Выбрать главу

Ella le miró confusa.

– ¿Qué significa que me besaste?

Él la agarró por los hombros y la sacudió.

– Quiere decir… Cristo, Henry, es prácticamente incestuoso.

Ella atrapó un rizo de su pelo entre sus dedos y comenzó a girarlo en espiral. Quiso con ese movimiento calmar sus nervios, pero su mano fue brusca y fría.

– No sé si lo llamaría incestuoso. Ciertamente no es tanto así como un pecado. O por lo menos yo no pienso así. Y ambos estamos de acuerdo que no va a ocurrir de nuevo…

– Maldición, Henry, ¿no hables? Estoy tratando de pensar. -Él paso su mano a través de su pelo.

Ella se echó para atrás, lo miró enojada, y cerró la boca.

– ¿No lo ves, Henry? Tu ahora eres mi responsabilidad. -La palabra se cayó desagradablemente de sus labios.

– Tienes demasiado buen corazón, -ella masculló-. no soy tan mala, sabes, ¿hasta donde van tus responsabilidades? ".

– Ese no es el punto, Hen. Esto quiere decir… Caramba, quiere decir…

Él dejó salir un ladrido breve de risa irónica. Sólo algunas horas antes había estado pensando que le gustaría llevarla a Londres, presentarla a sus amigos y mostrarle que hay más mundo que la vida en Stannage Park. Ahora parecía que tenia que hacerlo. Él iba a tener que llevarla a la Temporada y encontrarle un marido. Iba a tener que encontrar alguien que la enseñase cómo ser una dama. La miró. Ella todavía se veía bastante irritada con él. Caramba, esperaba que no cambiase demasiado cuando se transformara en una dama. A él le gustaba la forma de ser que tenía.

Lo que le llevó a otro punto. Ahora, más que nunca, era imperativo mantener sus manos fuera de ella.

Ella estaba arruinada para la temporada si se enteraban que estaban viviendo juntos sin acompañante, aquí en Cornualles. Dunford suspiró lastimeramente.

– ¿Qué diablos vamos a hacer?

La pregunta obviamente había sido dirigida a sí mismo, pero Henry decidió contestarla de cualquier manera.

– No sé que vas hacer, -dijo ella, cruzando sus brazos al pecho-, pero yo no voy a dejar hacer cualquier cosa. Cualquier cosa, es decir, de lo que ya he estado haciendo. Tú ya has admitido que estoy excepcionalmente calificada para administrar a Stannage Park.

Su expresión dijo que él la juzgaba irremediablemente ingenua.

– Henry, ambos no podemos quedarnos aquí.

– ¿Por qué no?

– No es correcto. -Él respingó cuando lo dijo. ¿Desde cuándo te has convertido puritano experto en lo que es correcto?

– Oh, de las costumbres la modestia y el decoro. Yo no tengo una pizca, en este caso Aunque tu la tuvieres…

– Me fijé.

– Además. Tiene poco sentido en nuestro caso. Tú posees el lugar, así que no puedes irte, y yo trabajo aquí, así es que no puedo salir.

– Henry, tu reputación…

Sus palabras parecieron darle un ataque de risa.

– Oh, Dunford, -ella se quedó sin aliento, sin borrar las lágrimas de sus ojos-, eso es tan gracioso. Es tan gracioso. Mi reputación.

– ¿Qué diantres está mal con tu reputación?

– Oh, Dunford, yo no tengo una reputación. Buena o mala. Soy tan extraña, que las personas han tenido lo suficiente para hablar sin preocuparse de los hombres se aproximen a mi. Y cómo actúo con los hombres.

– Pues bien, Henry, quizá es hora que comiences a pensar acerca de tu reputación. O como mínimo, adquirir una.

Si Henry no hubiera estado tan perpleja por sus extrañas palabras, podría haber notado la dura voz de él.

– Bien, el punto está sujeto a discusión de cualquier manera, – dijo ella jovialmente-. Has estado viviendo aquí más de una semana. Si lo que te preocupa es mi reputación… mi reputación, estaría en una ciénaga totalmente destruida.

– No obstante, me procuraré cuartos en la posada local mañana.

– ¡Oh, no te hagas el tonto! A ti te importaba dos higos acerca de la impropiedad de nuestras disposiciones, hace mas de una semana que vives aquí. ¿Por qué debiese impórtate ahora?

– Porque, -gruñó él, esforzándose por controlarse-, ahora eres mi responsabilidad.

– Ese es realmente el razonamiento más estúpido que alguna vez he encontrado. En mi opinión…

– Tú no tienes más opiniones, -chasqueó.

La boca de Henry se abrió involuntariamente.

– ¡Mierda! -Ella declaró.

Dunford comenzó a caminar de arriba abajo por el cuarto.

– Nuestra situación no puede quedar como está. No puedes continuar desenvolviéndote como una completa salvaje. Alguien va a tener que enseñarte algunos modales. Tendremos que…

– ¡No puedo creer en tu hipocresía! -Dijo ella precipitadamente-. Estaba muy bien que yo fuera el fenómeno del pueblo cuando simplemente era una conocida, pero ahora que soy tu responsabilidad…

Sus palabras murieron rápidamente, pues Dunford la había agarrado por los hombros y la había inmovilizado contra la pared.

– Si te vuelves a llamar fenómeno o algo por estilo, -le dijo en un tono peligroso-, por amor de Dios que no me responsabilizo de mis acciones.

Aún a la luz de la vela ella podía ver su furia apenas se le veían los ojos, y ella tragó saliva con una dosis saludable de miedo. Aunque nunca había sido muy prudente, ella continuó hablando, en voz muy baja.

– No se refleja muy bien en tu carácter, a ti no te importó mi reputación hasta este punto. ¿O tu preocupación sólo se extiende a tus pupilas y no a tus amigos?

– Henry, -dijo él, un músculo daba brincos en su cuello-, creo que ha llegado la hora de que dejes de hablar.

– Oh, ¿es esa una orden de mi estimado tutor?

Él suspiro profundamente antes de contestar.

– Hay una diferencia entre tutor y amigo, Aunque espero que pueda ser ambos para ti.

– Pienso que me gustabas más cuando eras simplemente mi amigo, -masculló ella belicosamente.

– Espero seguir siéndolo.

– Espero seguir siéndolo, -ella le imitó, tratando de ocultar su ira.

Los ojos de Dunford comenzaron a registrar el cuarto. Cuando su mirada fija cayó sobre su cama, él parpadeó, repentinamente dándose cuenta de lo idiota que había sonado, al sermonearla sobre la ventajas de cuidar de su reputación cuando estaba de pie aquí en su dormitorio, de todos los lugares donde pudieron hablar. ¡ Henry! Él la miró por encima y finalmente advirtió que ella llevaba puesto su bata de noche – su bata de noche.Y que estaba rota, mostraba casi toda su pierna.

Suprimiendo un gemido, volvió a mirarla a la cara. Su boca estaba firmemente cerrada en una línea amotinada, y él repentinamente pensó que le gustaría volver a besarla, más duro y más rápido esta vez. Su corazón golpeaba por ella, y se percató por primera vez de la delgada línea entre la furia y el deseo. Quería dominarla.

Completamente asqueado consigo mismo se dio media vuelta, caminó a grandes pasos a través del cuarto y agarró el pomo de la puerta. Él iba a tener que salir de esa casa rápido. Tirando bruscamente de la pomo la miró y dijo:

– Intercambiaremos opiniones por la mañana.

– Eso espero.

Posteriormente Henry reflexionó que probablemente para mejor que había salido del cuarto antes de oírle a ella replicar. Ella no pensó que él tuviera una respuesta conciliadora.

Capítulo 9

El resto de los nuevos vestidos de Henry llegaron la siguiente mañana, pero ella vistió sus pantalones holgados y camisa blanca justamente para disgustarlo.

– Hombre tonto, -masculló planchando bruscamente con la mano su ropa. ¿Pensó él que podría cambiarla? ¿Para convertirla en otra persona?¿En una jovencita delicada? ¿Pensó él que ella le sonreiría tontamente, parpadearía y pasaría los días pintando acuarelas?