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Ya no podía evitar reconocer que se preocupaba por ella, que la necesitaba. La quería en sus brazos en esos típicos eventos sociales y no tener que pasearse con una sonrisa en la cara y aguantar a todo dandy con el que se topara.

Prefería mil veces perder el tiempo paseando por los campos de Stannage Park, cogidos de la mano, que estar allí mirándola desde la lejanía observando cada movimiento enloquecedor de ese cuerpo. En ese momento lo que realmente quería era inclinarse y besarla hasta que la inundara el deseo. Pero ella ya no lo deseaba. Tendría que haberla atado a él antes de haberla presentado en sociedad, antes de que le hubiera cogido el gusto al éxito y estuviera saboreando el triunfo. Los hombres revoloteaban a su alrededor, y ella estaba empezando a darse cuenta de que podría elegir lo mejor de la sociedad. Dunford pensó con gravedad lo que le había prometido ese momento, que ella podría elegir marido entre lo mejor de la sociedad. Así que tendría que dejarle ser cortejada por docenas de esos petimetres antes de intentar cualquier acercamiento para obtener su mano.

Cerró los ojos casi con dolor. No estaba acostumbrado a negarse nada, al menos nada que realmente quisiera. Y lo que él realmente quería era a Henry.

Ella estaba observando sus emociones pasar por su cara, viendo como crecía su ira cada segundo que pasaba. Estaba tan enfadado que parecía que el hecho de tener que tocarla fuera la peor tarea que se le había encomendado.

Con su orgullo tocado, reunió todo el valor que le quedaba.

– ¿Por qué me miras así y me tratas tan mal?

– ¿Por qué te miro así? -Preguntó Dunford abriendo los ojos desmesuradamente.

– Así. -Dijo enfáticamente mirándolo a los ojos-. La manera en que me estás tratando.

La música se acabó y él la escoltó hasta un pasillo vacío, donde podrían mantener una conversación con relativa privacidad.

– ¿Y cómo te estoy tratando? -Preguntó él por fin, temiendo la respuesta.

– Horrible. Peor que horrible. y tú sabes porqué.

Se río por dentro incapaz de ayudarse.

– ¿De verdad? -Dijo con una ceja levantada.

– Sí. -Dijo ella odiándose por el leve temblor de su voz al contestar-. Sí lo sé. Es por esa maldita apuesta.

– ¿Qué apuesta?

– Sabes a cuál me refiero. A la que hiciste con Belle.

Él la miró inexpresivo.

– La de que no te casarás. -Exclamó, mortificada por como había acabado su amistad.

– Apostaste mil libras a que no te casarías.

– Sí. -Dijo él con tirantez, sin seguirle la lógica.

– No quieres perder mil libras casándote conmigo.

– Por Dios Henry. ¿Realmente piensas eso? -La incredulidad estaba plasmada en su cara, en su voz, en su postura.

Quería decirle que pagaría mil libras solo por poder tenerla. Que pagaría cientos de miles de libras. No se le había pasado por la cabeza esa maldita apuesta en el último mes. No desde que la conoció y volvió su vida en un caos.

Luchó por encontrar las palabras que decir para intentar salvar esa noche, no muy seguro de cuales serían las mejores.

Estaba a punto de echarse a llorar, no lagrimas de pesar, más bien de vergüenza y humillación. Cuando ella escuchó la incredulidad en su voz, supo, sin ninguna duda, que él no se preocupaba en absoluto por ella.

Su amistad parecía haberse desintegrado en el corto espacio de una tarde. No eran las mil libras las que hacían que él se mantuviera alejado de ella. Era una tonta por incluso llegar a soñar que el podría estar alejándola de su vida por algo tan entupido como una apuesta.

No, él no había estado pensando en la apuesta. Ningún hombre podría haber fingido la sorpresa que ella había visto en su cara. Él la estaba apartando simplemente porque quería hacerlo, porque no la deseaba. Todo lo que él quería era conseguirle un buen marido, lejos de sus manos y lejos de su vida.

– Si me perdonas. -Dijo ella intentando desesperadamente huir de allí, de su proximidad.

– Tengo unos cuantos corazones que capturar esta noche. Puede que incluso llegue a una docena.

Dunford observó como ella desaparecía entre la multitud, sin que se le pasara por la cabeza que se fuera directamente a una de las salas destinadas a las mujeres, cerrase la puerta con llave y se pasara la siguiente media hora en soledad.

* * * * *

Los ramos de flores empezaron a llegar a la siguiente mañana. Rosas de todos los tamaños, lirios, tulipanes importados de Holanda llenaron cada rincón del recibidor de la casa. Y llegaron hasta el vestíbulo. El olor que desprendían era tan penetrante que la cocinera se quejó porque no podía oler la comida que estaba preparando.

Definitivamente Henry había tenido un gran éxito. Esa mañana se despertó relativamente temprano, sobre todo si se comparaba con los otros habitantes de la casa.

Bajó casi a mediodía. Cuando encontró la sala de desayuno se llevó una sorpresa al comprobar que había un extraño de pelo castaño claro sentado a la mesa. Se paró en seco, asustada por su presencia, hasta que el extraño levantó la vista y pudo ver unos ojos tan increíblemente azules que no le quedó ninguna duda de que era el hermano de Belle.

– Debes ser Ned. -Dijo ella con una pequeña sonrisa en sus labios.

Ned elevó una ceja mientras se levantaba.

– Me temo que tiene ventaja sobre mi.

– Lo siento. Soy Henrietta Barrett. -Extendió su mano. Ned se la cogió y por un momento se quedó sin hacer nada, como si estuviera decidiendo que debería hacer, si besarle la mano o limitarse acercarse a ella.

– Estoy encantado de su presencia, Señorita Barrett. -Dijo-. Aunque debo confesar, que encuentro sorprendente encontraros aquí a una hora tan temprana.

– Soy una invitada aquí. -Explicó-. Tú madre me está ayudando esta temporada. -Él echó hacia atrás una de las sillas para que pudiera sentarse.

– ¿De veras? En ese caso, Me atrevería a decir que estáis cosechando un éxito brillante.

Ella le echó una mirada divertida mientras se sentaba.

– Brillante.

– Sí, debes ser la razón por la que el vestíbulo está lleno de ramos.

Ella se encogió de hombros.

– Me sorprende que tu madre no te hubiera informado de mi presencia. O Belle. Me ha hablado mucho sobre ti.

Sus ojos se estrecharon tal como se encogió su corazón.

– Así que se ha vuelto amiga de Belle.

Vio como las esperanzas de seducirla se esfumaban.

– Sí, es la mejor amiga que nunca he tenido.

Henry se sirvió unos huevos en su plato y arrugó la nariz.

– Espero que no estén demasiado fríos.

– Pueden calentártelos. -Contestó él con un ademán de su mano. Henry cogió con dudas un trozo con su tenedor.

– Están bien. -Comentó ella cogiendo otro trozo.

– ¿Qué te ha contado Belle de mí?

– Que eres encantador, por su puesto, la mayor parte del tiempo, quiero decir que eres muy amable y simpático. Y que trabajas con ahínco en hacerte con la peor reputación de todo Londres.

Ned se atragantó con la tostada.

– ¿Estás bien.? ¿Deseas algo de té?

– Estoy bien. -Consiguió decir no sin dificultad-. ¿Qué más le dijo?

– Creo que es la clase de cosas que una hermana diría sobre su hermano.

– Por supuesto.

– Espero que no haber echado a perder ningún plan que tuvieras para conquistarme. -Dijo Henry con alegremente-. No es que crea que soy una beldad y que todo hombre quiere conquistarme. Simplemente creí que pensaríais en ello por conveniencia.

– ¿Conveniencia? -Dijo él completamente anonadado.

– Como estoy viviendo en tu casa.

– Me preguntó, Señorita Barrett…

– Henry. -Le interrumpió-. Por favor, llámame Henry. Me queda mejor que Henrietta. ¿No crees?