Todo por culpa de una mujer.
Se estremeció. Nunca se le habría ocurrido que pudiera acabar tan mal por una mujer. Había visto como caían, uno tras otro, todos sus amigos, abatidos por ese monstruo que ellos llamaban matrimonio y jodidamente enamorados de sus esposas. No tenía sentido. Nadie se casaba por amor. Nadie.
Excepto sus amigos, quienes le habían dejado preguntándose por qué no él. ¿Por qué no podría sentar la cabeza y pasarse el resto de su vida con alguien a quién quisiera cuidar? Y entonces Henry había caído del cielo justo frente a el. Una simple mirada a esos ojos del color de la plata y había sabido que no merecía la pena ni siquiera intentar luchar contra ello.
Bueno, quizás no. No se había colgado tanto de ella como para decir que había sido amor a primera vista. No, probablemente esos sentimientos hacia ella no habían empezado hasta el incidente en la pocilga. Quizás había sido en Truro cuando le compró ese vestido amarillo. Probablemente fuera allí donde todo empezó.
Suspiró. ¿Y qué narices importaba?
Se levantó de la cama y se instaló en una silla al lado de la ventana para observar como la gente caminaba arriba y abajo por Half Moon Street.
¿Qué demonios se suponía que tenía que hacer él ahora.? Ella lo odiaba, y no sin razón. Si él no hubiera jugado a comportarse como un maldito héroe, en ese momento se podría haber casado con ella un par de veces. Pero no, él tenía que llevarla a Londres e insistir en que se permitiera conocer a todos los hombres disponibles de la maldita alta sociedad, antes de tomar una decisión. Había tenido que echarla de su lado, había tenido que repelerla, había tenido que desaparecer de su vida, solo porque tenía miedo de ser incapaz de mantener sus manos alejadas de ella. Tendría que haberla seducido y haberla arrastrado al altar antes de que tuviera la oportunidad de pensar. Eso era lo que un verdadero “Héroe” habría hecho.
Se levantó rápidamente. Podía ganarla de nuevo. Solo tenía que dejar de comportarse como un bastardo celoso y empezar a ser amable con ella otra vez.
Podría hacerlo ¿no?
Capítulo 16
Aparentemente no podría. Dunford subía por Bond Street con la intención de comprar un ramillete a un vendedor de flores antes de ir para Grosvenor Square para visitar a Henry.
Entonces los vio. Henry y Ned, para ser preciso. Maldita sea, le había dicho a ella muy específicamente que se mantuviera lejos del joven Vizconde de Burwick. Henry era justamente el tipo de señorita que Ned encontraría fascinante, y probablemente completamente necesaria para su reputación como seductor.
Dunford se quedó atrás, para observarlos con atención desde la ventana de una librería. Parecía que se llevaban muy bien. Ned se reía de algo que Henry decía, y ella le cogía juguetonamente brazo. Se veían asquerosamente felices juntos.
Repentinamente le pareció muy lógico que Henry colocara su atención en Ned. Era joven, bien parecido, con gran personalidad y rico. Pero sobre todo, él era el hermano de la nueva mejor amiga de Henry. Dunford sabía que al Conde y a la Condesa de Worth les encantaría incluir a Henry en la familia.
Dunford había estado irritado por toda la atención puesta en Henry la noche anterior, pero nada en su vida, le había preparado para la oleada violenta de celos, que surgieron a través de él cuando ella apoyó su cabeza en el hombro de Ned y le susurró algo en la oreja.
Él actuó sin pensar. Reflexionaría más tarde por qué nunca se habría comportado tan grosero y tan idiota. Cuando su mente estuviera trabajando correctamente. En unos segundos logró plantarse firmemente entre ellos.
– Hola, Henry, -dijo, transmitiéndole a ella una sonrisa, blanca mientras la miraba duramente a los ojos.
Ella rechinó sus dientes, probablemente como preludio para una gran reprimenda.
– Bien me alegra de nuevo verte Ned, de vuelta de la universidad. -Él dijo esto sin mirar al hombre menor.
– Estaba haciéndole compañía a Henry, -contestó Ned con una inclinación de cabeza.
– No te puedo agradecer bastante por tus servicios, -Dunford contestó apretadamente, "pero son ya no necesarios”.
– Pienso que lo son, -Henry le respondió.
Dunford fijó una mirada mortífera en Ned.
– Me encuentro en la necesidad de hablar con mi pupila.
– ¿En mitad de la calle? -Ned preguntó, con sus ojos abiertos con falsa inocencia-. Sin duda alguna espera a que regresemos a la casa. Entonces podrás hablar con ella en la comodidad de nuestra sala de estar, con té y…
– Edward. -La voz de Dunford era dura como el acero, cubierto en terciopelo.
– ¿Sí?
– ¿Recuerdas la última vez que chocamos por tener el mismo deseo en mente?
– Ah, pero soy más viejo y más sabio ahora.
– Ni remotamente tan viejo y sabio como yo.
– Ah, pero considerando que tú en ese área eres legendario pero viejo, y yo soy todavía joven y fuerte.
– ¿A que están jugando? -preguntó Henry.
– Guarda silencio, -Dunford chasqueó-. Esto no es de tú incumbencia.
– ¿No lo es?
Incapaz de controlar sus nervios y la repentina reacción machista, estúpida, irreflexiva y arrogante de Ned. Ella lanzó hacia arriba sus brazos y se marchó dando media vuelta. La pareja probablemente aun no notaría su ausencia hasta que estuviese a mitad del camino calle abajo, tan obsesionados en su pelea como si fuesen gallos pavoneándose.
Estaba equivocada. Había dado sólo tres pasos cuando una mano firme se fue acercando a su cintura y la agarro por ahí.
– Tú, -Dunford dijo fríamente-, no vas a ningún lugar. -Volvió su mirada a Ned-. Y tú. Piérdete, Edward.
Ned miró a Henry, diciéndole con su expresión que si le daba la orden, la llevaría de regreso a casa en ese instante. Ella dudaba que pudiera superar a Dunford en una pelea consumada, aunque un empate era posible. Pero seguramente Dunford no quería causar tal escena en la mitad de Bond Street. Este la tomó de la barbilla.
– ¿Crees que no lo voy hacer, Henry? -Él le preguntó, con voz baja.
Ella negó con la cabeza.
Él se inclinó hacia adelante.
– Estoy enojado, Henry.
Sus ojos se agrandaron cuando ella recordó las palabras que dijo en Stannage Park.
No caigas en el error de enojarme, Henry.
¿Tu no estás enojado ahora?
Créame, cuando me enoje lo sabrás.
– Uhh, Ned, -ella dijo rápidamente-, quizá deberías irte.
– ¿Estás segura?
– No hay necesidad para jugar al caballero de brillante armadura, -Dunford chasqueó-. Mejor que te vayas.
– Estaré bien. -le dijo Henry.
Ned no se vio convencido, pero accedió a sus deseos y se marchó rígidamente, dando media vuelta.
– ¿Cuál es el significado de esto? -Henry exigió, volviéndose contra Dunford-. Fuiste terriblemente grosero, y…
– Cállate, -dijo él, viéndose asquerosamente sereno-. Causaremos una escena, si no lo hemos hecho ya.
– Tú eres el que acaba de decir que no te importaba si causamos una escena.
– No dije que no me importaba. Meramente expliqué que estaría dispuesto a causar una para obtener lo que quiero. -Tomó su brazo-. Ven conmigo, Hen. Necesitamos hablar.
– Pero mi criada…
– ¿Dónde está?
– Allí mismo. -Ella le hizo señales a una mujer que estaba algunos pasos atrás. Dunford habló con ella, y esta corrió a toda prisa lejos de ellos.
– ¿Qué le dijiste? -preguntó Henry.
– Solo que soy su tu tutor, y estarás a salvo conmigo.
– En cierta forma dudo de eso, -ella masculló.
Dunford estaba de acuerdo con ella respecto a eso, considerando que quería arrastrarla de regreso a su casa de la cuidad, subirla por las escaleras a su dormitorio y demostrarle toda su pasión. Pero guardó silencio, en parte porque a él no le importó asustarla, y en parte porque se percató que sus pensamientos parecían de una mala novela y él no quería que sus palabras hagan lo mismo.