Se detuvieron brevemente para almorzar, pero esa fue su única parada, Dunford le aclaró que quería avanzar rápido. Podían llegar al final de día a Londres si no perdían el tiempo. A pesar del paso apresurado del coche, la carretera estaba llena de baches y esa noche tuvieron que alojarse en una posada al otro de la carretera, Henry estaba sumamente cansada. El carruaje de Dunford estaba excepcionalmente bien equipado y era sumamente confortable, pero nada podría disfrazar la cantidad de surcos muy profundos del camino. Ella fue sacudida de su estado de cansancio, sin embargo, por el anuncio sorprendente de su compañero.
– Voy a decirle al hostelero que eres mi hermana.
– ¿Por qué?
– Parece lo mejor. Realmente no es muy correcto para nosotros, esta costumbre de viajar sin una señora de compañía, aunque seas mi pupila. Más bien incrementaría alguna especulación mal intencionada acerca de ti.
Henry asintió con la cabeza, concediendo un punto. No deseaba que algún patán borracho creyera que era una mujer ligera simplemente porque la vio con él.
– Podemos mentir sin ser descubiertos, creo, -" Dunford filosofó-, ambos poseemos pelo color café.
– Junto con la mitad de la población de Gran Bretaña, -dijo ella impertinentemente.
– Cierra la boca, bribona. -Él resistió el deseo de desgreñar su pelo-. Estará oscuro. Nadie se fijará. Y la opción sería que te cubras la cara con el gorrito.
– Pero entonces nadie verá mi pelo, -bromeó ella-. Todo ese trabajo por nada.
Él sonrió juvenilmente.
– Todo el trabajo, ¿eh? Debes estar horriblemente cansada, expendiendo toda esa energía para cultivar tu color oscuro de pelo.
Ella le pegó con el gorrito. Dunford salió del coche silbando. Hasta ahora el viaje había sido un éxito completo. Henry no se había olvidado de la gran pelea y su intimidación para venir a Londres. Además, ella compasivamente no había mencionado el beso que habían compartido en la casa de campo abandonada. De hecho, todas las señales indicaban la conclusión de que ella se había olvidado del asunto completamente.
Lo que le molestó.
Maldición, algo le molestaba.
Pero no le molestó la mitad, el hecho que le estaba provocando en primer lugar.
Esto se ponía mucho más confuso. Él dejó de pensar acerca de eso y la ayudó a bajar del carruaje.
Entraron en la posada, uno de los mozos quedándose atrás con sus maletas. Henry se sintió tranquila al ver que la posada parecía estar satisfactoriamente limpia. Ella siempre había dormido en sabanas limpias, cuando llego a Stannage Park, siempre supo exactamente cuándo estas habían sido lavadas recientemente. Finalmente se le ocurrió que simplemente ella tenía el control de su propia existencia hasta ahora. Londres era realmente una aventura. Si sólo pudiese lograr sobreponerse a este miedo inmovilizante que le tenia a la clase alta…
El hostelero, reconociendo que eran de la nobleza, se acerco corriendo a sus lado…
– Requerimos dos cuartos, -dijo Dunford enérgicamente-. Uno para mí y otro para mi hermana.
La cara del hostelero se contrario.
– Oh, estimado señor. Esperaba que usted estuviese casado porque tengo una sola habitación y…
– ¿Eso es realmente verdad? -La voz de Dunford era helada.
– Oh, su señoría, si pudiese poner de patitas en la calle a alguien por usted, lo haría, lo juro, pero el lugar esta totalmente lleno de gente noble esta noche. La Duquesa de Beresford está de paso, y tiene un montón de invitados con ella. Necesitamos seis cuartos, seis, debido a sus nietos.
Dunford gimió. El clan Beresford era notorio por su fertilidad. En la última cuenta de la duquesa dijo que tenia veinte nietos. Era una mujer mayor y fastidiosa quien ciertamente no se consideraba bondadosa y peor si tenia que ceder uno de sus cuartos, si tuviesen veinte nietos harían lo mismo. Solo el señor sabia cuántos de ellos estarían aquí esa noche.
Henry, sin embargo, no tenía tal conocimiento de los Beresfords y su asombrosa fecundidad, y en ese momento tenía un problema, respirando debido al pánico que atravesaba a toda velocidad su cuerpo.
– Oh, pero usted debe tener otro cuarto, -ella barbulló-. Debe.
El hostelero negó con la cabeza.
– Sólo uno. Yo pasaré la noche en los establos. Pero los dos podrán compartir la habitación seguramente. Ya que ustedes son hermanos. No es muy privado, ya lo sé, pero…
– Soy una persona que le gusta la privacidad, -Henry dijo desesperadamente, agarrándose de su brazo-. Extremadamente.
– Henrietta, querida, -Dunford dijo, amablemente apartando sus dedos que agarraban fuertemente el codo del hostelegro-, si no tiene otro cuarto, no lo tiene. Tendremos que apañarnos.
Ella le observó suspicazmente, entonces inmediatamente se calmó. Por supuesto, Dunford debía tener un plan. Eso fue por lo qué él sonó tan controlado.
– Por supuesto, Du… Er, Daniel, -ella habló improvisando, dándose cuenta tardíamente de que no sabía que nombre él había dado-. Por supuesto. Soy tan tonta.
El hostelero se relajó visiblemente y le dio a Dunford la llave.
– Hay espacio en los establos para sus lacayos, mi lord. Será muy apretado, pero pienso que habrá un lugar para todo el mundo.
Dunford le agradeció y se ocupó de la tarea de mostrarle a Henry su cuarto. La pobre chica se había puesto pálida como una hoja. El maldito gorrito escondía la mayor parte de su cara, pero no fue difícil deducir que no estaba feliz con las disposición del cuarto.
Bien, maldición, dijo él. Él no estaba para nada contento por el pensamiento de dormir en el mismo cuarto con ella toda la noche. Su condenado cuerpo despertó simplemente con ese pensamiento acerca de eso. Más de lo que una docena de las veces que en el día él había querido tomarla y besarla hasta dejarla sin sentido allí mismo en el carruaje. La terrible jovenzuela nunca sabría el nivel de autocontrol que había ejercido.
No fue cuando hablaban. Entonces, al menos, él podía mantener su mente fuera de su cuerpo y sobre la conversación. Ocurrió cuando se quedaban callados, y él miraba hacia arriba y abajo, mientras Henry miraba fuera de la ventana, con su ojos brillantes. Entonces él la veía sonreír, lo cual era siempre un error, y ella se movía un poco y se lamía los labios, y lo siguiente que él sabia era que tenia que agarrarse firmemente a los cojines del asiento para abstenerse de tratar de alcanzarla.
Y a esos labios deliciosos, muy rosados que se fruncían justo en ese momento, cuando Henry plantó sus manos en las caderas y miró alrededor del cuarto. Dunford siguió su mirada fija a la cama grande que dominaba la cámara y prescindió de cualquier esperanza de que no iba a pasar muy inquieto toda la noche.
– ¿Quién es Daniel? -Intentó bromear.
– Tú, me temo, desde que nunca me dijiste tu nombre de pila. No querrías que me delatará.
– Mis labios están sellados, -él dijo, inclinándose en una grandiosa reverencia, aunque todo lo que deseaba era sellar sus labios con los de ella.
– ¿Cuál es tu nombre auténtico?
Él sonrió diabólicamente.
– Es un secreto.
– Oh, te burlas de mi, -ella se mofó.
– Lo digo en serio. -Logró poner en su rostro una expresión de tal honradez fervorosa, que por un momento ella le creyó. Él se movió solapadamente a su lado y tomó su mano y la beso ruidosamente-. Un secreto de Estado, -susurró, mirando furtivamente hacia la ventana-. El mismo sustento de la monarquía depende de eso. Revelando esto, podría descabezar nuestros intereses en la India, por no mencionar…
Henry se quitó bruscamente su gorrito y lo golpeó con él.
– Eres incorregible, -bromeó.
– He sido informado de eso, -dijo él con una sonrisa imperturbable-, que frecuentemente actúo con una falta bien definida de seriedad.
– Que te puedo decir. -Ella plantó sus manos en sus caderas otra vez y reanudó su examen del cuarto-. Pues bien, Dunford, esta es una situación molesta. ¿Cuál es tu plan?