– Henry, nunca te he visto así. Siento mucho tener que decirlo de este modo, pero pareces muerta, es la verdad. No hay nada que temer. Todo el mundo te amará. Simplemente ve allí.Y sé tu misma. -Hizo una pausa-. Pero no maldigas.
Una sonrisa renuente tembló en los labios de Henry.
– Y trata no habar de los procesos de cultivo y crianza de animales, -agregó Belle rápidamente-. Especialmente acerca de los cerdos.
Henry podría sentir un destello regresando a sus ojos.
– Oh, Belle, te quiero mucho. Eres muy buena amiga.
– Tú lo haces muy fácil, -Belle volvió a abrazarla cariñosamente-. ¿Estás lista? Bien. Dunford y Alex van a escoltarle adentro. Eso debería asegurar que tengas una gran aceptación. Antes de que Alex se casara, fueron los dos caballeros más deseados del país.
– Pero Dunford aún no tenia un título.
– No importaba. Las mujeres lo querían de todas formas.
Henry sabía demasiado bien por qué. Pero él no la quería. Al menos no de la misma forma que ella. Un nuevo sentimiento de humillación la inundó cuando lo miró. Repentinamente sintió una necesidad abrumadora para probarse a sí misma que era digna del amor de Dunford, aun si él no estuviera de acuerdo. Su barbilla se elevó y una sonrisa deslumbrante cruzó su cara.
– Estoy lista, Belle. Voy a divertirme mucho.
Belle se vio ligeramente asombrada por la vehemencia de sus palabras y el cambio repentino en la actitud de Henry.
– Vamos entonces. ¡Dunford! ¡Alex! ¡John! Estamos en condiciones de entrar.
Los tres caballeros suspendieron a regañadientes su conversación, y Henry se encontró flanqueada por Dunford y Alex. Se sintió terriblemente pequeña; Ambos hombres eran varias pulgada mas altos que ella mucho más anchos de hombros. Supo que iba ser la envidia de cada mujer del salón de baile; Ella no había conocido a más hombres de la nobleza,, pero seguramente a la mayor parte de ellos les faltaba la virilidad que estos tres hombres poseían.
Se abrieron paso al interior y esperaron a que el mayordomo los anunciase. Henry se dio cuenta que pronto era su turno, se acercó más a Alex y se alejó todo lo posible de Dunford. Finalmente Alex se apoyó y susurró:
– ¿Estas bien, Henry? Es casi nuestro turno.
Henry se dio la vuelta y le dedicó la misma sonrisa deslumbrante que acababa de usar con Belle.
– Estoy bien, Su Ilustrísima. Muy bien. Voy a conquistar Londres. Tendré la a nobleza a mis pies.
Dunford escuchó sus palabras y se puso rígido, la atrajo hacia él.
– Observa, bien lo que haces Henry, -susurró mordazmente-. No hace falta que entres del brazo de Ashbourne. Es sabido por todos que él adora a su esposa.
– No te preocupes, -ella respondió con una sonrisa ancha e hipócrita-. No te haré pasar vergüenza. Y prometo estar fuera de tus manos tan pronto como sea posible. Pondré empeño en tener docenas de propuestas de matrimonio. Para la semana próxima si puedo.
Alex tuvo una idea lo que estaba ocurriendo, y sonrió abiertamente. No era tan honorable como para no disfrutar del desasosiego de Dunford.
– ¡Lord y Lady Blackwood! -El mayordomo pronunció claramente. El aliento de Henry se atascó en su garganta. Eran los siguientes. Alex le dio un codazo juguetonamente y susurró,
– Sonríe.
– Su gracia, el Duque de Ashbourne! ¡Lord Stannage! y la ¡Srta. Henrietta Barrett!
Hubo un gran silencio en la fiesta, cuando anunciaron sus nombres la gente estaba pendiente. Henry no fue tan vana y ni se engañó en pensar que la nobleza se había quedado impresionada por su belleza incomparable, pero supo que todos ellos se morían por verla, ya que de alguna forma había logrado debutar en los brazos de dos de los hombres más deseables de Gran Bretaña.
Los cinco amigos se abrieron paso hacia donde estaba Caroline, asegurando el éxito de Henry proclamando al mundo que la Condesa Worth la patrocinaba.
En unos minutos Henry estaba rodeada de jóvenes hombres y mujeres, todos ansiosos por conocerla. Los hombres estaban curiosos… ¿quién era esa mujer desconocida y cómo pudo obtener la atención de ambos Dunford y Ashbourne? (Pocos sabían aún que ella era la pupila de Dunford.) Las mujeres estaban aún más curiosas. por exactamente la misma razón.
Henry se rió, coqueteó, bromeó y chispeó. Por pura fuerza de voluntad logró apartar a Dunford de su mente. Ella imaginaba que cada hombre que conocía era Alex o John, y cada mujer eran Belle o Caroline. Esta treta mental le permitió relajarse y ser ella misma, una vez que hizo eso las personas se mostraron atraídas hacia ella instantáneamente.
– Ella es un soplo de aire fresco, -declaró Lady Jersey, no muy compasiva con el resto de jóvenes a quienes las consideraba muy comunes.
Dunford oyó sin intención este comentario e intentó enorgullecerse de su pupila, pero no podía manejar la posesividad irritante que sentía todo el tiempo, cuando algún joven petimetre besaba su mano. Y eso no fue nada comparado con los grandes esfuerzos por aquietar sus ardientes celos, que surgían en el momento en que ella sonreía a sus admiradores, en especial algunos hombres mayores y más experimentados que también concurrieron a su lado.
Caroline en ese instante le presentaba al Conde de Billington, un hombre que a él normalmente le gustaba y al que respetaba. Maldita sea, esa era la misma sonrisa descarada que ella le daba a él. Dunford hizo una nota mental de no venderle a Billington el caballo árabe del que había estado interesado toda la primavera.
– Veo que tu pupila esta arrasando.
Dunford giró su cabeza para ver a Lady Sara Jane Wolcott.
– Lady Wolcott, -dijo, perezosamente inclinando su cabeza.
– Ella es realmente un éxito.
– Sí, lo es.
– Debes estar orgulloso.
Él manejó una brusca inclinación de cabeza.
– Debo decir, no lo habría predicho. No es que no sea atractiva, -Lady Wolcott se apresuró a añadir-. Pero no está dentro del estilo usual.
Dunford le lanzó una mirada asesina.
– ¿En la apariencia o en la personalidad?
Sara-Jane fue en extremo tonta, o no llegó a notar el brillo furioso en sus ojos.
– Ambas, supongo. Ella recién esta comenzando a conocer a las personas, ¿no piensas eso?
– No, -gruñó-, no lo hago.
– Oh. -Las esquinas de sus labios hicieron una mueca ligera-. Bien, estoy segura que todo el mundo se dará cuenta de eso pronto. -Le lanzó una sonrisa seductora y siguió adelante.
Dunford volvió la cabeza para mirar a Henry otra vez. ¿Estaba siendo demasiado impulsiva? Ella tenía una risa más bien vibrante. Él siempre lo había tomado como señal de una persona feliz y encantadora, pero un tipo diferente de hombre lo podría ver como una invitación. Se movió junto a Alex, donde podría vigilarla mejor.
Henry, entretanto, se había logrado convencer a si misma que pasaba un momento espléndido. Todo el mundo pareció pensar que ella era terriblemente atractiva y ocurrente. Para una mujer que se había pasado casi toda la vida sin amigos, ésta fue una combinación intoxicante, ciertamente.
El conde Billington le brindaba una atención particular, y podía distinguir sus miradas fijas en ella, él no cortejaba usualmente a las debutantes. Henry le encontró muy atractivo y bien parecido y llegó a pensar que si hubiese más hombres como él, podría poder encontrar alguien con quien ser feliz. Quizá casarse con el conde. Él le pareció inteligente, y aunque su pelo era negro, sus ojos café caliente le recordaron a Dunford.
Henry pensó que ese no debería ser un punto en el favor del conde. No obstante, decidió, en espíritu de la justicia, que no debería ser un punto en contra de él tampoco.