Era media tarde cuando giraron al camino de entrada, flanqueado de árboles en el coche guiado a Westonbirt.
– Oh, es precioso, – dijo Henry, encontrando su voz al fin.
La estructura inmensa se había forjado en la forma de una E, para honrar a la Reina Elizabeth. Henry siempre había preferido las estructuras modestas, como Stannage Park, pero Westonbirt en cierta forma lograba poseer un aire hogareño a pesar de su tamaño. Quizá fueron las ventanas, que destellaron como las sonrisas alegres, o los macizos de flores, que crecían en el abandono descabellado a lo largo del paseo en coche. Cualquier cosa que fue, Henry se enamoró en el acto.
Ella y Dunford bajaron del coche y subieron las escaleras de la entrada principal, siendo recibidos por Norwood, el mayordomo entrado en años de Westonbirt.
– ¿Me veo presentable? -le susurró Henry cuando los hizo entrar a una sala.
– Te ves bien, -él contestó, bastante divertido con su ansiedad.
– ¿No está mi vestido demasiado arrugado por el viaje?
– Claro que no. Y aún si lo estuviera, no tendría importancia. Alex y Emma son amigos. -Él le dio una palmada reconfortante en su espalada.
– ¿Piensas que le agradare a ella?
– Sé que le gustarás. -Él suprimió el deseo de poner los ojos en blanco-. ¿Qué te pasa? Pensé que te entusiasmaba venir a esta región del país.
– Lo estoy. Por eso justamente estoy nerviosa, eso es todo. Quiero agradarle a la duquesa. Sé que ella es una amiga especial para ti, y…
– Sí, lo es, pero tú eres aún más especial.
Henry se sonrojó de placer.
– Gracias, Dunford. El caso es que ella es una duquesa, ya sabes, y…
– ¿Y qué? Alex es un duque, y eso no pareció detenerte para prácticamente hechizarlo. Si Emma os hubiera visto tendría una pelea entre manos.
Henry se sonrojó otra vez.
– No seas tonto.
Él suspiró.
– Piensa lo que quieras, Hen, pero si oigo un comentario preocupado más, tendré que callarte dándote un beso.
Sus ojos se iluminaron.
– ¿De verdad?
Él exhaló y se apoyó la mano en la frente.
– ¿Qué voy a hacer contigo bribona?
– ¿Besarme si Dios quiere? -Ella dijo.
– Supongo que tendré que hacer justamente eso. -Él se inclinó hacia adelante y posó sus labios amablemente contra los de ella, evitando cuidadosamente cualquier contacto más profundo. Sabía que si su cuerpo tocaba cualquier parte de ella, incluso simplemente su mano o su mejilla, sería incapaz de evitar abrazarla y demostrarle toda su pasión. Pero sabía también que en cualquier momento llegarían el Duque y la Duquesa de Ashbourne, y Dunford no tenia deseo particular de ser encontrado in flagrante delicti).
Una tos discreta sonó desde la puerta.
Demasiado tarde.
Dunford se apartó, al ver momentáneamente las mejillas coloradas de Henry cuando él desvió su mirada hacia la puerta. Emma hacia mucho esfuerzo por no sonreír. Alex ni siquiera lo intentaba.
– Oh, Dios mío -Henry gimió.
– No, simplemente soy yo, -dijo Alex afablemente, intentando tranquilizarla-, aunque mi mujer, en más de una ocasión, me ha acusado de confundirme a mí mismo con quién nombraste.
Henry sonrió, muy débil.
– Dichosos los ojos que te ven, Ashbourne, -Dunford masculló, poniéndose de pie.
Alex condujo a su esposa, pesadamente embarazada a una silla confortable.
– Espero que bien, ya que te he esperado por lo menos cinco minutos, -él se quejó en la oreja de Dunford y cruzo el cuarto para saludar a Henry-. Encantador verte otra vez, Henry. Estoy muy feliz de ver que has conquistado a nuestro estimado amigo aquí. Entre nosotros, él no tuvo ninguna posibilidad.
– Yo… Uh…
– Por el amor de Dios, Alex, -dijo Emma-si dices una cosa más para hacerla pasar vergüenza, tendré tu cabeza en una bandeja de plata.
Sólo Henry podía ver la cara de Alex cuando intentó duramente aparentar arrepentimiento, y tuvo taparse la boca con la mano para no soltar una carcajada.
– ¿Quizá te gustaría ser presentada a mi querida, mandona y ruidosa esposa, que está sentada en la silla amarilla? -Él dijo con una sonrisa media extraña.
– No veo a ninguna ruidosa y mandona mujer, -Henry dijo picaronamente, percibiendo la sonrisa de Emma a otro lado del cuarto.
– Dunford, -dijo Alex, cogiendo la mano de Henry y llevándola al lado de su esposa-, esta mujer es más ciega que un topo.
Dunford se encogió de hombros, compartiendo una mirada divertida con Emma.
– Mi linda esposa, -Alex dijo-. Te presento a…
– Soy tu linda, mandona y ruidosa esposa, -Emma dijo impertinentemente, sus ojos brillándole con picardía a Henry.
– Por supuesto. Qué negligente de mi parte. Mi linda madona y ruidosa esposa, te presento a la Srta. Henrietta Barrett de Cornualles, últimamente alojada en la habitación de huéspedes de tía Caroline.
– Estoy encantada de conocerla, Srta. Barrett, -dijo la duquesa, y Henry pensó que era sincera.
– Por favor llámeme Henry. Todo el mundo hace.
– Y tú me debes llamar Emma. Deseo que todo el mundo lo haga.
Henry decidió instantáneamente que le gustaba la joven duquesa de cabellos de fuego y se preguntó a cuenta de qué había estado así de preocupada acerca de conocerla. Ella era, después de todo, la prima hermana de Belle y de Ned, y si esa no era una buena recomendación no sabía que más lo podía ser.
Emma se puso de pie, ignorando las protestas de su preocupado marido, tomó el brazo de Henry, y dijo,
– Estaremos ausentes. Estoy tan ansiosa de hablar contigo, y podemos ser más abiertas sin ellos. -Ella le dio un golpecito a su cabeza con rumbo a los caballeros.
Henry sonrió impotentemente.
– Muy bien perfecto".
– No te puedo decir qué feliz estoy de conocerte, -le dijo Emma tan pronto como alcanzaron el vestíbulo-. Belle me ha escrito todo acerca de ti, y estoy muy emocionada porque Dunford finalmente ha conseguido a su pareja. No pienso que tú no eres encantadora por derecho propio, pero tengo que admitir, en su mayor parte me agradas justamente por que Dunford haya encontrado en ti su pareja perfecta.
– Eres muy sincera."
– Tanto como tú, si las cartas de Belle son indicación de tu carácter. Y no puedo estar más encantada. -Emma sonrió abiertamente a Henry cuando la guió por un amplio corredor-. ¿Por qué no te muestro Westonbirt mientras charlamos? Es una casa preciosa en realidad, a pesar de su tamaño.
– Pienso que es magnífica. De ningún modo excesiva.
– No, -Emma filosofó-, no lo es. Es tan gracioso. Comprendo lo que quisiste decir. Pero de todas formas, me alegro que seas tan sincera. No tengo y nunca tuve ningún interés en la falsedad e hipocresía de la nobleza.
– Ni yo, Su Ilustrísima.
– Oh, compláceme y llámame Emma. No tuve título hasta el año pasado, y todavía no me he acostumbrado a todos los sirvientes oscilando de arriba abajo haciendo reverencias cada vez que paso caminando. Si mis amigos no usan mi nombre de pila, probablemente moriré por demasiada formalidad.
– Estaría encantada de figurar entre tus amigos, Emma.
– Y yo entre los tuyos. Ahora, debes decirme. ¿Cómo se declaró Dunford? Algo romántico, tengo la esperanza.
Henry se sonrojó al mirarla.
– No estoy segura. De eso, él exactamente no me ha preguntado…