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Belle no tuvo que mirar a Henry para saber que ella esperaba que Dunford hiciese lo mismo.

* * * * *

Cuando el reloj golpeó las dos, Henry tuvo que ser disuadida de dejar de mirar cada momento a la puerta. Belle logró sentarla en la sala de estar e intentó aclararle que la mayoría de señoras eligen permanecer arriba y hacer esperar a sus visitas varios minutos. Henry no escuchó.

Parte de la razón de su excitación era ver si Dunford descubría sus cambios y si la vería como mujer. Belle y su familia parecieron aprobarlos tremendamente, fue su comprensión la que hizo que pensara que sería respetada por la nobleza. Y aunque la persistente Caroline se preocupaba por su rebelde pelo y su nueva ropa era un poco molesta. Henry comenzaba a tener esperanza que podía ser bonita después de todo. No arrebatadoramente bella como Belle, con su ondulado cabello rubio y los brillantes ojos azules y que inspiró sonetos entre algunos artistas de la nobleza , pero ella seguramente era un poco atractiva.

Con la autoestima alta Henry llegó a pensar que podía tener una probabilidad diminuta de inducir a Dunford a amarla. A él ya le gustaba ella; Seguramente esa era la mitad de batalla. Tal vez ella podría competir con las señoras sofisticadas de la nobleza, después de todo. No estaba realmente segura cómo hacer para lograr ese milagro pero supo que iba a tener que pasar mucho tiempo en su presencia si quisiera lograr cualquier progreso.

Y mientras pensaba en eso, fue cuando contempló el reloj y notó que eran las dos, su corazón comenzó a correr a velocidad.

Dunford llegó pasados dos de minutos la hora y descubrió a Belle y Henry estudiando una copia de Dignidad de la nobleza de Debrett. O más bien, Belle intentaba muy duramente obligar Henry a estudiarlo, y Henry intentaba muy duro lanzar el libro fuera de la ventana.

– Veo que disfrutan de su tiempo juntas, -Dunford habló arrastrando las palabras.

– Oh, muchísimo, -Belle logró arrebatar el libro antes de que Henry consiguiera dejarlo caer en una escupidera antigua.

– Muchísimo, Milord, -Henry se burló-. Se supone que debo llamarlo “Milord”, lo he descubierto.

– Ojalá tú lo quisieras decir, -él masculló en voz baja. Tal obediencia de Henry era algo por lo que estar agradecido, ciertamente.

– No el Barón o Barón Stannage, -ella continuó-. Aparentemente nadie utiliza la palabra “barón” excepto al hablar de alguien. El título es inservible y sangriento, pienso, si nadie sabe que tu lo posees.

– Er, Henry, tu podrías querer refrenar el uso de la palabra “sangriento”, -Belle se complació en señalar-. Y todo el mundo sabe que él tiene el título. De eso es lo que esto trata. -Señaló el libro en su mano.

– Lo sé. -Henry frunció la cara-. Y no te preocupes, no diré “sangriento” en público a menos que alguien me haya herido en una de mis arterias y esté en peligro de morir desangrada.

– Er, y otra cosa con respecto a eso, -añadió Belle.

– Lo sé, no debo mencionar ninguna parte de mi anatomía en público. Temo que me crié en una granja, y ahí no somos tan remilgados.

Dunford tomó su brazo y dijo a Belle:

– Mejor la sacaré de la casa antes de que ella la queme por aburrimiento.

Belle estuvo con ellos un buen rato, hasta que llego una criada y se marcharon con la sirvienta unos cuantos pasos detrás de ellos.

– Esto es muy extraño, -Henry susurró después de que habían alcanzado el borde de Grosvenor Square-. Me siento como si estoy siendo acechada.

– Te habituarás. -Él hizo una pausa-. ¿Te diviertes en Londres de verdad?

Henry pensó un poco antes de contestarle.

– Tú tenias razón acerca de entablar amistad con tus amigos. Adoro a Belle. Y Lord y Lady Worth tienen muy buen corazón. Supongo que no supe lo que me faltaba al pertenecer aislada en Stannage Park.

– Bien, -contestó él, palmeando su mano enguantada.

– Pero añoro Cornualles, – dijo ella dijo tristemente-. Especialmente el aire limpio y los campos verdes.

– Y a Rufus, -él bromeó.

– Y a Rufus.

– ¿Pero te alegras de haber venido?

Dunford dejó de caminar. No se dio cuenta de eso, pero contenía su respiración, ¿Eran tan importante para él que ella contestara afirmativamente?.

– Sí -dijo ella lentamente-. Sí, pienso que es así.

Él sonrió amablemente.

– ¿Sólo piensas que es así?

– Estoy asustada, Dunford.

– De qué, ¿Hen? -Él clavó los ojos en ella, e intento ver en sus ojos.

– ¿Qué ocurre si me equivoco? ¿Qué ocurre si hago algo fuera de los límites sin saberlo?

– No lo harás, Hen.

– Oh, pero podría. Es tan fácil.

– Hen, Caroline y Belle dicen que progresas a grandes pasos. Saben mucho acerca de la sociedad. Si dicen que estás lista para debutar, te aseguro, estás lista.

– Me han enseñado mucho, Dunford. Sé eso. Pero también sé que posiblemente no me pueden enseñar todo en unas dos semanas. Y si hago algo incorrectamente… -Sus palabras se desvanecieron, y sus ojos plateados resplandecieron, grandes y luminosos, con aprensión.

Él quiso acercarla a sus brazos, para descansar su barbilla en su cabeza y asegurarle que todo estaría bien. Pero estaban en un parque público, y tuvo que contentarse diciendo:

– ¿Qué ocurrirá si haces algo mal, bribona? ¿El mundo sufrirá una crisis nerviosa? ¿Los cielos caerán con estrépito sobre nosotros? Pienso que no.

– Por favor no menosprecies esto, -dijo ella con el labio inferior temblando.

– No lo hago. Hen, sólo quise decir…

– Lo sé, -ella interrumpió con voz inestable-. En el caso que… pues bien, sabes que no soy tan hábil en ser una chica, y si hago algo incorrectamente, rebota en contra tuya. Y en contra de Lady Worth y Belle y su familia entera, que se han portado tan bien conmigo, y…

– Henry, para, -él imploró-. Sólo se tu misma. Todo estará bien, te lo prometo.

Ella le contempló. Después de que lo pareció una eternidad, finalmente asintió con la cabeza.

– Si tú lo dices, sabes que confío en ti.

Dunford sintió algo adentro de él como un golpe y entonces miró perdidamente hacia las profundidades plateadas de sus ojos. Su cuerpo se contoneaba más cerca de ella, y él quiso solo restregarse el pulgar en contra de sus labios rosados, calentándolos para un beso.

– ¿Dunford?

El sonido suave de su voz lo sacó de su ensueño. Rápidamente reanudó el paseo, su paso repentinamente fue tan veloz que Henry prácticamente tuvo que correr para ponerse a la par. Maldita sea, él soltó en injurias contra sí mismo. No la había traído a Londres simplemente para continuar seduciéndola.

– ¿Cómo te va con tu nuevo guardarropa? -Le preguntó abruptamente-. Veo que llevas puesto uno de los vestidos que compramos en Cornualles.

Requirió un momento para que Henry pudiera contestar, tan confundida estaba por el cambio brusco de tema.

– Muy bien, -contestó-. Madame Lambert está por concluir las alteraciones de último momento a mis vestidos. La mayoría deberían estar listos a principios de la semana próxima.

– ¿Y tus estudios?

– No tengo la seguridad de que uno les pudiese llamar estudios. Ciertamente no parece que es una necesidad terriblemente noble aprender de memoria rangos y órdenes de preferencia. Supongo que alguien debe saber que los hijos menores de marqueses están por debajo de hijos mayores de condes, pero no veo por qué tiene que importarme eso a mí. -Ella abrió sus labios a la fuerza en una sonrisa, esperando restaurar su buen humor-. Aunque podrías estar interesado en el hecho que los barones están por encima del Presidente de la Cámara de Patrimonio Común, pero, me temo, que no por encima de hijos de marqueses, tanto mayores como menores.