– Oh, Dios mío, Henry, -gimió-. Oh, Hen.
Dunford podía sentir su consentimiento y sabia que él era un bandido. Si se aprovechaba de ella en un carruaje en movimiento, camino para al primer baile de Henry, él probablemente no habría tenido la fortaleza de ánimo para detenerse, pero como ella era… Oh, Cristo, él no podía arruinarla. Él sólo quiso que ella se calmara. No se le ocurrió que podría calmarla de esa forma.
Suspiró lastimeramente e intentó separarse de los labios de ella, pero no pudo se fijo en su rostro. Su piel era tan suave, tan caliente, que él no podría resistir explorarle de arriba abajo hasta llegar a su oreja. Finalmente él logró apartarse, odiándose a sí mismo por tomar tal ventaja suya. Colocó las manos en sus hombros, necesitando mantenerla a distancia, y se dio cuenta de que cualquier contacto entre ellos era potencialmente explosivo, así que apartó hacia atrás sus manos y se movió a través del cojín del asiento. Y se cambió al asiento opuesto.
Henry tocó sus labios en un hormigueo, demasiado inocente para entender que su deseo estaba sujeto por un hilo muy delgado. ¿Por qué se había apartado? Sabía que él hizo lo correcto al detener el beso. Sabía que debía darle las gracias por ello, ¿ pero no podría quedarse él a su lado y al menos podría sujetarle su mano?
– Eso ciertamente no quiso decir nada, -ella intentó bromear, pero su voz se quebró mientras pronunciaba las palabras.
– Por tú bien, no debió ocurrir.
¿Qué quiso decir con eso? Henry se maldijo pues no tuvo el valor de preguntar.
– Debo haberme despeinado, -dijo en lugar de eso, con voz chillona.
– Tú pelo está bien, -él dijo rotundamente-. Me cuidé de no desordenarlo.
Que él pudiera abordar su beso con tal frialdad y despego fue como un cubo de agua helada inundándola.
– No, claro que no. Tú no querrías arruinarme en mi primer baile.
Al contrario, él pensó torcidamente, quiso arruinarla. Tomarla repetidas veces. Él quiso reírse de la justicia divina de todo ello. Después de tantos años de conquistar mujeres y una década de hacerlas salir en persecución de él, finalmente había sido atrapado por una mozuela ingenua de Cornualles, a quién estaba atado por honor a protegerla. Dios Mío, era su guardián, su tutor, era prácticamente su deber sagrado mantenerla pura y casta para su futuro marido, que… incidentalmente, supuso que debía ayudarla a encontrar y escoger. Él meneó la cabeza, intentando recordarse severamente que este incidente no podría repetirse.
Henry le vio negar con la cabeza y pensó que él le contestaba su comentario desesperado de no querer arruinarla, y la humillación fría que sintió la instigó a decir,
– No, yo debo cuidarme de no hacer algo que perjudique mi reputación. No podría atrapar a un marido entonces, y ¿por que debo seguir aquí, verdad?
Miró a Dunford a los ojos. Él la veía con mordacidad en su mirada, y su mandíbula estaba cerrada apretadamente con fuerza, ella pensó que sus dientes seguramente se harían pedazos. ¡Así es que él estaba molesto – bien!.
Igual que ella se sentía. Rió frenética y añadió,
– Digamos que puedo regresar a Cornualles si lo deseo, pero ambos sabemos ¿que eso es falso?'
Dunford se giró y miró por la ventana, para no darle a ella probabilidad de seguir hablando.
– Una temporada, -decía ella subiendo el tono-, tiene sólo un propósito para las mujeres, y ese es contraer matrimonio Así te puedes alejar de mí y por consiguiente fuera de tu manos. En este caso, parece que no lo estas haciendo muy bien ya que no puedes mantener tu manos alejadas de mi".
– Henry, calla, -pidió él.
– Oh claro, milord. Guardaré silencio. Un error en una joven perfectamente educada y correcta. No querría otra cosa aparte de la debutante ideal. El cielo prohíba que arruine mis probabilidades para una buena pareja. Porque, aún podría atrapar a un vizconde.
– Si tienes suerte, -él gruñó.
Henry se sintió como hubiera recibido un golpe. Oh, sabia que su meta fundamental era que ella se casara, pero le lastimó mucho oírlo.
– Tal vez no me case, -dijo, intentando conseguir un tono desafiante pero sin éxito-. No tengo que hacerlo sabes".
– Espero que decididamente no sabotees tus probabilidades para que encontrar a un marido simplemente por fastidiarme.
Ella se puso rígida.
– No te tengas en tan alta estima, Dunford. Tengo cosas más importantes acerca de las que pensar que fastidiarte.
– Eso es muy afortunado para mí, -él arrastró las palabras.
– Eres odioso, -gritó ella-. Odioso y… Y… ¡Y odioso!
– Qué vocabulario.
Las mejillas de Henry se arrebolaron por la furia y la vergüenza.
– Eres un hombre cruel, Dunford. ¡Un monstruo! Aún no sé por qué me besaste. ¿Hice algo para que me odies? ¿Quisiste castigarme?
No, te tortures respondió, él quiso castigarse a sí mismo.
Dejó salir un suspiro lastimero y dijo:
– No te odio, Henry.
Pero no me amas tampoco, ella quiso gritar. No me amas, y eso me lastima tanto. ¿Tan horrible era? ¿Había algo equivocado con ella? Algo que lo obligó a degradarla besándola plenamente pero sin ninguna razón, Dios mío, no podría pensar acerca de cualquier razón. Ciertamente no fue la misma clase de pasión que había estado sintiendo. Él había sido tan frío y prudente cuando no la despeino.
Ella se quedó sin aliento, repentinamente dándose cuenta para su mortificación completa que las lágrimas brotaban en sus ojos. Precipitadamente volvió su cara y se secó las lagrimas con los guantes, sin importarle si los manchaba.
– Oh, Dios mío, Hen, -Dunford dijo con compasión-. No lo hagas…
– ¿No haga qué? -Ella dijo precipitadamente.
– ¿Por qué lloras?
– ¡Eres muy amable por preguntarme eso y preocuparte por mi! -Ella se cruzó de brazos insubordinadamente y utilizo cada gramo de su voluntad para dejar de llorar. Después de un minuto ella en verdad se dio cuenta que se tranquilizaba y empezaba a volver a la normalidad.
Y justo a tiempo, también, porque el carruaje se detuvo y Dunford dijo terminantemente,
– Hemos llegado.
Henry quiso más que nada volver a su casa. De regreso para Cornualles.
Capítulo 14
Henry llevaba la cabeza muy alta cuando Dunford la ayudó a salir del carruaje. Casi se le rompió el corazón cuando su mano tocó la de ella, pero tendría que aprender a mantener sus emociones fuera de su cara. Si Dunford acertase a verla a los ojos, todo lo que vería sería un rostro perfectamente compuesto, sin señal de pena o cólera, pero sin señal de felicidad.
Acababan de salir cuando el carruaje de los Blackwoods llegó detrás de ellos. Henry observó como Belle ayudaba a John a bajar. Belle inmediatamente corrió hacia su lado, sin molestarse a esperar que saliera Alex.
– ¿Qué ha pasado? -exclamó, notando la cara inusualmente tensa de Henry.
– Nada, -Henry mintió.
Pero Belle la oyó expresar en voz muy baja. “Obviamente me equivoque”.
– No es nada, realmente. Estoy nerviosa, eso es todo.
Belle más bien dudó que Henry se hubiera puesto tan nerviosa durante el breve paseo del carruaje. Echó una mirada desdeñosa en dirección a Dunford. Él inmediatamente se marchó dando media vuelta y entabló una conversación con John y Alex.
– ¿Qué te hizo? -Belle susurró coléricamente.
– ¡Nada!
– Si eso es cierto, -dijo Belle cuando ella le devolvió la mirada, indicándole con su expresión que no le creía ni por un segundo-, debes tranquilizarte antes de que entremos.
– Estoy serena, -Henry protestó-. No creo que haya estado tan serena en toda mi vida.
– Entonces descontrólate. -Belle se acercó y la abrazó fuertemente.