– Sin embargo, pienso que eres excesivamente optimista. Yo probablemente necesito simplemente un poco de costumbre. Para confiar en mí y afrontar a la nobleza en mi primer baile, -ella explicó, con su cara viéndose maravillosamente fervorosa-. Quizá podría poder pedir ayuda al hermano de Belle. Llega de Oxford pronto, entiendo, y regresará a Londres por la temporada.
La opinión de Dunford era que el hermano de Belle, Ned era todavía un joven inexperto, pero estaba no obstante en camino de convertirse en un seductor. Y entonces allí se molesto pensando en el joven con los ojos azules y la estructura ósea maravillosa similar a la de Belle. Sin mencionar el hecho aún más molesto que residiría en la misma casa con Henry.
– No, Henry, -Dunford habló con voz baja y muy peligrosa-. No creo que debas practicar tus artimañas femeninas en Ned.
– ¿Por qué piensas eso? -Ella preguntó despreocupadamente-. Él parece una elección perfecta.
– Sería sumamente peligroso para ti.
– ¿Cómo podría lastimarme? No puedo imaginarme que el hermano de Belle alguna vez intente hacerme daño.
– Pero lo haría.
– ¿Tú lo harías? -Ella respiró-. ¿Qué harías tú?
– Si crees, -él ladró-, que voy a contestar esa pregunta, eres lenta de entendimiento, si no demente.
Los ojos de Henry se ensancharon.
– Ay de mí.
– Ay de mí, ciertamente. Quiero que me escuches, -le dijo, sus ojos penetrando peligrosamente los de ella-. Debes mantenerte lejos de Ned Blydon, debes mantenerte lejos de hombres casados, y debes mantenerse alejada de todo los seductores en la lista de Belle.
– ¿Incluyéndote?
– Por supuesto que no, maldición -él chasqueó-. Soy tú tutor ante la ley. -Cerró la boca, apenas capaz de creer que había perdido su calma hasta el grado que había soltado injurias contra ella.
Henry, sin embargo, pareció para no notar su lenguaje obsceno.
– ¿Todos los seductores?
– Todos ellos.
– ¿Entonces en quién puedo fijarme?
Dunford abrió su boca, completamente teniendo la intención de despachar una lista de nombres. Para su sorpresa, él no podría sacar de entre manos a nadie.
– Debe haber alguien, -aguijoneó ella.
Él la miró, pensando que le gustaría tomar su mano y pasar un paño sobre ese imposible expresión alegre fuera de su cara. O mejor que eso, lo haría con su boca.
– No me digas que voy a tener que pasar la temporada entera solamente contigo como compañero. -Fue difícil, pero Henry logró mantener el optimismo apartado de su voz.
Dunford se paró abruptamente, izándola prácticamente junto con él.
– Encontraremos a alguien. Mientras tanto vayamos a casa.
No habían caminado tres pasos cuando oyeron a alguien pronunciar en voz alta el nombre de Dunford. Henry miró hacia arriba y vio una mujer sumamente elegante, muy bien vestida, y muy bella dirigiéndose a ellos.
– ¿Una amiga tuya? -preguntó.
– Lady Sara Jane Wolcott.
– ¿Otra de tus conquistas?
– No, -él dijo malhumoradamente.
Henry rápidamente evaluó el brillo depredador en los ojos de la mujer.
– A ella le gustas.
Él se volvió contra ella.
– ¿Qué acabas de decir?
Se salvó de tener que contestar por la llegada de Lady Wolcott. Dunford la saludó y presentó a las dos mujeres.
– ¿Tú pupila? -Lady Wolcott trinó-. Qué encantadora.
¿Fascinante? Henry quiso hacer eco. Pero se calló la boca.
– Qué completamente doméstico estas, -Lady Wolcott continuó, cogiendo el brazo de Dunford, más bien sugerentemente, en opinión de Henry.
– No sé si llamaría a esto “doméstico”, -Dunford contestó atentamente-, pero ciertamente ha sido una experiencia nueva.
– Oh, estoy segura. -Lady Wolcott mojo sus labios-. No es tu estilo usual. Tu usualmente eres dado a búsquedas más atléticas – y masculinas – ".
Henry estaba pálida llena de ira, que pensó con admiración por que no comenzó protestar. Al ver las manos de la dama sobre él. Realmente quiso rasguñar el rostro de la dama.
– Pierda cuidado, Lady Wolcott, -Dunford contestó-, encuentro mi papel como tutor muy informativo y ayuda a forjar mi carácter.
– ¿Forjar tu carácter? Tedioso. Muy aburrido. Pronto te volverás un aburrido. Ven y llámame. Estoy segura que podemos encontrar formas para entretenernos.
Dunford suspiró. Normalmente él habría estado tentado a recordarle Sara Jane acerca de cómo acceder a su oferta más que evidente, pero con Henry en su compañía él repentinamente sintió la necesidad de tomar la vía más moral.
– Dime, -le dijo agudamente-. ¿Está viajando Lord Wolcott en estos días?
– Esta en Dorset. Como siempre. No le gusta estar en Londres. -Le dedicó a Dunford una última sonrisa seductora, asintió con la cabeza a Henry, y siguió su camino.
– ¿Es así cómo debo comportarme? -Henry preguntó incrédulamente.
– Por supuesto que no.
– Entonces…
– Simplemente sé tú misma, -él dijo lacónicamente-. Simplemente sé tú misma, y mantente alejada de…
– Lo sé. Lo sé. Mantente lejos de hombres casados, Ned Blydon, y toda variedad de seductores. Simplemente haz el favor de dejarme saber si piensas acerca de alguien más, a quien debo agregar a la lista.
Dunford miró con ceño.
Henry sonrió todo el trayecto a casa.
Capítulo 13
Una semana más tarde Henry estaba lista para ser presentada a sociedad. Caroline había decidido que se mostrase en publico en el gran baile anual de Lindworthy. Que era siempre una de los acontecimientos principales de la temporada y muy concurrido, Caroline había explicado que si Henry era un éxito aplastante, todo el mundo estaría al tanto.
– ¿Pero qué ocurre si soy un gran fracaso? -preguntó Henry.
Caroline le había dirigido una sonrisa tan confiada que no pensó en eso más allá de una leve preocupación mientras le decía:
– Entonces podrás confundirte entre los asistentes."
Tenia medianamente lógica razonable, había pensado Henry.
Belle cayó de visita en la noche del baile para ayudarla a vestirse. Habían escogido un traje de noche totalmente blanco, de seda con hilos de plata.
– Tienes suerte, sabes, -dijo cuando la criada y ella ayudaban a Henry a ponerse el vestido-. Las debutantes se supone que tienen que utilizar el blanco, pero muchas se ven horrorosas con ese color.
– ¿Yo también? -preguntó Henry rápidamente, con pánico en sus ojos. Deseaba verse perfecta, al menos, con las gracias que Dios le otorgó. Desesperadamente quería mostrar a Dunford que ella podría ser el tipo de mujer que querría a su lado en Londres. Tenia que probarle él -y a sí misma- que podría ser más que una chica de campo.
– Claro que no, -la reconfortó Belle-. Mamá y yo nunca te habríamos dejado comprar este traje de noche si no te vieses perfectamente encantadora con él. Mi prima Emma llevó puesto un vestido violeta en su debut. Conmocionó una cierta cantidad, pero, como mamá dijo, el blanco hacia verse a Emma pálida. Mejor desafiar la tradición que verse como una cazuela de crema.
Henry asintió con la cabeza cuando Belle abrochó los botones traseros de su traje de noche. Intentó girar para mirarse en el espejo, pero Belle, con su mano amablemente en su hombro, le dijo:
– Todavía no. Espera a que puedas ver el efecto completo.
La criada de Belle, Mary, pasó la siguiente hora arreglando cuidadosamente su pelo, rizándolo y distrayéndola. Henry, nerviosa y angustiada, esperó sentada mientras la arreglaban. Finalmente, Belle le puso en las orejas aretes de diamante y un collar, que hacia juego con los aretes, alrededor de su garganta.
– ¿Pero de quién son? -preguntó Henry con voz sorprendida.