– ¿Monta usted, Srta. Barrett? -El conde decía.
– Por supuesto, -contestó-. Me crié en una granja, después de todo.
Belle tosió.
– ¿Realmente? No tenía ni idea.
– En Cornuales. -Henry decidió sacar a Belle de su agonía-. Pero usted no quiere saber de mi granja. Deben haber miles de ellas. ¿Usted monta? -Ella hizo esa última pregunta con una mirada instigadora en su ojos; Era costumbre que todos los caballeros montasen.
Billington se rió ahogadamente.
– ¿Puedo tener el placer de escoltarla en un paseo en Hyde Park pronto?
– Oh, pero no podría hacer eso.
– Estoy abatido, Srta. Barrett.
– Aún no sé su nombre, -Henry continuó, con su sonrisa iluminando su cara-. Posiblemente no podría hacer una cita para montar con un hombre al que solo me dirijo “como milord”. Es terriblemente atemorizante, sabe. Temblaré todo el tiempo por miedo a ofenderlo.
Esta vez Billington rió a carcajadas. Plantándose marcialmente le dijo:
– Charles Wycombe, señorita, a su servicio.
– Me debería gustar dar un paseo con usted, Conde de Billington".
– Dígame ¿me tomé el trabajo de presentarme a usted, y todavía tiene la intención de llamarme Conde de Billington?
Henry negó con su cabeza.
– En realidad no le conozco muy bien, milord. Sería horriblemente impropio para mí llamarle Charles, ¿no piensa usted eso?
– No, -dijo él con una sonrisa perezosa-, no lo hago.
Una sensación de bienestar fluyó de pronto a través de ella, casi, pero no idéntica, que la que sentía cuándo Dunford le sonreía. Henry se decidió que le gustaba este sentimiento aun más. Hubo todavía esa sensación de sentirse preciosa buscada, bien atendida, posiblemente amada, pero con Billington manejó tener en cierta medida el control. Cuando Dunford eligió otorgarle una de sus sonrisas abiertas a ella, era como pasar a través una cascada.
Le podía sentir cerca, y recorrió con su mirada hacia la izquierda. Él estaba allí, tal como lo suponía y le hizo a ella una burlona inclinación de cabeza. Por un momento el cuerpo entero de Henry reaccionó y olvidó cómo respirar. Entonces su mente volvió a tomar el control y se volvió resueltamente al Conde de Billington.
– Es bueno saber su nombre de pila, incluso si no tengo la intención de usarlo, -le dijo con una sonrisa misteriosa-. Pues es difícil pensar acerca de usted como el conde.
– ¿Quiere decir que pensará acerca de mí como Charles?
Ella se encogió de hombros delicadamente. Fue en ese momento que Dunford se decidió que debería intervenir. Billington miró como si no quisiera nada más que tomar la mano de Henry, conducirla fuera al huerto, y besarla sin sentido. Dunford encontró ese sentimiento desagradablemente fácil de entender. Dio tres pasos rápidos y estaba a su lado, tomando su brazo como si fuera su propiedad.
– Billington, -dijo de la forma más amistosa que podía lograr, la cuál, reconocidamente, no podría ser mucha.
– Dunford. Entiendo que eres el responsable de traer a esta criatura encantadora a la temporada.
Dunford asintió con la cabeza.
– Soy su tutor, sí.
La orquesta entabló los primeros acordes de un vals. La mano de Dunford tomo el brazo de Henry y la acomodó alrededor de su muñeca.
Billington ejecutó otra reverencia en la dirección de Henry.
– ¿Puedo tener el placer de este baile, Srta. Barrett?
Henry abrió la boca para contestar, pero Dunford fue más rápido.
– La Señorita Barrett ya me ha prometido este baile.
– Ah, sí, como su tutor, por supuesto.
Las palabras del conde hicieron a Dunford querer arrancar sus pulmones. Y Billington era un amigo. Dunford agarró con fuerza su mandíbula y resistió el deseo de gruñir. ¿Qué diablos iba a hacer cuándo los hombres que no eran sus amigos comenzaran a cortejarla?
Henry frunció el ceño con irritación.
– Pero…
La mano de Dunford se apretó considerablemente alrededor de su muñeca. Su protesta murió rápidamente.
– Fue muy agradable conocerle, Lord Billington, -le dijo con entusiasmo sincero.
Él asintió con la cabeza educadamente.
– Muy agradable, ciertamente.
Dunford miró con ceño.
– Si nos disculpas. -Comenzó a conducir a Henry hacia la pista de baile.
– Quizá no quiero bailar contigo, -Henry gruñó.
Él arqueó una ceja.
– No tienes ninguna elección.
– Pues ese era un hombre que está intensamente deseoso y puede que quisiera casarse conmigo, y tu estás haciendo un muy buen trabajo ahuyentando a mis pretendientes.
– No ahuyenté a Billington. Confía en mí, se pondrá en tu puerta mañana por la mañana, con flores en una mano y chocolates en la otra.
Henry sonrió soñadora, en su mayor parte simplemente por irritarle. Cuando alcanzaron la pista de baile, sin embargo, notó que la orquesta había empezado un vals. Era todavía un baile relativamente nuevo, y las debutantes no tenían permiso para bailar vals sin la aprobación de las matronas de la sociedad. Ella trató de detenerse.
– No puedo, -dijo-. No estoy autorizada.
– Caroline se encargó de ello, -él dijo intempestivamente.
– ¿Estás seguro?
– Si no comienzas a bailar conmigo en un segundo, te agarraré bruscamente en mis brazos, y creare tal escena que…
Henry le echó al hombro su mano con rapidez.
– No te comprendo, Dunford, -dijo cuando él comenzó a girarla en espiral a través de la pista.
– ¿Qué no comprendes? -Él dijo misteriosamente.
Sus ojos volaron hacia él.
– ¿Qué he hecho mal?
– Nada.
– No hecho nada. -Dijo con dignidad.
Él la agarro de la cintura, incapaz de resistir la tentación de tener su cuerpo suave debajo de su mano. Caramba, esto era el infierno.
– ¿Por qué todo el mundo nos mira? -Henry susurró.
– Porque, mi querida, eres el último grito de la moda. Ciertamente vas a ser la sensación de la temporada. Cuenta con eso.
Su tono y su expresión hicieron que ella tenga iras.
– Podrías intentar alegrarte un poco por mí. Pensé que el propósito de este viaje era darme algún brillo social. Ahora que lo tengo, no puedes apartar la vista de mí.
– Eso, -dijo él-, está casi tan lejos de la verdad como cualquier rumor que he oído".
– Entonces por qué… -Sus palabras se desvanecieron. Ella no supo cómo preguntar lo que estaba en su corazón.
Dunford podía sentir la conversación yendo hacia aguas peligrosas e intentó cambiar el tema rápidamente.
– Billington, -dijo lacónicamente-, tiene muy buena reputación.
– ¿Casi tan buena como la tuya? -Ella se burló.
– Mejor, supongo. Pero te aconsejo que vayas con cuidado alrededor de él. No es uno de esos caballeros con los que puedes jugar y manipular con un dedo.
– Eso es precisamente por qué me gusta él tanto.
Su mano apretaba otra vez alrededor de su cintura.
– Si le seduces puedes encontrarte obteniendo lo que tú pides.
Sus ojos plateados lo miraron duramente.
– No le seducía y tú lo sabes.
Él se encogió de hombros desdeñosamente.
– Las personas ya hablan.
– ¡No lo hacen! Sé que no. Belle me habría dicho algo.
– ¿Cuándo tuvo la oportunidad? ¿Antes o después de que tú le sedujeras sobre utilizar su nombre de pila?
– Eres un desgraciado, Dunford. No sé lo que te ha ocurrido, pero ya no me gustas.
Gracioso, por que a él le no gustó su actitud, Y se gusto menos cuando él dijo,
– Vi la forma en la que te miró, Henry. Habiendo tenido la misma expresión, sé exactamente lo que quiso decir. Él piensa que le deseas, y no es lo mismo que verte como su futura esposa.
– Eres un bastardo, -a rechifló, intentando apartarse de él. Su agarre empezó a fortalecer.