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Ella tuvo un sentimiento sabia que no debía estar sin acompañante, pero no podía hacer otra cosa. El hostelero la espió y se apresuro a su lado. Simplemente termino de hacer el pedido, cuando apareció una viejecita con cabellos grises azulados en la puerta de la esquina. Se vio increíblemente regia y arrogante. Debía ser la Duquesa de la Viuda de Beresford. Tenía que ser. Dunford le había advertido a ella para no dejarse ver por la señora cueste lo que cueste.

– En nuestra habitación, -Henry murmuró con voz forzada-. Nos gustaría el desayuno en nuestro cuarto. -Entonces se levantó rápido como una bala, rezando que la duquesa no la ha haya visto.

Henry subió corriendo las escaleras y entró violentamente en el cuarto, sin pensar quien lo ocupaba. Demasiado tarde vio con horror que Dunford estaba a mitad de vestirse.

– Oh, yo… respiró trabajosamente, clavando los ojos en su pecho desnudo-, estoy tan apenada.

– Henry, ¿qué sucedió? -Preguntó él urgentemente, olvidando la espuma de afeitar en su cara.

– Oh, querido. Lo siento. Esperaré en el pasillo. -Empezó a darse media vuelta.

– Henry, por el amor de Dios, ¿qué ha pasado?

Ella clavó sus ojos grandes de color plata. Él iba hacia ella, pensó. Iba a tocarla y no llevaba puesta una camisa. En ese momento, tardíamente notó la presencia del ayuda de cámara.

– No he debido haber entrado, -dijo precipitadamente-. Tienes razón no debí entrar. Fue justo… cuando vi. a la duquesa… Y…

– Henry, -dijo Dunford dijo con voz increíblemente paciente-. ¿Por qué no esperas en el pasillo? Casi estoy listo.

Ella asintió con la cabeza y volvió casi volando al vestíbulo. Algunos minutos más tarde la puerta se abrió para revelar a Dunford, viéndose maravillosamente gallardo. Su estómago dio un vuelco.

– Ordené el desayuno, -musitó-. Debería estar aquí de un momento a otro.

– Gracias. -Notando su incomodidad, él añadió-, me disculpo si nuestra estadía aquí, ha sido más bien poco convencional y te ha perturbado de cualquier forma.

– Oh, no, -ella dijo rápidamente, entrando al cuarto- no me has perturbado. Es simplemente… yo simplemente… Bien, tú me tienes pensando acerca de mi reputación y cosas semejantes ".

– Esta bien que lo hagas. Londres, me temo, no te permitirá la misma libertad que tenias en Cornualles.

– Lo sé. Es simplemente… -Ella hizo una pausa. Agradecida al observar a Hastings salir a hurtadillas del cuarto. Dunford cerró la puerta discretamente. Cuando ella continuó, susurrando-. El caso es que que no debo verte sin camisa, no importa cuán agradable es mirarte, porque me hace sentir muy abochornada,Y no sé como abordarlo después – "

– Suficiente, -él dijo en una voz constreñida, sosteniendo en alto una mano en ademán de detener las palabras inocentemente eróticas viniendo de su boca.

– Pero…

– Dije basta.

Henry asintió y entonces el hostelero entró con el desayuno. Ella y Dunford observaron en silencio como puso la mesa y salió del cuarto. Una vez sentada, lo contempló y dijo:

– Digo, Dunford, te percatas…

– ¿Henry? -Él interrumpió, aterrorizado de lo que ella iba a decir, algo encantadoramente impropio y convencido de que no podría controlar su reacción.

– ¿Sí?

– Come tus huevos.

* * * * *

Muchas horas más tarde alcanzaron las afueras de Londres. Henry miraba prácticamente con la cabeza afuera del coche, estaba tan excitada. Dunford le enseñó unos pocos puntos de interés, asegurándole que le quedaría muchísimo tiempo para poder ver el resto de ciudad. Él la llevaría de visita por los lugares de interés tan pronto como hubieran contratado a una criada para actuar como su escolta. Hasta entonces haría que una de sus amigas le mostrase los lugares.

Henry tragó nerviosamente. Los amigos de Dunford indudablemente serían sofisticados y vestidos a la moda, con la mirada fija puesta en ella… Que no era nada más que una provinciana. Temía que al conocerlos metería la pata, no sabia que hacer cuando los conociera. Y el Señor sabía que no tenia ni idea qué decir.

Esto era en particularmente inquietante para una mujer que siempre tenia una réplica lista.

Cuando su carruaje dio la vuelta hacia Mayfair, las casas se volvieron progresivamente más grandiosas. Henry apenas podía cerrar la boca. Cuando ella se quedó con la mirada fija en las calles. Finalmente se voltio y dijo,

– Por favor dime que no vives en una de estas mansiones.

– No lo hago. -Él le dio a ella una sonrisa asimétrica.

Henry dio un suspiro de alivio.

– Pero tú si lo harás.

– ¿Discúlpame?

– No pensaste que vivirías en la misma casa conmigo, ¿verdad?

– Realmente no había pensado acerca de eso".

– Estoy seguro que podrás quedarte con alguno de mis amigos. Voy justamente a dejarte en mi casa, para que me esperes mientras hago los preparativos pertinentes…

Henry se sintió más bien como un pedazo de equipaje.

– ¿No seré una carga?

– ¿Tú te quedaras en una de estas grandes casas? -Señalo con su mano al frente a una de las opulentas mansiones-. Podrías apostar que podían pasar semanas antes que alguien note tu presencia.

– Es muy alentador, – masculló ella.

Dunford se rió ahogadamente.

– No te preocupes, Hen. No tengo intención de mandarte con una bruja miserable o con un viejo tonto y senil. Prometo que serás feliz con las disposiciones de tu domicilio.

Su voz fue tan profunda y reconfortante que Henry no podía mas que creerle.

El carruaje llegó a Moon Street y se paró delante de una limpia y pequeña casa de ciudad. El carruaje de Dunford se apeó, entonces él bajo para ayudar a Henry a bajar.

– Aquí es, -él dijo con una sonrisa-, donde vivo.

– ¡Oh, pero es precioso! -Henry exclamó, sintiéndose abrumadoramente aliviada de que su casa no era demasiado grandiosa.

– No es mía. Sólo la arriendo. Parece absurdo comprarme una casa cuando mi familia tiene una mansión aquí mismo en Londres.

– ¿Por qué no vives allá?

Él se encogió de hombros.

– Tengo pereza en mudarme supongo. Probablemente debería. La casa raras veces ha sido ocupada desde la muerte de mi padre.

Henry le dejó conducirla a una brillante y espaciosa sala de estar.

– Pero con toda seriedad, Dunford, -dijo ella-, ¿Una casa en Londres, por que no vives ahí? Ésta es una casa preciosa. Estoy segura que cuesta un ojo de la cara arrendarla. Podrías invertir esos fondos… -Dejó de hablar cuando se percató que Dunford se reía.

– Oh, Hen, -él se quedó sin aliento-. Nunca cambies.

– Puedes tener la seguridad de que no lo haré, -ella dijo impertinentemente.

Él le toco a ella debajo de la barbilla.

– Habrá en otro lugar una mujer tan práctica como tú, ¿me pregunto?

– La mayoría de varones no lo son, tampoco, -ella replicó-, y acierto a pensar que el sentido práctico es un buen rasgo.

– Y así es. Pero por lo que respecta a mi casa… – él le otorgó su sonrisa abierta y más cautivadora, enviando su corazón y mente en a un remolino de confusión-. A mis veinte y nueve años querrás que viva en casa de mis padres Y no deberías hablar de estos temas tan profundos con las señoras de nobleza".

– Pues bien, de qué puedo hablar, ¿entonces?

Él hizo una pausa.

– No lo sé.

– Tal como te he dicho no se de qué hablan de cuando se retiran después de cena. Es probable que sea algo horriblemente aburrido.

Él se encogió de hombros.

– No siendo una dama, nunca he sido invitado a escuchar sus conversaciones. Pero si es de tu interés, le puedes preguntar a Belle. Probablemente la conocerás esta tarde.

– ¿Quién es Belle?

– ¿Arabella? Oh, es una gran amiga mía.