– ¿Mi plan?
– No tienes uno, ¿ verdad?
– No tengo la menor idea de lo que hablas.
– Dónde vamos a dormir, -ella le machacó.
– Realmente no había pensado acerca de eso, -él admitió.
– Qué? -Ella chilló. Entonces, dándose cuenta de que sonó decididamente como una fierecilla, ella modificó su tono y añadió-, no podemos ambos dormir… Allí. -Señaló hacia la cama.
– No, -suspiró él, pensó que estaba cansado hasta los huesos, y no podría hacer el amor con ella esa noche, lo cuál sabía que no podía hacer.
No importa cuántas veces de mala gana lo hubiera imaginado durante los últimos días, al menos a él le gustaría dormir bien durante la noche en un colchón suave. Sus ojos vagaron a través de la habitación hasta un mesa vieja en la esquina del cuarto. A la derecha se veía una horrible silla que estaba supuestamente en buena apariencia. No muy confortable para sentarse, mucho menos para dormir. Él suspiró otra vez, esta vez fuerte.
– Supongo que puedo pasar la noche en la silla.
– ¿La silla? -Ella se hizo eco.
Él señaló el mueble en duda.
– Cuatro patas, un asiento. Con todo, un artículo muy útil para la casa de uno.
– Pero… está aquí.
– Sí
– Está aquí.
– Eso es también cierto.
Ella clavó los ojos en él cuando le habló:
– No podemos dormir ambos aquí.
– La alternativa es pasar la noche en los establos, lo cuál, te informo, no tengo deseo de hacer. Aunque… -Él miro la silla-… Por lo menos podría acostarse. Sin embargo, el hostelero dijo que los establos estaban aún más abarrotados que la posada, y francamente, después de mi experiencia con tu porqueriza, el delicado olor de animales ha estado grabado permanentemente en mi memoria. O en mi nariz, según el caso. El pensamiento de pasar la noche arrullado en medio de excrementos de aves y de caballo es decididamente desagradable para mi gusto.
– ¿Tal vez acaban de poner estiércol en su lugar? -Ella dijo si Dios quiere.
– No hay nada que les impida hacerlo en la mitad de la noche. -Él cerró sus ojos y meneó la cabeza. Nunca en un millón de años soñó que un día discutiría sobre abono de caballos con una señora.
– Todo… bien, -ella dijo, mirando dudosamente la silla-. Yo… tengo que cambiarme, sin embargo".
– Esperaré en el pasillo. -Él enderezó su columna vertebral y caminó por el cuarto, decidiéndose que era el más noble, más caballeroso, y posiblemente el hombre más estúpido en toda Gran Bretaña. Cuando se apoyó contra la pared fuera de la puerta, podía oírla desvistiéndose. Él intentó desesperadamente no pensar acerca de lo que esos sonidos quisieron decir, pero era imposible. Ahora se desabotonaba su vestido… Ahora lo dejaba deslizarse de sus hombros… Ahora ella estaba…
Él se mordió los labios fuertemente, esperando que el dolor cambiase sus pensamientos en una dirección más apropiada. No surtió efecto.
El tormento de todo esto era que sabía que ella le deseaba también. Oh, no realmente en la misma forma y seguramente no con la misma intensidad. Pero estaba allí. A pesar de su boca sarcástica, Henry era un niña honrada y no sabía esconder el sentimiento de ensueño en sus ojos cada vez que accidentalmente se rozaban el uno contra el otro. Y el beso…
Dunford gimió. Ella había sido perfecta, tan completamente receptiva hasta que él perdió el control y la asusto. Retrospectivamente, agradeció a Dios de que ella se hubiera asustado, porque ciertamente él no habría podido detenerse.
Pero a pesar de los deseos hambrientos de su cuerpo, no era definitivamente su intención seducir a Henry. Quería que ella tuviera una temporada como merecía. Quería que conociera a algunas mujeres de su misma edad y algunos amigos por primera vez en su vida. Quería que conociera algunos hombres y… frunció el ceño. No, se decidió con la expresión abandonada de un niño pequeño que ha sido informado que definitivamente, realmente debe comer sus coles de Bruselas, quería que ella conociera a algunos hombres. Ella se merecía poder elegir entre lo mejor de Inglaterra.
Y entonces quizá el podría volver a su vida nuevamente. Visitaría a su amante, él incorrectamente la necesitaba, jugaría con sus amigos, iría a un sin fin de fiestas, y continuaría con su envidiada vida de soltero.
Él había sido una de las pocas personas que estaba verdaderamente contenta con su existencia. ¿Por qué diablos querría cambiar cualquier cosa?
La puerta se abrió, y la cara de Henry asomó por una esquina.
– ¿Dunford? -dijo quedamente-. Ya terminé. Puedes entrar ahora.
Él gimió, sin saber si el sonido nació del deseo reprimido o de su evidente cansancio, y se empujó a sí mismo dentro de la habitación. Volvió al cuarto. Henry estaba de pie cerca de la ventana, agarrando firmemente su bata de dormir descolorida apretada alrededor de ella.
– Te he visto en bata de dormir antes, -él dijo estoicamente, en lo que esperó fuera una sonrisa acogedora y decididamente platónica.
– Ya lo se, pero… -Ella se encogió de hombros impotentemente-. ¿Quieres que espere en el vestíbulo mientras te cambias? ¿Y te pones tu pijama y tu bata de dormir?
– Creo que no. Prefiero dormir vestido, ya que ciertamente no quiero que compartas el pasillo con los otros ocupantes de la posada.
– Oh. Por supuesto.
– Especialmente con ese viejo dragón Beresford y sus crías tan cerca. Están probablemente en camino hacia Londres para la temporada y no dudarían en decir a la nobleza entera que te vieron medio desnuda en el pasillo de una posada pública. -Pasó su mano cansadamente a través del pelo-. Deberíamos poner empeño en evitarlos en la mañana.
Ella asintió con la cabeza nerviosamente.
– Supongo que podría cerrar los ojos. O darme la vuelta.
Él pensó que ésta no era probablemente la mejor hora de informarle a ella que prefería dormir desnudo. Sin embargo, era condenamente incómodo pasar la noche con su ropa. Quizá en bata de dormir…
– O podría esconderme debajo de la colcha, -decía Henry-. Entonces podrías cambiarte seguro.
Dunford parpadeó con incredulidad y diversión cuando ella se sentó en la cama y se metió debajo de las mantas hasta que esta pareció una madriguera muy grande.
– ¿Cómo va eso? -Ella dijo dudando, en su voz considerablemente amortiguada por la colcha.
Él intentó desvestirse pero se encontró con que sus hombros temblaban de regocijo.
– Henry perfecto. Es perfecto.
– ¡Sólo avísame cuando termines! -Ella le anunció. Dunford rápidamente se despojó de su ropa y cogió su bata de dormir. Por un breve momento estaba totalmente y muy espléndidamente desnudo, y un temblor de emoción le atravesó de lado a lado a la vista del conglomerado grande en la cama. Él respiró profundamente y se puso encima la bata. No ahora, se dijo a sí mismo severamente. No ahora y no con esta chica. Ella merece algo mejor. Ella merece elegir.
Él amarró fuertemente la banda de su bata alrededor de su cintura. Probablemente debería haberse puesto su ropa interior pero la maldita silla iba ser lo suficientemente incómoda. Él sólo tenía que cerrar muy bien su bata para que no se abriera durante la noche. La pobre chica probablemente se desmayaría al ver a un hombre desnudo cuando se levantase. El señor sabe qué pasaría si ella se despertaba y lo veía desnudo en medio de la noche.
– Terminó todo, bribona, -le dijo-. Puedes salir ahora.
Henry asomó su cabeza de debajo de las cubiertas. Dunford había oscurecido las velas, pero la luz de la luna se filtraba a través. Las cortinas eran diáfanas, y ella podía ver su forma, muy grande, muy propia de los hombres totalmente masculinos como él. Ella contuvo el aliento. Lo miró detenida y largamente pero él no le sonrió. Si lo hiciese, ella se perdería. Débilmente se le ocurrió que probablemente no le podría ver sonreír en la oscuridad, pero esas sonrisas abiertas de él eran tan devastadoramente efectivas, estaba convencida que probablemente podría sentir la fuerzas de ellas a través de una pared de ladrillo.