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– Encuentro la imagen de ti desmayándose un cuadro difícil de aceptar. -Tamborileó con el dedo sobre el tapete, golpeando ligeramente, produciendo una melodía exasperante, una y otra vez…

– ¡Oh, para! -Henry le lanzó su servilleta-. Algunas veces no eres más que un bebé grande. -Se puso de pie-. Dame un momento para ponerme una chaqueta. Hace un poco de frío afuera.

Él estaba parado esperando.

– Ah, qué dicha es tenerte a mi servicio incondicional.

Ella le lanzó un mirada feroz, sin decir nada más.

– Sonríe, Henry. No puedo soportar cuando te enojas. -Él inclino la cabeza, trató de verse inocente y poner cara de arrepentido-. Dime que me perdonas. Perdóname. Por favor. Por favor. Por favoooooooooooooooor.

– ¡Por el amor de Dios, para! -Ella se rió-. Debes saber que nunca estuve enojada.

– Lo sé. -Él agarró su mano y comenzó a arrastrarla hacia la puerta-. Pero es divertido provocarte. Ven vamonos ahora, tenemos una gran cantidad de territorio para cubrir hoy.

– ¿Por qué suena repentinamente como si me hubiera metido al ejercito?

Dunford dio un brinco pequeño para evitar pisar a Rufus.

– Fui soldado una vez.

– ¿Fuiste? -Ella se sorprendió.

– Mmm-hmm. En la península.

– ¿Fue espantoso aquello?

– Mucho. -Él abrió la puerta, y salieron andando, con el sol brillando tras ellos-. No creas las historias que oyes acerca de la gloria de la guerra. La mayor parte de ello era abrumador.

Ella se estremeció.

– Pensaba que seria así.

– Es totalmente diferente a Cornualles, es mucho más agradable estar aquí, Aunque digas que estas en el fin mundo, y más si estas en la compañía más encantadora que alguna vez tuve el placer para conocer.

Henry se sonrojó y se marchó dando media vuelta, incapaz de esconder su vergüenza. Él posiblemente no lo podía decir en serio. Oh, no pensó que él mentía, no pertenecía a esa clase de persona. Él meramente se expresaba así porque era la primera mujer con la que tenía una amistad que se había vuelto muy profunda. No obstante, ella le había oído mencionar a dos señoras casadas con quienes tenía ese tipo amistad, así que no podía ser eso.

Posiblemente no podía entender esa palabras. Ella no era el tipo de mujer que los hombres deseaban, al menos no cuando tenían toda clase de mujeres en Londres a su disposición. Con un suspiro, empujó el pensamiento al fondo de su mente y resolvió simplemente disfrutar el día.

– Siempre asumí que una hacienda en Cornuales tendría acantilados y derrumbes -dijo Dunford haciendo gestos con sus manos.

– La mayor parte de ellas las tienen. Acertamos al estar en medio del condado, sin embargo. -Henry pateó un guijarro en su camino, luego pateó otro y acertó al anterior, entonces dijo-. Puedes ver el mar, solo necesitas caminar un poco porque está lejos.

– No lo sabía. Deberíamos ir de paseo allá pronto.

Henry estaba tan excitada por el proyecto que comenzó a sonrojarse. Para esconder su reacción, miró fijamente hacia abajo y se concentró en patear un guijarro.

Caminaron alegremente al límite este de la hacienda.

– Tenemos una cerca arriba, en este lado, -cuando Henry dio las aclaraciones sobre la propiedad, se acercaron a un muro de piedra-. No es nuestro, en verdad, es de Squire Stinson. Él se metió en la cabeza que nos apropiaríamos con maña de su tierra y levantó esta pared para no dejarnos entrar.

– ¿Y qué hiciste?

– ¿Apropiarme con maña de su tierra? Claro que no. Es inferior con mucho a Stannage Park. Pero la pared tiene un uso excelente.

– ¿Manteniendo a distancia al odioso Squire Stinson?

Ella afirmó con la cabeza.

– Eso es algo por lo que hay que estar agradecido, ciertamente, pero pensaba en esto. -Ella escaló la parte superior de la pared-. Es muy divertido para caminar.

– Puedo verlo. -Él saltó arriba detrás de ella, y caminaron en fila india hacia el norte.

– ¿Dónde desparece la pared?

– Oh, no lejos. Más o menos una milla. Donde la tierra de Squire Stinson termina.

Para su sorpresa, Dunford se encontró considerando sus nalgas, para ser preciso. Para su asombro aún mayor, se encontró que disfrutaba de la vista inmensamente. Sus pantalones eran holgados, pero cada vez que ella daba un paso, se cerraban herméticamente su alrededor, mostrando su figura bien proporcionada.

Él negó con la cabeza en súbita desilusión. ¿Qué diantres le estaba pasando? Henry no era el tipo para una aventura, y lo último que quería era echar a peder su nueva amistad con un amorío.

– ¿Pasa algo? -gritó Henry-. Estas muy callado.

– Simplemente estoy disfrutando de la vista. -Él se mordió los labios.

– Es precioso, ¿verdad? Lo podría contemplar todo el día.

– También lo haría yo. -Él no miraba al muro de piedra. Caminaron a lo largo de la pared casi diez minutos hasta que Henry repentinamente se detuvo.

– Éste es mi lugar favorito.

– ¿Cual?

– Este árbol. -Ella señalo un árbol inmenso que estaba en su lado de la propiedad, pero con las extremidades dirigidas al terreno vecino, por lo que se aventuraron sobre la pared-. Da un paso hacia atrás, -le dijo en voz baja. Ella dio un paso hacia el árbol, se detuvo, y dio la vuelta.

– Más allá.

Dunford estaba curioso pero dio un paso atrás. Ella se acercó al árbol cautelosamente, alcanzando su brazo lentamente afuera, como si estuviera asustada de algo dentro del árbol, que le podría morder.

– Henry, -Dunford gritó-. ¿Qué es ese s…?

Ella retiró bruscamente su mano.

– ¡Cállate! -Otra vez ella estaba con el rostro totalmente concentrado y alargó el brazo.

Repentinamente Dunford oyó un zumbido bajo, casi como… Abejas.

Dunford se horrorizó, observando cuando ella introdujo su mano en la colmena. Su pulso se acelero al oír un zumbido furioso; Su corazón latía fuertemente. La condenada jovenzuela, iba a conseguir provocar a las abejas y él no podía hacer nada, si lo intentaba podía enfurecer a los insectos.

– Henry, -dijo en voz baja pero dominante-. Regresa aquí en este instante.

Ella usó su mano libre para ahuyentarle por medio de señas.

– Lo he hecho antes.

– Henry, -él repitió. Podía sentir un velo delgado de sudor surgiendo en su frente. De un momento a otro las abejas iban a percatarse de que su colmena había sido invadida. Iban a clavarle el aguijón… y otro aguijón y otro aguijón. Podría intentar tirar de ella por su cintura, pero si fallaba… ¿Ella le dio empujones a la colmena? Su cara palideció.

– ¡Henry!

Ella lentamente retiró su brazo, un trozo grande de panal en su mano.

– Ya voy. -Ella deambuló de regreso hacia él, sonriendo cuando saltó a lo largo de la longitud de la pared.

El miedo inmovilizante de Dunford fue reducido drásticamente, una vez que vio que ella estaba sin ningún daño a distancia de la colmena, pero fue rápidamente reemplazad por una furia primitiva. Enfureciéndolo porque se había atrevido a tomar tales riesgos estúpidos e inútiles. Enfurecido porque lo había hecho frente a él. Brincó fuera de la pared, arrastrándola hacia abajo con él. El pedazo pegajoso de panal se cayó al suelo.

– ¡No lo vuelvas a hacer, no lo hagas otra vez, no lo hagas! ¿Me oyes? -La zarandeó violentamente, sus dedos presionando cruelmente en su piel.

– Te dije… que hecho eso antes. No estuve nunca en peligro…

– Henry, he visto hombres, más fuertes que tu morir de una picadura de abeja. -Ella oyó su voz preocupada y comprendió sus palabras.

Ella tragó.

– He escuchado acerca de eso. Pienso que sólo unas pocas personas reaccionan a la picadura probablemente, estoy muy muy, segura que mi no me afecta. Yo…

– Dime que no lo harás nuevamente. -La estrujó muy fuerte-. Dame tu palabra.