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Él clavó los ojos en ella como si fuera un tesoro sin precio, incapaz de creer la emoción brillando en sus ojos. Le envolvió, le calentó, le hizo sentir que podría conquistar el mundo. Colocó dos dedos en la parte inferior de su barbilla, elevando su cara hacia él.

– Oh, Hen, -él dijo, su voz comprendiendo sus las palabras-. Soy tan idiota.

– No, no lo eres, -dijo ella rápidamente, con lealtad irreflexiva-. Bien, tal vez uno poco, -enmendó-. Pero solamente muy poco.

Él podía sentir su cuerpo comenzar a temblar de risa silenciosa.

– ¿Es esa la admiración que necesito tanto de ti? Tú siempre sabes cuándo necesito ser recriminado. -Le dio un beso fugaz en los labios-. Y cuando necesito adulación y alabanza. -Su boca tocó la de ella otra vez-. Y cuándo necesito ser tocado…

– ¿Quieres eso ahora mismo? -Ella le preguntó, temblándole la voz.

– Especialmente ahora mismo.

Él la besó de nuevo, esta vez con una urgencia cortés a la que se entrego para eliminar cualquier duda de su mente. Ella abrigó los brazos alrededor de su cuello e inclinó su cuerpo hacia él, permitiéndole en silencio hacer más hondo el beso.

Y lo hizo. Había estado combatiendo esta necesidad de ella durante semanas, y no hubo negación a la tentación de su cuerpo anuente en sus brazos. Su lengua sumergida en el agua de su boca, indagando y saboreando, yendo corriendo por el borde de sus dientes – ella hizo cualquier cosa para acercarse a él. Sus manos se deslizaron alrededor de su parte trasera, desesperadas por sentir el calor y la forma de su cuerpo a través del material de su vestido.

– Henry, -le dijo con voz áspera, al atravesar su mejilla con los labios para llegar a su oreja-. Dios mío, cómo te deseo. -Atrapó el lóbulo entre sus dientes-. Sólo a ti.

Henry gimió, se inundó con una sensación, incapaz para hablar. La última vez que él la había besado, había tenido la sospecha de que su corazón no había estado tan emocionado por la intimidad como su cuerpo. Pero ahora podría sentir su amor. Estaba en sus manos, sus labios; un diluvió delante de sus ojos. Él no pudo haber dicho las palabras, pero la emoción estaba allí, casi palpable en el aire. Ella repentinamente se sintió que estaba autorizada a amarle. Estaba bien intentar mostrarle sus sentimientos porque él sentía lo mismo.

Ella se movió entre sus brazos, así podría besar la ruta hacia la oreja de él. Él se sobresaltó cuando ella corrió su lengua a lo largo del borde y se apartó rápidamente.

– Lo siento, -dijo ella, sus palabras apresurándose en una confusión nerviosa-. ¿Te desagradé? Pensé hacer eso. Desde que me lo hiciste la otra vez, creí que podía hacerlo me gustó ello. Yo sólo – "

Él colocó la mano sobre su boca.

– Calla, bribona. Fue hermoso. Sólo que no lo esperaba.

– Oh. Lo siento, -ella dijo tan pronto él apartó su mano.

– No te disculpes. -Él sonrió perezosamente-. Simplemente hazlo de nuevo.

Ella le contempló, con sus ojos diciendo, ¿Simplemente? Él asintió con la cabeza y para bromear giró su cabeza hasta que su oreja quedó a unos centímetros de ella. Ella sonrió para sí misma, se inclinó hacia adelante otra vez, recorriendo tentativamente su lengua a lo largo del lóbulo. En cierta forma parecía demasiado taimado usar sus dientes como había hecho él.

Él resistió la tortura encantadoramente inexperta, al menos un minuto, más tarde su deseo fue tan caliente que no pudo detenerse de asir su cara con las manos y tirar de ella para darle otro beso abrasador.

Sus manos clavadas en su pelo, jalando injustificablemente sus horquillas. Enterró la cara en su cabello, aspirando ese perfume intoxicante de limones que le había atormentado durante semanas.

– ¿Por qué hueles a eso? -Él se quejó, besando el nacimiento de su cabello-. ¿Por qué hueles…?

– ¿Qué?

Él se rió con el pasmo apasionado haciendo indistintos sus ojos. Ella era tal tesoro – sin artificio de cualquier clase. Cuando él la besó dejo su pelo suelto…Él tomo un rizo de su cabello con sus dedos y lo froto contra su nariz.

– ¿Por qué huele tu pelo a limones? -Para su sorpresa, ella se sonrojó.

– Uso jugo de limón cuando me lavo la cabeza, -admitió-. Viola siempre decía que lo aclararía.

Él la miró indulgentemente.

– Otra pequeña prueba de que posees las mismas fallas que el resto de nosotros, bribona. Utilizar limones para iluminar tu pelo. Tsk, tsk.

– Siempre ha sido mi mejor característica, -dijo ella tímidamente-. Habría sido mucho mejor llevarlo corto en Stannage Park, pero no podía resignarme a hacerlo. Pensé que podría tenerlo largo como un atributo, en vista de que el resto de mí es bastante ordinario.

– ¿Ordinario? -Él dijo suavemente-. Creo que no.

– No tienes que halagarme Dunford. Sé que soy pasablemente atractiva, y admitiré que lucí muy bien en mi vestido de noche blanco, pero…Oh, querido, debes pensar que voy tras de tus cumplidos.

– No. -Él negó con la cabeza-. No lo hago.

– Entonces debes pensar que soy una gansa, charlando acerca de mi pelo.

Él tocó su rostro, alisando sus cejas con los pulgares.

– Pienso que tus ojos son piscinas de plata liquida, y tus pestañas son como alas de ángel, alas suaves y delicadas. -Él se apoyó abajo y le dio un beso ligero en sus labios-. Tu boca es suave y rosada, perfectamente formada, con un labio inferior encantadoramente lleno y parece que siempre estas a punto de sonreír. Y tu nariz… pues bien, es una nariz, pero debo confesar que nunca he visto una que me agrade más.

Ella clavó los ojos en él, fascinada por el timbre ronco de su voz.

– ¿Pero sabes lo mejor de todo? -Él continuó-. Debajo de este paquete encantador hay un bello corazón, una bella mente, y sobre todo, presta atención, una bella alma.

Henry no supo qué decir, no supo lo que podría decir a eso, todavía sorprendida por la emoción de sus palabras.

– Yo… yo… gracias.

Él respondió besándola amablemente en la frente.

– ¿Te gusta el olor de limones? -Ella barbulló nerviosamente-. Podría dejar de ponérmelos.

– Adoro el olor de limones. Haz cualquier cosa que te complazca.

– No sé si surte efecto, -dijo ella con una sonrisa torcida-. Lo he estado haciendo tanto tiempo que no sé a lo que se parecería si dejara de hacerlo. Podría dejar de ser yo misma.

– Simplemente tus cabellos seguirían siendo perfectos, -él dijo solemnemente.

– ¿Pero qué ocurre si lo interrumpo y mi pelo se oscurece?

– Sería igual de perfecto, también.

– Hombre tonto. Las dos cosas no pueden ser perfectas.

Él sujetó su cara en sus manos.

– Mujer tonta. Tú eres perfecta , Hen. No tiene importancia cómo te veas.

– Pienso que tú eres perfecto también, -ella dijo suavemente, cubriendo sus manos con las de él-. Recuerdo la primera vez que te vi. Pensé que eras el hombre más bien parecido que alguna vez había visto.

Él la subió a su regazo, convenciéndose a si mismo de estar contento simplemente por abrazarla con suavidad. Él sabía que él no podía dejar por sí mismo de besarla una vez más. Su cuerpo ansiaba más, pero tendría que esperar. Henry era una niña. Aún más importante, era su niña, y merecía ser tratada con respeto.

– Sí recuerdo, -dijo, perezosamente haciendo círculos en su mejilla-, la primera vez que me viste prestaste considerablemente más atención al cerdo que a mí.

– Esa no fue la primera vez te vi. Te había estado observando desde mi ventana. -Su expresión repentinamente se volvió tímida-. En verdad, recuerdo pensar que tenías un par especialmente fino de botas.

Él dejó salir una carcajada.

– ¿Quieres decir que me amas por mis botas?