– ¿Tienes algunas otras objeciones? -Le preguntó atentamente.
– Sí. No me detendré en nimiedades contigo sobre el hecho de que necesito un nuevo guardarropa, pero has olvidado algo pertinente. No tengo dinero. Si no puedo permitirme nuevos trajes de noche aquí en Cornualles, no veo cómo podría permitirme cualquier traje en Londres, donde todo es seguramente más caro.
– Pagaré por ellos.
– Hasta yo sé que eso no es correcto, Dunford.
– Probablemente no era correcto la semana pasada cuando fuimos a Truro, -accedió él con indiferencia-. Pero ahora soy tu tutor. No podría ser más correcto.
– Pero no puedo dejarte gastar dinero en mí.
– Quizá yo quiero.
– Pero no puedes.
– Creo que sé hasta dónde aprieta mi zapato, -él dijo secamente-. Probablemente un poco mejor de lo que lo sabes tú, creo.
– Si quieres gastar tú dinero, harías muy bien en invertirlo en Stannage Park. Podemos remodelar los establos para que trabajen mejor. Y hay un trozo de terreno vinculando al borde sur al que le he echado un ojo.
– Eso no es lo que tengo en mente.
Henry se cruzó de brazos y cerró su boca, deseosa de poner nuevas objeciones a su plan.
Dunford estimó su expresión irritable y correctamente sospechó que ella le cedía la palabra.
– Si puedo continuar. Déjame ver, ¿dónde estaba? Diversión, armario guardarropa, oh, sí. Te podría hacer bien un poquito de roce social fuera del circulo de nuestro pueblo, también -dijo en voz alta.
Cuando él vio su boca abrirse en consternación,
– No tienes intención de alguna vez regresar a Londres otra vez. Es siempre bueno poder mantenerse firme y brillar aquí – Aunque es lo más esnob, yo supongo – y ni a bala tu podrás hacer eso, si no tienes un buen conocimiento de la cuestión. El asunto del salón es un buen ejemplo".
Un sonrojo manchó su cara.
– ¿Algún objeción en eso?
Ella negó con la cabeza silenciosamente. No había sentido la necesidad de brillar socialmente hasta ahora; Ignoró y era ignorada por la mayor parte de la sociedad de Cornualles y se contentó medianamente con esa disposición, pero tuvo que admitir que él tenía un buen punto. El conocimiento siempre es bueno, y realmente no le doleria aprender a cómo comportarse correctamente un poco mejor.
– Bien, -dijo él-. Siempre supe que tenias un sentido común excepcional. Me alegro que me lo muestres ahora.
Henry pensó que él estaba algo condescendiente pero optó por no hacer comentarios sobre eso.
– También, -Dunford continuó-, pienso que te haría una gran bien conocer a algunas personas de tu edad y hacer a algunos amigos.
– ¿Por qué suenas como si estuvieras reprendiendo a un niño travieso? -masculló ella.
– Perdóname. Nuestra edad, debería decir. No soy mucho más viejo que tú, supongo, y creo que mis dos amigas más cercanas no pueden ser un año mayores que tú.
– Dunford, -dijo Henry, intentando alejar el hecho de pasar vergüenza por el color rojo que manchaba sus mejillas-, una de las razones por las que desapruebo ir a Londres es que pienso que no gustare a las personas allí. No me importa estando sola aquí en Stannage Park, dónde realmente me gusta estar, de hecho. Pero pienso que no disfrutaré de estar sola en un salón de baile lleno de centenares de personas.
– Disparates, -él dijo despectivamente-. Harás amistades. Antes tú no estabas en la situación correcta. Ni con la ropa correcta, -añadió secamente-. No, por supuesto, en ese ambiente no puede fallar tu nuevo guardarropa, por que las personas ligeramente, er, desconfían de una mujer que no parece poseer un vestido.
– Y, por supuesto, vas a comprarme un sin fin de vestidos.
– Ni más ni menos, -contestó él con mordacidad, ignorando su sarcástico comentario-. Y no te preocupes por encontrar amistades. Mis amigos te adorarán; estoy seguro de eso. Y te presentaran a otra gente simpática, así sucesivamente.
Ella no tenía más objeciones convincentes a ese punto en particular, así es que tuvo que reacomodarse para expresar su ira con un fuerte gruñido.
– Finalmente, -dijo Dunford-, sé que adoras Stannage Park y te gustaría pasar el resto de tu vida aquí, pero quizá puede pasar, Henry, que algún día podría gustarte tener una familia propia. Es en extremo egoísta para mí mantenerte aquí, aunque el Señor sabe que me gustaría tenerte alrededor porque nunca encontraré a un administrador de fincas que haga un trabajo mejor…
– Estoy más que feliz por quedarme, -ella profirió rápidamente.
– ¿Has tenido algún pensamiento sobre el matrimonio? -Él le preguntó suavemente-. ¿O sobre tener niños? No es una posibilidad bien definida si te quedas aquí en Stannage Park. Como te he dicho antes, no hay nadie que tenga algo de valor aquí en el pueblo, y pienso que tú eficazmente has asustado completamente a la mayor parte de la clase acomodada alrededor de Truro. Si vas a Londres, podrías conocer a un hombre que sea de tu antojo. Tal vez, -él dijo en una voz instigadora-,tal vez alguien que le guste Cornualles.
¡Pienso en ti! ella quiso gritar. En ese entonces estaba horrorizada porque ella no se había percatado hasta ese momento simplemente cuántas cosas imagino. Pero más allá de esta ensoñación – le repugnó llamarle cualquier cosa más intensa que eso – él había dado con la razón precisa. Ella quería tener niños, Aunque se hubiera rehusado a pensar acerca de eso hasta ahora. La posibilidad de que en verdad encuentre alguien para casarse – alguien que estaría dispuesto a casarse con ella, pensó secamente – siempre había sido tan remoto que pensar acerca de niños le traía más dolor. Pero ahora – oh, Señor, repentinamente imaginaba a niños que la miraban directamente y eran exactamente iguales a ¿Dunford? con sus ojos café calientes y su sonrisa devastadora. Fue más doloroso que lo que cualquier cosa que podría imaginar porque supo que los duendecillos adorables nunca serían suyos.
– ¿Henry? ¿Henry?
– ¿ Qué? Oh, lo siento. Estaba justamente pensando acerca de lo que me dices.
– ¿No estás de acuerdo entonces? Ven a Londres, solo por corto tiempo. Si no te gusta cualquier hombre de allí, puedes regresar a Cornualles, pero al menos entonces puedes decir que exploraste todas tus opciones.
– Siempre podría casarme contigo, -ella murmuró. Se tapó ruidosamente la boca con la mano, horrorizada. ¿De dónde le salió eso?
– ¿Yo qué? -Él graznó.
– Pues bien, digo… -Dios mío, Dios mío, ¿cómo reparar esto?- Lo que quiero decir es, si me casase contigo, entonces, um, no tendría que ir a Londres para buscar un marido, así es que sería feliz, y tú no tendrías que pagarme por administrar Stannage Park, así es que serias feliz, y… Um…
– ¿Yo qué?
– Puedo ver que estás sorprendido. Yo estoy sorprendida también. No estoy segura de por qué lo sugerí.
– Henry, -él dijo quedamente-, sé exactamente por qué lo sugeriste.
– ¿Lo sabes? -Ella repentinamente se sintió muy afectuosa.
– No conoces a muchos hombres, -continuó-. Te encuentras a gusto conmigo. Soy una opción más segura que salir y conocer a caballeros en Londres.
¡Eso no es eso todo! ella quiso gritar. Pero por supuesto que no lo hizo. Y por supuesto que no le dijo la razón auténtica de esas palabras que habían salido a borbotones de su boca. Mejor simplemente dejarle pensar que se asustó de dejar Stannage Park.
– El matrimonio es un paso muy grande, -dijo él.
– No tan grande, -dijo ella, ¿pensando intensamente que si ya cayó en mitad de una zanja, por qué no ensanchar el hueco?- Lo que quiero decir es, que conozco el trato sexual entre casados y tengo que admitir que no tengo experiencia en esa dirección más allá, bien, tu sabes.… Pero me crié en una granja, después de todo, y no soy enteramente ignorante. Hay ovejas aquí, y las criamos, y no puedo ver si habría mucha diferencia y…