Henry comenzó a sentir una emoción que se sintió misteriosamente como celos.
– Está recién casada. Antes era llamada Belle Blydon, pero ahora es Belle Blackwood. Lady Blackwood, supongo que la debería llamar.
Intentando ignorar el hecho de que se sintió más bien aliviada de que Belle era una persona casada, Henry dijo:
– ¿Y a ella"o Lady Belle Blydon me la presentarás, supongo?
– Es noble, verdad. -Ella tragó. Todos estos señores y estas señoras de alta alcurnia la alternaban.
– No dejes que la sangre azul de Belle te ponga nerviosa, -dijo Dunford enérgicamente, atravesando el cuarto. Puso su mano en el pomo y empujado abrió la puerta-. Belle es sumamente humilde, y además, tengo la seguridad de que con un poco de tiempo, tu podrás mezclarte sin avergonzarte con lo mejor de la nobleza.
– O con lo peor, -Henry masculló-, según el caso.
Si Dunford la oyó, simuló no hacerlo. Los ojos de Henry le siguieron cuando él entró en lo que parecía ser su estudio. Se inclinó sobre un escritorio y rápidamente rebuscó algunos papeles. Curiosa, ella le siguió hacia adentro, colocándose traviesamente al lado del escritorio.
– ¿Qué estas buscando?
– Pequeño diablillo curioso.
Ella se encogió de hombros.
– Simplemente alguna correspondencia que se acumuló mientras no estuve. Y algunas invitaciones. Quiero ser cuidadoso acerca de los acontecimientos que asistas al principio.
– ¿Asustado de que te podría hacer pasar vergüenza?
Él miró hacia arriba agudamente, y sintió alivio evidente cuando vio en su cara que ella sólo bromeaba.
– Algunos de los acontecimientos de la nobleza son totalmente aburridos. No querría causarte una mala impresión en tu primera semana aquí. Por ejemplo. -Él le paso una invitación blanca como la nieve-. Una velada musical.
– Pero pienso que disfrutaría de la velada musical, – dijo Henry. Sin mencionar el hecho que probablemente no tendría que conversar con nadie.
– No, -él dijo enfáticamente-, cuando está dada por mis primas las Smythe-Smith. Fuí a dos de ellas el año pasado, y sólo porque amo a mi madre. Creo que te he dicho que después de oír a mis estimadas Philippa, Mary, Charlotte, y Eleanor tocar a Mozart, sabía exactamente cómo sonaría una manada de ovejas. -Estremeciéndose con desagrado, miró la tarjeta y la descartó descuidadamente en el escritorio.
Henry, espiando una canasta pequeña cerca del escritorio, adivinó que era para poner las invitaciones descartadas, tomó la invitación arrugada y la lanzó en trayectoria elevada adentro. Cuando golpeó adentro, dejó salir un suave grito de triunfo, alzo sus brazos como saludo de victoria.
Dunford acababa de cerrar los ojos y meneó la cabeza.
– Bien, córcholis, -dijo ella impertinentemente-. No puedes esperar que abandone todos mis hábitos del pasado, ¿puedes?
– No, supongo que no. -Y, pensó con un tinte de orgullo, que realmente no quería eso.
Una hora más tarde Dunford se sentó en la sala de Belle Blackwood, contándole a ella sobre su pupila inesperada.
– ¿Y no tenias ninguna idea que eras su tutor hasta que el testamento de Carlyle llegó una semana y media después? -Belle preguntó incrédulamente.
– En absoluto.
– No puedo parar de reírme, Dunford, pensar acerca de ti como el tutor de una señorita. Tú, ¿como defensor de la virtud de una joven? Es un panorama más que improbable.
– No soy tal disoluto que no puedo encaminar a una señorita a la sociedad, -dijo, tensando su columna vertebral-. Y eso me hace volver a otros dos puntos. Primero, lo que corresponde a la frase “la señorita”. Bien, tengo que decir que Henry no es una mujer común. Y en segundo lugar, necesitaré tu ayuda, y no sólo para que me muestres tu apoyo. Necesito encontrar algún sitio donde pueda vivir. No puede hospedarse en mi apartamento de soltero.
– Estupendo, estupendo, -dijo Belle, agitando su mano ligeramente-. Por supuesto que te ayudaré, pero quiero saber por qué que ella es tan inusual. ¿Y por que la acabas de llamar Henry?
– Es diminutivo para Henrietta, pero creo que nadie la llamó así desde que era pequeña.
– Tiene algo de estilo, -Belle filosofó-. Si ella puede llevarlo.
– No tengo duda de que ella puede, pero necesitará un poquito de guía. Nunca ha estado en Londres. Y la mujer que la cuidaba murió cuando ella tenía sólo catorce años. Nadie le ha enseñado a Henry cómo ser una dama. Es completamente ignorante de la mayor parte de las costumbres de la nobleza.
– Pues bien, si ella es brillante, no debería ser demasiado reto. Y si a ti te gusta su presencia, estoy segura que no me necesitara mucho de mi compañía.
– No, estoy seguro tú y ella os llevareis muy bien. Quizá demasiado bien, -dijo sintiendo un poco de angustia. Tuvo la visión repentina de Belle y Henry juntándose y haciendo Dios sabe qué proyectos en su contra. No podría precisar que podrían lograr, o destruir, si trabajaban hombro con hombro. Ningún hombre estaría a salvo.
– Oh, no intentes herirme con la expresión propia de los hombres sitiados, -Belle dijo-. Cuéntame un poco sobre Henry.
– ¿Qué quieres saber de ella?
– No sé. ¿Qué apariencia tiene?
Dunford consideró cuidadosamente esto, preguntándose por qué era tan difícil describirla.
– Bien, su pelo es marrón, -comenzó-. En su mayor parte. Es decir. Hay vetas de oro también. Bien, realmente no son vetas, pero cuando le da el sol a su pelo, se ve muy rubio. No como el tuyo, sino… no sé, en un color mas oscuro.
Belle combatió el deseo de subirse de un salto a la mesa y bailar con regocijo, pero pensado estratégicamente se contuvo y disfrazó su rostro en para que él no vea sus deseos y pregunto,
– ¿Y sus ojos?
– ¿Sus ojos? Son grises. Bien, en verdad más plateados que gris. Supongo que la mayoría de la gente sólo les llamaría gris, sin embargo. -Hizo una pausa-. Plata. Son de plata.
– ¿Estás seguro?
Dunford abrió la boca, a punto de decir que debían ser grises en vez de plateados, cuándo notó el tono instigador en la voz de Belle y la cerró.
Los labios de Belle avanzaron a brincos cuando suprimió una sonrisa.
– Estaría encantada de que ella se quedase aquí. O mejor aún, la instalaremos en la casa de mis padres. Nadie se atrevería a herirla si mi madre le da su apoyo.
Dunford se paro.
– Bien. ¿Cuándo la puedo llevar?
– Cuanto antes mejor, pienso. No la queremos en tú alojamiento un minuto más de lo necesario. Visitaré a mi madre inmediatamente y la conoceré allí.
– Excelente, -dijo él lacónicamente, dándole a ella un pequeño beso.
Belle le observó caminar a grandes pasos fuera del cuarto, finalmente dejó su mandíbula abrirse asombrada por la manera que él había descrito a Henry. Las mil libras eran de ella. Prácticamente podía sentir el dinero en su mano.
Capítulo 12
La madre de Belle, como se esperaba, tomó a Henry firmemente debajo de su ala. Ella no podía lograr llamarla por su apodo, sin embargo, prefirió utilizar "Henrietta" en tono más formal.
Caroline le había dicho,
– No, no desapruebo tu apodo. Es simplemente que el nombre de mi marido también es Henry, y es más bien desconcertante para mí usarlo en una chica de tu edad.
Henry sólo había sonreído y le había dicho que eso no le importaba. Había pasado tanto tiempo desde que había tenido una figura maternal, que habría dejado a Caroline llamarla Esmeralda si ella lo deseaba.
Henry no había querido disfrutar de su tiempo en Londres, pero Belle y su madre le dificultaban en extremo mantenerse desanimada.
Conquistaron sus miedos con bondad, sus incertidumbres con chistes y buen humor. Henry extrañaba su vida en Stannage Park, pero tuvo que admitir que los amigos de Dunford habían traído cierta medida de felicidad en su vida que aún no se había dado cuenta que le faltaba.