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– ¿Dónde vamos? -Ella preguntó.

– A dar un paseo en el carruaje.

– ¿Un paseo en el carruaje? -Ella hizo eco dudosamente, recorriendo la mirada a un carruaje.

Él comenzó a caminar, diestramente moviéndola adelante así es que ella no se percató que estaba siendo jalada.

– Vamos a mi casa, allí nos metemos en uno de mis carruajes y paseamos alrededor de Londres, porque es justamente el único lugar podemos estar solos completamente sin destruir tu reputación.

Por un momento a Henry se le olvidó que él la había humillado la noche anterior. Incluso olvidó que estaba completamente furiosa con él, tan animada estaba por su deseo de estar solo con ella. Pero entonces recordó. ¿Dios mío, Henry, piensa qué significa esto? No habían sido sus palabras; Había sido el tono de su voz y la expresión en su cara lo que la había asustado.

Mordisqueó nerviosamente su labio inferior cuando intento mantenerse a su ritmo mientras caminaba rápidamente junto a él.

No, él ciertamente no estaba enamorado de ella, y no debería estar un poco excitada por el hecho de que él quería estar a solas con ella. Lo más probable fuera que quisiera reprenderla severamente acerca de su comportamiento, supuestamente escandaloso, de la noche anterior. Henry, sinceramente, no pensaba que se hubiera comportado de cualquier forma impropia, pero Dunford pareció pensar que ella hubiera hecho algo incorrectamente, y sin duda quiso decirle precisamente lo qué había hecho.

Estaba con ese temor cuando subió las escaleras de la casa de él, y estaba aun con mayor temor que ella cuando algunos minutos más tarde se aproximo al carruaje. Dunford la ayudó a subir, y cuando se reacomodó encima del cojín suave, le oyó decirle al conductor,

– Llévenos donde quiera. Golpearé cuando estamos listos para regresar a Grosvenor Square a devolver a la dama a su casa.

Henry se alejó a toda prisa a la esquina, maldiciéndose por su desacostumbrada cobardía. No sabia por qué estaba tan asustada por una reprimenda; Más bien, temió la pérdida inminente de su amistad. La unión que habían labrado en Stannage Park estaba ahora sujeta por un frágil hilo, y tenía el presentimiento que se rompería totalmente esta tarde.

Dunford entró en el carruaje y se sentó al frente de ella. Él habló agudamente y sin preámbulo.

– Muy específicamente te dije que te mantuvieras lejos de Ned Blydon.

– Escogí no seguir tu consejo. Ned es una persona excelente. Bien parecido, tiene una gran personalidad. Es una escolta perfecta.

– Por eso es precisamente por qué quise que te mantengas a distancia.

– Qué quieres decirme, -ella preguntó, con sus ojos volviéndose como acero-, ¿que no puedo tener su amistad?

– Te digo, -gruñó él-, que no puedes juntarte con hombres jóvenes que han pasado el último año cambiando su manera de ser para convertirse en el peor tipo de seductor.

– En otras palabras, no puedo tener amistad con un hombre que sea tan seductor como tú.

Sus orejas enrojecieron.

– Lo que soy, mejor dicho lo que tú percibes, es irrelevante. No soy el único que te corteja.

– No, -ella dijo, incapaz de mantener una punzada de tristeza y dolor lejos de su voz-, no lo haces.

Quizá era la tristeza en su voz, quizá fue simplemente el hecho que allí no estaba el brillo más leve de felicidad en sus ojos, pero Dunford repentinamente quiso que más que cualquier cosa ladearla y tomarla entre sus brazos. No para besarla, meramente para confortarla. Él no pensó, sin embargo, que ella le daría la bienvenida a tal deseo. Finalmente respiro profundamente y dijo,

– No tenía la intención de actuar como un completo bastardo esta tarde.

Ella parpadeó.

– Yo… ah…

– Lo sé. No hay mucho que puedas decir que sea una respuesta adecuada.

– No, -ella dijo ofuscadamente-. No lo hay.

– Es sólo que te había dicho muy específicamente que te mantengas lejos de Ned, y pareció que lo habías conquistado a él como hiciste con Billington, Haverly y Tarryton, por supuesto, -agregó ásperamente-. Debería haberme dado cuenta que él estaba interesado cuando preguntó sobre ti mientras jugamos a las cartas.

Ella clavó los ojos en él con asombro.

– Aún no sé quién es Tarryton.

– Entonces verdaderamente nosotros, podemos contarte como un éxito, -dijo él con una risa cáustica-. Sólo las incomparables no saben cuántos pretendientes tienen.

Ella se adelantó una fracción de pulgada, acercó su rostro y lo miró con ojos perplejos.

Él no entendió su acción, así es que se inclinó hacia adelante, también, y dijo:

– ¿Sí?

– Tú estas celoso, -ella dijo, la incredulidad con palabras apenas audibles.

Él sabía que era cierto, pero alguna pequeña parte de su alma se resistió a su acusación, un pedazo de su alma muy arrogante y muy propia de los hombres, y dijo:

– No te halagues, Henry.

– No, -ella dijo, su voz creciendo más fuerte-. Lo estás.

Sus labios se separaron de asombro, y las esquinas comenzaron a doblarse hacia arriba en una sonrisa boquiabierta.

– Por, Cristo, Henry, ¿qué esperas? Coqueteas con cada hombre por debajo de treinta y al menos la mitad de ellos son más viejos que eso. Te acercas al lindo Ned y le susurras en la oreja…

– Tú estás celoso. -Ella no parecía capaz de decir cualquier otra cosa.

– ¿No es eso lo que intentaste? -Él escupió un rugido, furioso consigo mismo, furioso con ella, incluso furioso con los condenados caballos que tiraban de su carruaje.

– ¡No! -Ella dijo precipitadamente-. No. Yo… no quería eso…

– ¿Qué, Henry? -Él dijo urgentemente, colocando sus manos en sus rodillas-. ¿Qué querías tú?

– Me quería sentir querida, -dijo ella con una voz muy baja-. Tú ya no me querías y…

– ¡Oh, Cristo! -Él estaba en medio de un carruaje y junto a ella casi a punto de jalarla y abrazarla fuertemente en contra de él-. ¿Pensaste que ya no te quería? -Él dijo con una risa loca-. Dios mío, Hen, no he podido dormir por la noche de tanto desearte. No he leído un libro. No he ido a una carrera de caballos. Sólo descanso sobre mi cama, quedándome con la mirada fija en el cielo raso, imaginando en vano que tú estás conmigo.

Henry empujó contra su pecho, necesitando desesperadamente poner algún espacio entre ellos. Su mente se tambaleaba con la increíble declaración de él, y no sólo podría reconciliar sus palabras con sus acciones últimamente.

– ¿Por qué estuviste insultándome estos últimos días? -Ella preguntó-. ¿Por qué estuviste apartándome a la fuerza?

Él negó con la cabeza con auto-incriminación.

– Te había prometido el mundo, Henry. Te había prometido la oportunidad de conocer a cada soltero elegible en Londres, y repentinamente todo lo que quería hacer era esconderte y mantenerte para mí. ¿No lo entiendes? quise arruinarte, -le dijo, mientras sus palabras deliberadamente salían desbocadas por su boca-. Quise arruinarte a fin de que ningún otro hombre te tuviese.

– Oh, Dunford, -ella dijo suavemente, colocando su mano en la de él.

Él la asió como un hombre muerto de hambre.

– No estabas a salvo conmigo, -dijo roncamente-. No estás a salvo conmigo ahora.

– Creo que sí, -ella susurró, colocando su otra mano en la de él-. Sé que sí.

– Hen, te prometí… Dios maldición, te prometí.

Ella mojó sus labios.

– No quiero conocer a esos otros hombres. No quiero bailar con ellos, y no quiero sus flores.

– Hen, tú no sabes lo que dices. No soy justo. Deberías tener la oportunidad…

– Dunford, -ella profirió, dándole a sus manos un apretón urgente-. No siempre tienes que besar a una buena cantidad de ranas para reconocer a un príncipe cuando te encuentras uno.