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– ¿No te lo ha preguntado aún? -Emma barbulló -. Ese pequeño desgraciado intrigante.

– Yo creo que lo hará aquí, -Henry comenzó, al sentir la necesidad de defenderle, aunque no estaba segura que fuera su obligación.

– Sin intención de ofenderte, -Emma dijo rápidamente-. Su delito no es muy grave. Me imagino que quiere que nosotros nos hagamos de la vista gorda si lo dos estáis a solas algún tiempo. Él nos dijo que estabais comprometidos.

– ¿Lo hizo? -Henry dijo inciertamente-. Eso es bueno, ¿verdad?

– Hombres, -Emma masculló-. Todo el tiempo pensando que una mujer se casará con ellos sin molestarse si quiera en preguntarle. Ya sabia yo que él haría algo así.

– Quieres decir, que debo pensar que él va a proponerme matrimonio, -Henry dijo entre sueños-. Y no puedo molestarme por estar muy contenta con eso porque yo quiero casarme con él.

– Por supuesto que quieres. Todo el mundo quiere casarse con Dunford.

– ¿Qué?

Emma parpadeó, como si repentinamente hubiera regresado a a la conversación.

– Excepto yo, por supuesto.

– Bien, tú no podrías, de cualquier manera, -Henry dijo con el rostro un poco contrariado, incapaz por definir claramente que tipo de conversación tenía, y trato de cambiar el tema-. Ya estás casada.

– Quise decir antes de casarme. -Emma se rió-. Debes pensar que soy una gansa, una tonta sin remedio. Normalmente no tengo tanta dificultad en explicar un punto. Es el bebé, pienso. -Palmeó su estómago-. Pues bien, probablemente no es conveniente, que él cargue al hombro la culpa de todas mis peculiaridades.

– Por supuesto, -Henry se quejó.

– Sólo quise decir que Dunford es muy popular. Y él es un hombre muy bueno y atractivo. Tanto como Alex. Una mujer tendría que ser una tonta para no aceptar una propuesta de un hombre así.

– Pero ahí esta el pequeño problema, él exactamente no me ha propuesto nada aún.

– ¿Qué quieres decir exactamente?

Henry giró y examinó rápidamente una ventana, miró afuera un gran patio lleno de bellas flores.

– Él me ha dado entender que nos casaremos, pero no me ha preguntado directamente.

– Comprendo. -Emma atrapó su labio inferior entre sus dientes como si pensase-. Creo que él quiere declararse aquí en Westonbirt. Tenéis más de una probabilidad para estar solos. Él probablemente querrá… besarte cuando te lo pregunte, y no querrá preocuparse de tía Caroline apareciendo rápidamente para rescatarte de un momento a otro.

Henry en particular no quería ser rescatada de Dunford, así es que hizo un sonido inarticulado que daba por supuesto que se encontraba de acuerdo.

Emma echó una mirada de reojo a su nueva amiga.

– Puedo ver por tu expresión que ya te ha besado. No te sonrojes, estoy realmente acostumbrada a tales cosas. Tuve pocos problemas cuando hice de chaperona para Belle.

– ¿Tú fuiste chaperona de Belle?

– E hice un trabajo atroz, también. No sirvo para ese trabajo. Te complacera saber que probablemente seré igual de descuidada contigo.

– Er, sí, -Henry tartamudeó-. Eso, creo. -Miró un sillón rosa-. Vamos por aquí.¿Nos sentamos un momento? Estoy repentinamente muy cansada.

Emma suspiró.

– " te cansé al extremo, ¿ verdad?

– No, claro que no… Bien, -Henry admitió cuando se sentó-, sí.

– Tengo tendencia a hacer eso a la gente, -dijo Emma, sentándose junto a ella en el sillón-. No sé por qué.

* * * * *

Cuatro horas más tarde Henry supo exactamente por qué. Emma Ridgely, Duquesa de Ashbourne, tenía mucha más energía de la que alguna vez había visto a una persona poseer, incluida ella misma. Y Henry nunca había pensado acerca de sí misma como una persona particularmente lánguida.

No era que Emma laboró con energía nerviosa. Realmente era lo opuesto; La pequeña mujer era el epítome de gracia y sofisticación. Simplemente era que todo lo que Emma hacía o decía era expresado con tal vitalidad que sus compañeros se cansaban solo de verla.

Fue fácil de ver por qué la adoraba tanto su marido. Henry esperaba que Dunford un día la amaría con tal devoción.

La cena de esa noche fue un acontecimiento encantador. Belle y John aún no habían llegado de Londres, así que solamente estaban Dunford, Henry y los Ashbournes. Henry, todavía ligeramente desacostumbrada a tomar sus comidas con alguien aparte de los sirvientes Stannage Park, se deleitó en su compañía, temblando de regocijo por las anécdotas que sus compañeros les contaron acerca de su infancia y juventud. Ella también contó algunas historias de su vida.

– ¿Intentaste de verdad coger un panal de un árbol, cerca de tu casa? -Emma se rió, fuertemente palmeando su esternón cuando intentó recobrar su aliento.

– Tengo una pasión feroz por los dulces, -aclaró Henry-, y cuando la cocinera me dijo que no podía consumirlos ese día porque no teníamos suficiente azúcar, decidí solucionar el problema.

– Eso le enseñará a la Sra. Simpson a no ponerte pretextos, – dijo Dunford.

Henry se encogió de hombros.

– Nunca ha vuelto a ponerme pretextos desde entonces.

– ¿Pero no estaban tus tutores terriblemente asustados? -Emma continuó.

– Oh, sí, -Henry replicó muy animada mientras jugaba con su tenedor-. Pensé que Viola iba a desmayarse. Después me castigó encerrándome en mi habitación. Afortunadamente no pudo castigarme mucho, debido a doce picaduras de abeja en mis brazos.

– Oh, querida, -dijo Emma. ¿Estabas asustada tú también?

– No, es asombroso, pero no estaba para nada asustada.

– Henry parece saber cómo tratar a las abejas, -dijo Dunford, intentando arduamente no recordar su reacción cuando Henry fue a la colmena. Sintió una oleada increíble de orgullo cuando la observó desenvolverse con Emma, mientras contestaba otra pregunta acerca de la colmena. Sus amigos querían a Henry. Él había sabido que lo harían, por supuesto, pero todavía le llenó con alegría verla así de feliz. Por lo que debía ser la centésima vez en ese día, reflexionó a solas la maravillosa suerte que tenia al encontrar la única mujer en el mundo obviamente adecuada a él en todos los aspectos.

Ella era maravillosamente directa y eficiente, pero su capacidad pura para amar y entregarse totalmente no tenía comparación; El corazón todavía le dolía cada vez que se acordaba del día en la casa abandonada, cuando ella se lamentó de la muerte de un bebé desconocido. Ella tenia ingenio y sentido del humor similar al suyo; No necesitó oírla hablar para saber que era muy inteligente, estaba justo allí, en el destello plateado de sus ojos. Era terriblemente valiente y perfeccionista; Tenía que intentar vencer todo reto que se le presentara, y conseguir el éxito. Administró prácticamente sola una hacienda de tamaño modesto durante seis años. Y, Dunford pensó, sonriendo a pesar suyo, que ella se derretía en sus brazos cada vez que se tocaban, revolviendo su sangre hasta que se alejaban. La ansiaba cada minuto del día y solo quería mostrarle con sus manos y sus labios la profundidad de su amor.

Lo que sentía era amor. Casi se rió ahogadamente en voz alta allí mismo en la mesa mientras comían. No era extraño que los poetas hablaron así de él.

– ¿Dunford?

Él parpadeó y levantó la vista. Parecía que Alex estaba tratando de hacerle una pregunta.

– ¿Sí?

– Te pregunté, -repitió Alex-, si Henry te ha asustado en forma similar hace algún tiempo en las semanas recientes".

– Si no cuentas sus aventuras continuas en las colmenas de Stannage Park, ha sido el epitome de la dignidad y el decoro.

– ¿De verdad? -Emma preguntó-. ¿Qué hiciste?

– Oh, no fue nada, -contestó Henry, sin atreverse a mirar a Dunford-. Todo lo que hice fue meterme en una colmena y arrancar un panal.

– Lo que hiciste, -él dijo severamente-, casi es picada por cien insectos enojados.