Ella negó con la cabeza.
– No, -dijo suavemente.
Dunford dejó sus manos caer a los lados y caminó a la ventana adyacente. Estaba aturdido por la profundidad de su preocupación por ella, asombrado él quiso que recuperara la confianza en sí misma.
– apenas puedo creer que eres tú quien me habla, Henry. ¿Es ésta la misma chica que administra la hacienda en mejor funcionamiento que alguna vez he visto? ¿La misma chica que fanfarroneó que podría montar cualquier caballo en Cornualles? ¿La misma chica que me quitó una década de vida cuando metió su mano en una colmena activa? Después de eso, es difícil de imaginar que Londres te presentará un reto mayor para ti.
– Es diferente, -dijo, con su voz apenas un susurro.
– No realmente.
Ella no contestó.
– ¿Alguna vez te dije, Henry, que cuando te conocí pensé que eras la joven más extraordinaria que tengo el placer de haber conocido?
– Obviamente no lo soy, -dijo ella atragantándose con las palabras.
– Dime esto, Hen. Si puedes supervisar dos docenas de sirvientes, hacerte cargo de las funciones de una granja, y construir una porqueriza, por el amor de Dios, ¿ por qué piensas que no podrás con una temporada en Londres?
– ¡Porque no puedo hacerlo! -dijo precipitada-. Sé cómo montar a caballo, sé cómo construir una porqueriza, y hacer funcionar una granja. ¡Pero no sé cómo ser una chica!
Dunford se escandalizó en silencio por la vehemencia de su respuesta.
– No me gusta hacer cualquier cosa si no la hago bien, -gritó ella.
– Me parece -comenzó él lentamente-, que todo lo que necesitas es acostumbrarte un poco a la idea.
Ella le dirigió una mirada mordaz.
– No me provoques.
– No lo hago. Soy el primero en admitir que pensé que no sabias como llevar un vestido, pero al ver lo bien que escogiste el vestido amarillo, obviamente tienes buen gusto cuando deseas ejercerlo. Sé algo de la moda de las señoras, ¿sabes? y los vestidos que escogiste son preciosos.
– No sé cómo bailar. -Ella se cruzó de brazos provocadoramente-. Y no sé cómo coquetear, y no sé con quien debería sentarse en un banquete, y… y aún no sabía de la costumbre de tomar una copa en el salón!
– Pero Henry…
– Y no iré a Londres para quedar como una tonta. ¡No lo haré!
Él sólo pudo observar cuando ella corrió a toda velocidad a su cuarto.
Dunford pospuso la fecha de su partida por un día, reconociendo que ni a balas podría empujar a Henry más allá. Mientras estuviera en tal estado y todavía vivir con su conciencia. Pasó quedamente a la puerta de su cuarto varias veces, esforzándose por oír señales que ella lloraba, pero todo lo que oyó fue silencio. Él ni siquiera la oyó moverse de un lado a otro.
Ella no bajó para la comida de mediodía, lo cual le asombró. Henry no tenía un apetito escaso, y pensaba que estaría famélica a esa hora. Después de todo no había comido mucho en el desayuno. Él bajó a la cocina a preguntar si había pedido que le enviaran una bandeja a su cuarto. Cuando le informaron que no lo había hecho maldijo suspirando y agitó la cabeza. Si no aparecía para cenar, iría a su cuarto y la arrastraría abajo.
Ocurrió que tales medidas drásticas no fueron menester, pues Henry apareció en la sala de estar a la hora del té, sus ojos ligeramente rojos pero no obstante secos. Dunford se levantó inmediatamente y le hizo una señal para que se sentase junto a él. Ella le sonrió agradecida, probablemente porque él había resistido la tentación de hablar acerca de su comportamiento en la mañana.
– Lamento la escena que hice desayuno, -dijo ella-. Te reconforto que estoy lista para discutir la materia como un adulto civilizado. Espero que podamos hacerlo.
Dunford pensó torcidamente que esa parte ella tenia razón, le gustó que desease comportarse de forma adulta y civilizada. Pero odió este discurso excesivamente correcto de parte de ella. Tal vez irse a Londres era un error. Tal vez la sociedad le extraería el frescor y la espontaneidad a golpes. Suspiró. No, no, la vigilaría. Ella no perdería su brillo; De hecho, se aseguraría que su resplandor fuera aún más brillante. La miró. Se veía nerviosa. Y expectante.
– ¿Sí? -Le dijo, inclinando la cabeza ligeramente.
Ella se aclaró la voz.
– Pensé… pensé que podrías decirme por qué quieres que vaya a Londres.
– ¿Después me darás razones lógicas por qué las que no deberías ir? -Él adivinó.
– Por ahí va la cosa, -admitió, con el indicio de su distintiva sonrisa descarada.
Su honradez -y el destello en sus ojos- realmente le desarmó. Miró su carita, otra de esas sonrisas abiertas devastadoras se formaba, de lo que él se sentía gratificado, por ver en sus labios esa ligera reacción.
– Por favor siéntate, -le dijo, indicando otra vez la silla. Ella se sentó, y él empezó a hablar-. Dime que quieres saber, -dijo con un movimiento expansivo de su brazo.
– Bien, para empezar, pienso… -Ella se detuvo, su expresión extremadamente consternada-. No me mires de ese modo.
– ¿De qué forma?
– Como… Como… -Ay bendito, ella estuvo a punto de decir ¿como si vas a devorarme- Oh, nunca prestas atención.
Él sonrió otra vez, escondiendo su sonrisa debajo de una tos y tapándola con su mano.
– Adelante.
– Bien. -Ella miró su cara, entonces decidió que eso era un error, él se veía mucho más guapo y sus ojos brillaban.Y…
– ¿Decías?
Henry parpadeó de vuelta a la realidad.
– Bien. Decía, um, que me gustaría saber qué exactamente vas a lograr llevándome a Londres.
– Ya veo.
Él no dijo nada más, estaba tan irritado que ella finalmente se vio forzada a replicar,
– ¿Bien?
Dunford claramente había estado demorándose para urdir una respuesta.
– Supongo que espero lograr muchas cosas, -contestó-. Ante todo, me gustaría que tengas un poquito de diversión.
– Puedo tener…
– No, espera, -él sostuvo una mano en alto-. Déjame terminar, y entonces podrás rebatirme.
Ella asintió con la cabeza imperiosamente y esperó que continuara.
– Como decía, me gustaría que tengas un poco de diversión. Pienso que podrías disfrutar un poquito de la estación si sólo fueras tu misma. Careces de un buen guardarropa y te compraría uno nuevo, y por favor no discutas conmigo en cuanto a eso porque sé que sabes que estas tristemente privada en esa área. -Hizo una pausa.
– ¿Es todo?
Él no podía ayudarla sino que quería reírse ahogadamente. Ella estaba tan ansiosa por sostener su caso.
– No, -le dijo-. Meramente hacía una pausa para respirar. -Cuando ella no le sonrió, él, instigador, la pinchó-, ¿tú respiras de vez en cuando, verdad? -Esto le ganó un semblante ceñudo.
– Oh, está bien, -admitió él-. Dime tus objeciones hasta ahora. Acabaré cuando tú termines.
– De acuerdo. Bien, ante todo, tengo mucha diversión aquí en Cornualles, y no comprendo por qué necesito viajar a través del país para buscar más diversión. Me parece diabólicamente pagano.
– ¿Diabólicamente pagano? -Repitió incrédulo.
– No te rías, -le avisó ella.
– No lo haré, -la apaciguó-. Pero ¿diabólicamente pagano? ¿De dónde diablos sacaste eso?
– Estaba simplemente tratando de señalar que tengo responsabilidades aquí y no deseo un estilo de vida frívolo. Algunos de nosotros tenemos cosas más importantes que hacer con nuestro tiempo, que buscar actividades con las cuales poder divertirnos.
– Por supuesto.
Ella entrecerró sus ojos, intentando detectar cualquier comentario sarcástico en su voz. Cualquier cosa, pero él estaba serio o era un amo en el engaño, porque se vio completamente fervoroso.