Ella se reacomodó en contra de las almohadas y cerró sus ojos, intentando muy profundamente no pensar en él.
– Buenas Noches, Hen.
– Buenas noches, Dun.
Le oyó reírse al acortar su nombre. Simplemente no sonrías, rezó. Ella pensó que no lo había hecho; Estaba segura que habría oído su risa si sus labios se hubiesen extendido con esa sonrisa abierta, garbosa. Era seguro, sin embargo, ella abrió uno los ojos y lo miro con atención.
Por supuesto que ella no podría ver su expresión, pero fue una excusa maravillosa mirarle. Él se reacomodaba en esa silla… bien, estaba intentando reacomodarse al menos. Ella no había notado… lo incomoda que era. Él se movió, y luego se movió otra vez. Él había cambiando de posición dos docenas de veces antes que se aquietara finalmente. Henry se mordió los labios.
– ¿Estás cómodo? -Ella gritó.
– Oh, por supuesto.
Fue ese tono muy particular de voz que no tenia huella de comentario sarcástico sino más bien sugirió, que el orador se esforzaba realmente en convencer alguien de algo que obviamente no era cierto.
– Oh, -dijo Henry. ¿Qué se suponía que ella debía hacer? ¿Acusarlo de mentir? Clavó los ojos en el cielo raso durante treinta segundos y entonces se decidió… ¿por qué no?
– Mientes, -dijo.
Él suspiró.
– Sí.
Ella se puso derecha.
– Tal vez podríamos… Bien, algo… debemos hacer, debemos poder hacer algo.
– ¿Tienes algunas sugerencias? -Su tono fue muy seco.
– Bien, -ella se atolló-, no necesito todas estas mantas.
– El calor no es mi problema.
– Pero quizá podrías colocar una sobre el piso y fabricar un colchón provisional con ella.
– No te preocupes por eso, Henry. Estaré bien.
Otra declaración totalmente falsa.
– Sólo que no puedo yacer aquí y observar tu incomodidad, -dijo ella inquieta.
– Entonces cierra los ojos y duerme. No verás nada.
Henry se recostó y trató de permanecer en esa posición un minuto completo.
– No lo puedo hacer, -ella salió precipitadamente, irguiéndose de golpe otra vez-. No puedo hacerlo.
– No puedes hacer qué, ¿ Henry? -Él suspiró… un muy largo y sufrido suspiro.
– No puedo dormir aquí cuando tú estas tan incómodo.
– El único lugar que va a ser más confortable es la cama.
Hubo una pausa larguísima. Finalmente…
– Puedo hacerlo si tu lo puedes hacer.
Dunford decidió que tenían interpretaciones bastamente diferentes de esas palabras.
– Podemos compartir la cama, estaré lo más apartada posible en mi lado. -Ella comenzó a apartarse a toda prisa-. Voy estar lo más alejada.
En contra de todo juicio, él en realidad consideró la idea. Alzó su cabeza para observarla. Ella estaba ahora en el borde de la cama, sus piernas se caían por el lado.
– Tu puedes dormir en el otro lado, -ella decía-. Simplemente quédate en el borde.
– Henry…
– Si no estas dolorido ahora lo estarás mañana, -dijo ella la frase entera los mas rápido posible-. Pues en un momento seguramente recobraré mis sentidos y rescindiré la oferta.
Dunford miró el lugar vacío en la cama y luego a su cuerpo, lucía una enorme erección. Entonces miró a Henry. ¡No, no hagas eso! Su mirada rápidamente desviada de regreso al lugar vacío en la cama. Se vio a sí mismo, muy cómodo… tan confortable, de hecho, eso sólo podría ser posible para relajar su cuerpo bastante y calmarse.
Volvió la mirada hacia Henry. Él no había tenido la intención de hacerlo, no había querido hacerlo, pero sus ojos estaban de parte de seguir los dictámenes de una parte del cuerpo aparte de su mente. Ella se ponía derecha y era clavar los ojos en él. Su pelo grueso, café había sido movido hacia atrás en una trenza que sorprendentemente fue erótica. Sus ojos – pues bien, estaba demasiado oscuro para verlos, pero él podría jurar que podía verlos resplandecer como plata a la luz de la luna.
– No, -dijo roncamente-, la silla estará bien, gracias.
– Sé que estas incómodo, no creo que pueda dormirme si tú no lo puedes hacer-. Ella sonó notablemente como una damisela en suma necesidad.
Dunford se estremeció. Él nunca había podido resistir ha hacer de héroe. Lentamente él se puso de pie y caminó para el lado vacío de la cama.
¿Qué tan malo podría ser?
Capítulo 11
Es muy, muy malo. muy, pero, muy malo.
Una hora más tarde Dunford todavía estaba muy despierto, su cuerpo entero estaba tan tieso como un palo por el miedo a propasarse accidentalmente contra de ella. Además, no podría arriesgarse a recaer y cambiar de posición tenia que dormir de espaldas a ella, ya que antes había subido muy cerca, él la podía oler en su almohada su olor.
Maldición, ¿por qué no podría permanecer ella simplemente en un lugar? Su olor estaba en todas partes por cualquier razón, ella debería haber yacido ahí, pero ahora se mudó al otro lado de la cama para dejar campo para él. ¿Por que entonces todas las almohadas tienen su olor ese perfume ambiguo a limones. ¿Que siempre flota en el aire alrededor de su nariz.? Y la maldita jovenzuela se movió tanto que interrumpió su sueño a pesar de que estaba de espaldas a ella para protegerla completamente.
No respires a través de tu nariz, él cantó internamente. No respires a través de tu nariz.
Ella se movió otra vez, emitiendo un suspiro suave.
Cierra tus oídos.
Ella hizo algo chistoso un pequeño chasquido de algo que se quiebra con sus labios, entonces se movió otra vez.
No es ella, su mente dio un pequeño gritó. Esto te ocurría con cualquier mujer.
Oh, deséchalo, el resto de su cerebro contesto. Tú quieres a Henry, y la deseas ardientemente.
Dunford apretó sus dientes y rezó para que le de sueño. Él rezó muy duro. Y no era un hombre religioso.
Henry sintió deseo. Caliente y suave y… con cuerpo. Sentía el sueño más bello. Aunque no sabia totalmente lo que ocurría en él, pero cualquier cosa que le dejaba un sentimiento completamente satisfecho y lánguido. Cambió de posición en su sueño, suspirando contentamente como el olor de madera caliente y el brandy fue a la deriva debajo de su nariz. Fue un olor. Delicioso. Igual al de Dunford. Él siempre olía a brandy y madera caliente, aún cuando él no había bebido. Era gracioso cómo olía a él. Era gracioso cómo su olor estaba en su cama. Los párpados de Henry se abrieron. Gracioso cómo que estaba él en su cama.
Ella dejó salir una boqueada involuntaria antes de que se acordase de, que estaba en una posada en camino a Londres y que había hecho lo que ninguna dama bien educada haría. Amablemente se había ofrecido a compartir su cama con un caballero.
Henry se mordió los labios y se puso derecha. Él se había visto tan incómodo. Sin duda alguna no era pecado tener piedad de él una noche, que dejar tenga dolor de espalda a la mañana siguiente o por varios días. Y el no la había tocado. Caramba, ella pensó indelicadamente, él no necesitó hacerlo. El hombre era ardiente. Ella probablemente habría sentido el calor de su cuerpo expandirse a través del cuarto.