella? Henry en particular no quería enterarse de ese asunto.
Dunford estaba al tanto del nerviosismo de Henry, pero se hizo el desentendido. Ella se avergonzaría si él hacia comentarios sobre ello, la heriría y no tenía deseos de lastimarla. En lugar de eso, sostuvo una postura alegre, haciendo comentarios sobre el paisaje que se veía por la ventana y hablando de asuntos relacionados con Stannage Park. Finalmente llegaron a Truro. Henry pensó que no podría sentirse más enferma, pero pronto se encontró que estaba equivocada.
– Ven, Henry, -dijo Dunford enérgicamente-. No quiero perder el tiempo.
Ella mordió su labio inferior, mientras él la ayudaba a bajar del coche. Había una pequeña probabilidad, supuso, de que no se diera cuenta de las miradas y comentarios acerca de ella. Quizá todas las señoras habrían enfundado sus garras por ese día, y él no oiría ningún susurro cruel. Henry alzó su barbilla incrédula. Sobre esa posibilidad tratando de parecer más confiada de lo que se sentía.
– Lo siento, Dunford. -Ella le disparó una gran sonrisa descarada. Su sonrisa. Él a menudo había hecho comentarios sobre lo hermosa y única que era. Ella esperó que al verla sonreír creyera que no estaba alterada-. Mi mente ha estado vagando, estoy nerviosa.
– ¿Y por dónde estaba vagando? -Sus ojos brillaron diabólicamente.
Dios mío, ¿ por qué él siempre era tan agradable? Sería más doloroso si hacía el ridículo. No pienses acerca de eso, se dijo. No podría ocurrir. Ella cerró los ojos un momento y se encogió de hombros antes de responder descuidadamente.
– ¿En Stannage Park, en dónde más?
– ¿Y en qué pensabas tan concentrada, bribona? ¿Porkus va a dar a luz a sus cerditos sin sufrir daño?
– Porkus es un macho, tonto.
Él apretó su mano en su corazón fingiendo preocupación.
– Entonces hay más razón para preocuparse. Éste podría ser un nacimiento muy difícil.