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– Me gustaría estrujar… su… cuello. -Henry le puso signos de puntuación a la frase tomando el contenido de su copa de champaña.

– Tratarás de encararlo aquí en el baile.

Henry se puso de pie y plantó sus manos en las caderas.

– No te preocupes. No querría darle esa satisfacción, seré cautelosa.

Belle se mordió nerviosamente el labio cuando observó la figura de Henry salir del cuarto. A Henry le importaba. Muchísimo.

Capítulo 15

Dunford se esfumó del baile para acabar en el salón de juegos y proceder a ganar una ingente cantidad de dinero sin siquiera tener que esforzarse. Y eso a pesar de que sabía que le costaba concentrarse en el juego. Después de unas cuantas rondas Alex se acercó.

– ¿Os importa si me uno?

Dunford se encogió de hombros.

– De ningún modo.

Los otros hombres que jugaban veintiuno movieron sus sillas para dejar campo al duque.

– ¿Quién está ganando? -Alex inquirió.

– Dunford, -Lord Tarryton contestó-. Muy diestramente.

Dunford se encogió de hombros otra vez, una expresión desinteresada fija en su cara.

Alex tomó un sorbo de whisky y volvió a encogerse de hombros con una expresión completamente indiferente en el rostro. Cuando repartieron su baza, le echó un vistazo a sus cartas para, inmediatamente después, echarle otro vistazo a cómo la mano fuese distribuida y miró la carta de abajo. Mirando lateralmente a Dunford, dijo:

– Tu Henry resultó ser realmente un éxito.

– Ella no es “mi” Henry, -Dunford chasqueó.

– ¿No es la Srta. Barrett tu pupila? -Lord Tarryton preguntó.

Dunford le miró, asintió con la cabeza lacónicamente, y dijo,

– Dame otra carta.

Tarryton se la dio, pero no sin antes añadir:

– No me sorprendería si Billington intentara conseguir ese ángel.

– Billington, Farnsworth, y algunos otros, -dijo Alex con su sonrisa más afable.

– ¿Ashbourne? -La voz de Dunford era más fría que el hielo.

– ¿Dunford?

Cállate.

Alex suprimió una sonrisa y pidió otra carta.

– Lo que no entiendo. -Intervino Symington, un hombre gris que pasaba de los cincuenta-. Es como ninguno de nosotros había oído hablar de ella. ¿De dónde viene? ¿Quién es su familia?

– Creo que Dunford ahora es su familia, -Alex dijo.

– Vive en Cornuales. -Dijo Dunford mirando los cincos de sus cartas con total indiferencia, como si tanto las cartas como la conversación no le interesaran lo más mínimo-. Antes en Manchester.

– ¿Tiene dote? -Interrogó Symington.

Dunford hizo una pausa. Aún no había pensado acerca de eso. Podía ver a Alex mirándole con una expresión interrogativa, una ceja arrogantemente alzada. Era tan fácil decir que Henry no tenía dote. Era la verdad, después de todo. Carlyle había dejado a la jovenzuela sin dinero.

Sus probabilidades de un matrimonio ventajoso se acortarían en gran medida.

Ella podría terminar dependiendo de él por siempre.

Era un condenado interesando…

Dunford dijo suspirando, maldiciéndose otra vez por este impulso asqueroso de jugar al héroe.

– Sí, -suspiró-. Sí la tiene.

– Esas son buenas noticias para la joven. -contestó Symington-. Naturalmente, no habría tenido muchos problemas de no haberla tenido. Es una suerte para ti, Dunford, las pupilas pueden llegar a ser un negocio muy molesto. Llevo tres años intentando desembarazarme de la mía. Nunca sabré por qué Dios creó a los parientes pobres.

Dunford, le ignoró deliberadamente, dio la vuelta a su carta. Un as.

– Veintiuno. -Dijo con voz neutra, ni siquiera algo entusiasmado por el hecho de haber ganado cerca de mil libras.

Alex se echó hacia atrás en su silla y sonrió.

Dunford apartó la suya y se levantó, metiendo descuidadamente sus ganancias en el bolsillo.

– Sin duda. -Dijo, arrastrando las palabras mientras se dirigía a la puerta que daba al salón de baile-. Nunca he tenido tanta suerte en mi maldita vida como esta noche.

* * * * *

Henry tenía la esperanza de tener a sus pies a por lo menos otros tres hombres antes de irse. Y por el momento parecía que su objetivo estaba al alcance de su mano. No sabía por qué nunca se había dado cuenta de que podía manipular a los hombres sin el más mínimo esfuerzo.

Casi todos los hombres. Todos menos aquél que deseaba.

Ella se estaba dejando llevar por el Vizconde Haverly cuando de repente vio a Dunford. Su corazón dejó de latir y perdió el paso antes de que pudiera darse cuenta de que él la afectaba, de que aún estaba furiosa.

Pero cada vez que Haverly la hacía girar ahí estaba él, lánguidamente apoyado sobre una columna con los brazos cruzados sobre el pecho.

Su rostro invitaba a acercarse y conversar. Parecía tan sofisticado, enfundado en su sobrio traje negro, tan arrogante, tan masculino.

Y sus ojos la seguían por toda la pista, una mirada que la hacía estremecer de pies a cabeza.

El baile se acabó y Henry hizo una cortes reverencia a su pareja. Haverly se inclinó hacia ella.

– ¿Debería devolverla a su tutor? Esta justo ahí.

Miles de excusas le vinieron a la cabeza, ella tenía reservado el siguiente baile y él se encontraba al otro lado del salón, estaba sedienta y necesitaba un vaso de limonada, tenía que hablar con Belle. Miles de excusas y no pudo evitar verse a si misma asintiendo con la cabeza, parecía que además había perdido la capacidad de hablar.

– Aquí estás Dunford. -Dijo Haverly con una sonrisa amable en los labios mientras dejaba a Henry a su lado-. ¿O debería llamarle Stannage, tengo entendido que ostentáis el titulo?

– Dunford está bien. -Dijo con un tono de voz que rayaba la insolencia, por lo que Haverly tartamudeó una rápida despedida.

– No tenías que asustarle de esa manera. -Dijo Henry frunciendo el ceño.

– ¿Ah, no.? -Preguntó Dunford con una ceja levantada-. Parece que estás recibiendo un sin número de atenciones.

– No me he comportado de manera impropia, y lo sabes perfectamente. -Replicó ella llena de cólera, tanta que su cara estaba roja como la grana.

– Deberías bajar la voz, bribona, estás atrayendo miradas.

No le habría costado nada ponerse a llorar en mitad de una sala atestada de la alta sociedad, no cuando le oía pronunciar el mote cariñoso que le había puesto, ahora pronunciado en ese tono burlón y despectivo.

– No me importa. Yo no… Yo… Yo sólo quiero.

– ¿Qué es lo que quieres? -Preguntó con voz ronca e intensa.

Ella lo miró a la cara con el ceño fruncido.

– No lo sé. -Musitó negando con la cabeza.

– Te sugeriría que lo pienses, si no quieres atraer la atención de la gente. Podría poner en peligro tú reputación, y no convertirte en la reina de la temporada.

– Eres tú quien está poniendo en peligro mi reputación. Eres tú quien asustas a todos mis admiradores ladrándoles como un perro.

– Entonces tendré que rectificar.¿ Debo repara el daño, no?

Henry le miró suspicaz, incapaz de discernir sus motivos.

– ¿Qué es lo que quieres, Dunford? -Dijo cansada de su actitud.

– Solo bailar contigo. -La tomó del brazo y la llevó hacia la pista de baile-. Únicamente para acallar cualquier rumor que diga que no nos llevamos bien.

– No nos llevamos bien. Por lo menos, no ahora.

– Sí. -Asintió él seco-. Pero nadie necesita conocer nuestras desavenencias. ¿No crees?

La tomó entre sus brazos preguntándose qué le había incitado a bailar con ella de nuevo. Era un error, por supuesto, todo contacto con ella en esos días era un error, que inevitablemente solo conduciría a un deseo intenso y prolongado.

Y ese deseo parecía pasar inexorablemente de su cuerpo a su alma.

Pero sentirla entre sus brazos era algo a lo que no se podía resistir. El vals le permitía estar lo bastante cerca de ella como para detectar esa enloquecedora esencia de limones que desprendía y la inhaló como si con ello pudiera salvar su vida.