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El sol comenzaba a subir, y el cuarto entero fue bañado en un gran resplandor. Henry miró hacia abajo al hombre junto a ella. Más bien esperó que toda esta aventura no arruinase su reputación antes de que lograse adquirir una, pero si lo hiciese, pensó torcidamente, eso sería bastante irónico, considerando que no había hecho nada de lo cual estar avergonzada – además de quererle, por supuesto.

Por fin admitió eso para sí misma. Estas sensaciones extrañas que él le producía a ella – fueron deseo, simple y francamente. Aún si ella sabía que no podría actuar sobre estos sentimientos, no tuvo sentido mentirse acerca de ellos.

Esa honradez se estaba volviendo dolorosa, sin embargo. Sabía que no le podría tener. Él no la amaba, y no iba hacerlo. De hecho él la traía a Londres para que ella pudiera conseguir un marido. Esas eran sus intenciones.

Si tan sólo él no fuese tan agradable. Si ella le pudiese odiar, todo sería así más fácil. Ella podría ser malcriada y cruel y podría convencerlo de alejarse de su vida. Si él la ofendiera a ella, su deseo por él ciertamente se marchitaría y se desvanecería.

Henry descubría que el amor y el deseo estaban, para ella al menos, irrevocablemente entrelazados. Y parte de la razón que ella estaba así de loca por él consistía en que era un buen hombre. Si él no fuera un buen hombre, no reconocería su responsabilidad como su tutor, y no insistiría en llevarla a Londres y darle a ella una temporada.

Y él ciertamente no estaría haciendo todo esto porque quisiera que ella sea feliz. Claramente, él no era un hombre fácil para odiar. Con vacilación, ella tendió su mano y acaricio su cabello café oscuro e hizo un rizo con sus dedos mientras lo miraba. Dunford habló entre dientes con somnolencia y entonces bostezó. Henry sacudió con fuerza su brazo de regreso, espantada de que le hubiera despertado.

Él bostezó otra vez, esta vez muy fuerte, y perezosamente abrió sus ojos.

– Perdona, ¿te desperté? -dijo ella rápidamente.

– ¿Estaba dormido?

Ella asintió con la cabeza.

– Dios realmente no pasó nada, -él masculló.

– ¿Perdón?

– Simplemente una pequeña oración matutina de gracias, -él dijo secamente.

– Oh. -Henry parpadeó sorprendida- No tenia idea que eras tan religioso.

– No lo soy. Eso es – él hizo una pausa y suspiró-. Es notable lo que puede instigar a un hombre a descubrir la religión.

– Estoy segura, -se quejó, no sabiendo acerca de de lo que él hablaba.

Dunford giró su cabeza en la almohada a fin de estar frente a ella. Henry se veía condenadamente bien a primera hora de la mañana. Las etéreas guedejas de pelo se habían escapado de su trenza y se rizaban agradablemente alrededor de su cara. La luz suave de la mañana parecía convertir estas hebras errantes en oro trenzado. Respiró profundamente y se estremeció, deseando que su cuerpo no reaccionara. Este, por supuesto, no obedeció.

Henry, entretanto, repentinamente se había percatado que su ropa estaba en la silla al otro lado del cuarto.

– Digo, -ella se expreso nerviosamente-, ciertamente estas torpe.

– No tienes ni idea.

– Yo… um… Quiero mis ropas, y necesitaré levantarme para obtenerlas.

– ¿Sí?

– Pues bien, pienso que no debes verme en camisón, aún si te acostaste conmigo anoche. Oh, querido, -ella dijo con una voz sofocada-. Eso no es lo que quería decir. Lo que quise decir fue que pasamos la noche en la misma cama, lo cuál supongo que no es tan malo.

Dunford se manifestó – más bien dolorosamente apenado – y sintió que su vergüenza con la que casi no contaba.

– De todos modos, -ella siguió hablando con torpeza-, en realidad no puedo levantarme para obtener mi ropa, y mi bata de dormir parece estar justamente fuera de mi alcance. No estoy exactamente segura cómo paso eso, pero es, quizá tu debes levantarte primero, como ya te he visto…

– ¿Henry?

– ¿Sí?

– Cállate.

– Oh.

Él cerró sus ojos en agonía. No quería nada más que permanecer catatónico debajo de las mantas todo el día. Bien, eso no era totalmente cierto. Lo que él en realidad quería hacer involucraba a la joven que se sentaba junto a él, pero eso no iba a ocurrir, entonces optó por permanecer escondido. Desafortunadamente, una parte de su cuerpo realmente no quiso permanecer escondida, y no tenia ni idea cómo decirle lo que se levanto de él sin asustarla totalmente y quitarle diez años de su vida.

Henry se sentó, no podía aguantar más.

– ¿Dunford?

– ¿Sí? -Era asombroso cómo podría transportar una sola palabra tal sentimiento. Y no buenos sentimientos, en ese instante.

– ¿Qué vamos a hacer?

Él aspiró profundamente- posiblemente su veinteavo de la mañana.

– Tú vas a ocultarte debajo de las mantas, como hiciste anoche, y yo voy a vestirme.

Ella obedeció su orden con rapidez.

Él se levantó con un gemido imperturbable y cruzó el cuarto hacia donde había dejado su ropa.

– Mi ayuda de cámara tendrá un ataque, -masculló.

– ¿Qué? -Ella gritó de debajo de las cubiertas.

– Dije, -él habló más alto-, que mi ayuda de cámara tendrá un ataque.

– Oh, no -gimió, sonando considerablemente angustiada.

Él suspiró.

– ¿Qué sucede ahora, Hen"?

– Tu en realidad deberías tener a tu ayuda de cámara," vino la respuesta amortiguada por las cobijas. " me siento terrible".

– No lo hagas, -le pidió él sutilmente.

– ¿Qué no haga qué?

– No te sientas terrible -él prácticamente chasqueó.

– Pero no te puedo ayudar. Vamos a llegar a Londres hoy, y tu querrás lucir bien para tus amigos y… Y para cualquier otra persona para la que quieras verte agradable y…

¿Cómo es eso,? él se pregunto, ¿que ella lograse sonar como si estuviera irrevocablemente muy sentida si él no tenia a su ayuda de cámara?

– " No se como si no tengo a mi criado, voy de seguro a verme arrugado de cualquier manera, pero no hay necesidad que tu te preocupes por eso.

Él suspiró.

– Por eso debes regresar a la cama.

Eso, pensó él, era una idea muy mala.

– Apresúrate -dijo ella enérgicamente.

Él expresó sus sentimientos.

– Ésta es una idea muy mala, Hen.

– Confía en mí.

Él no podría ayudar mas que con un corto ladrido que se volvió en una risa lastimera que salio de su boca.

– Simplemente regresa a la cama y escóndete debajo de las mantas -explicó ella pacientemente-. Me levantaré y me vestiré. Entonces bajaré por la escalera y llamare a tu ayuda de cámara. Y tu te verás bello.

Dunford empezó a mirar hacia el montón de mantas que hablaba en la cama.

– ¿Bello? -Repitió.

– Bello, bien parecido, como quieras ser designado.

A él le habían llamado bien parecido muchas veces, muchas mujeres diferentes, pero nunca él se sintió tan contento con si mismo como en ese mismo momento.

– Oh, está bien, -suspiró-. Si insistes. -Unos segundos más tarde él estaba de regreso en la cama, y Henry corría a toda prisa fuera de ella a través del cuarto.

– No mires a escondidas, -ella gritó mientras se metía el vestido por la cabeza. Era el mismo que se había puesto el día anterior, pero lo había colocado cuidadosamente sobre una silla la noche antes, y supuso que estaba menos arrugado que los vestidos de su maleta de mano.

– Ni pensarlo, -él mintió insípidamente.

Algunos momentos más tarde ella dijo:

– Llamaré a tu ayuda de cámara. -Entonces él oyó el clic de la puerta.

* * * * *

Después de mandar subir a Hastings con su jefe, ella entró tranquilamente en el comedor, con la esperanza de poder ordenar algún desayuno.