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– ¿Metiste en realidad la mano en una colmena? -Emma se inclinó hacia adelante interesadamente-. Me gustaría saber cómo hacerlo.

– No intentarás hacerlo aquí, -Alex, enojado, se dirigió a Henry-, nunca le enseñaras a mi mujer cómo hacerlo.

– No corría ningún peligro, -Henry dijo rápidamente-. A Dunford le gusta exagerar.

– ¿"él no lo hace"? Alex preguntado, subiendo sus cejas.

– Estaba muy ansioso, -dijo, entonces recurrió a Emma como si ella pudiese entenderlo-. Él se pone muy nervioso.

– ¿Nervioso? -Emma hizo eco.

– ¿Dunford? -Alex preguntó al mismísimo tiempo.

– No hablarás en serio, -Emma sumó, en un tono que sugirió que era una alternativa imposible.

– Lo único que tengo que añadir es, -Dunford se apresuró a decir, ansioso por terminar con ese tema-, que ella logró restarme diez años de vida, y ese es el fin del tema.

– Supongo que fue así, -Henry dijo, mirando Emma con un pequeño encogimiento de hombros-, como él me ha hecho prometer que nunca más pueda comer miel otra vez".

– ¿Hizo eso? Dunford, ¿cómo puedes hacerlo? Incluso Alex no ha sido tan bestia.

Si su marido desaprobaba la implicación que él no era tan bestia, no hizo comentarios.

– Nada más ni nada menos que no soy el hombre más bestia en Gran Bretaña, Emma, no le prohibí comer miel. -Dunford miró a Henry-. Solamente le hice prometer no procurársela ella misma, y francamente, esta conversación se esta volviendo tediosa.

Emma se inclinó hacia Henry y susurró en una voz que podría ser oída claramente por los otros comensales,

– Tengo que decirte que nunca visto lo he visto así.

– ¿Eso está bien?

– Mucho.

– ¿Emma? -Dunford dijo, su voz atemorizantemente casual.

– ¿Sí, Dunford?

– Sólo mis muy buenos modales y el hecho de que eres una dama me impiden decir que te calles.

Henry miró frenéticamente a Alex, pensando que estaría a punto de agredir a Dunford por insultar a su esposa. Pero el duque simplemente se cubrió la boca intentando no atragantarse con algo que debía ser risa, pues había acabado de cenar hacía varios minutos.

– Tus muy buenos modales, ciertamente, -Emma contó agriamente.

– Ciertamente no puede ser el hecho de ser una dama, -dijo Henry, pensando que Dunford era muy buen amigo de los Ashbourne si Alex se reía de lo qué podía haber sido percibido como un insulto para Emma-. Porque él una vez me dijo que me callara y no creo poder ser una autoridad en ser una dama.

Esta vez Alex comenzó a toser tan violentamente que Dunford, con la cara fruncida fue a golpearle la espalda. Por supuesto, él sólo podía haber buscado una excusa para hacerlo.

– ¿Y quién es una autoridad en eso? -Dunford preguntó.

– Por lo que sé, he tratado de serlo. -Henry se inclinó hacia adelante, con sus ojos brillando diabólicamente-. Y tú también lo sabes.

Emma se unió a su marido en un dueto de espasmos de ataque de tos.

Dunford se reclinó en su asiento, una renuente sonrisa de admiración avanzaba a su pesar a través de su cara.

– Bien, Hen, -dijo, señalando al duque y la duquesa-, parece que acabamos con estos dos.

Henry inclinó su cabeza a un lado.

– No fue muy difícil, ¿verdad?

– De ningún modo presento ningún reto para ti ".

– Emma, mi amor, -Alex recobró el aliento-, creo que nuestro honor acaba de ser puesto en duda.

– Te diré. No me he reído tanto desde hace mucho tiempo. -Emma se levantó e hizo una señal para que Henry la siguiera a la sala de estar-. Nos ausentaremos Henry y yo, los dejamos para que bebáis y fuméis un rato.

– Aquí lo tienes, bribona, -Dunford dijo cuando se puso de pie-. Finalmente podrás enterarte de lo que sigue cuándo las señoras se retiran después de la cena.

– ¿Te llamó bribona? -Emma le preguntó cuando ella y Henry entraron en la sala.

– Er, sí, me llama así algunas veces.

Emma se frotó las manos.

– Esto está mejor de lo que pensé.

– ¡Henry! ¡Espera un momento!

Henry dio la vuelta para ver Dunford caminando rápidamente hacia ella.

– Podría hablar contigo un momento, -le preguntó él.

– Sí, sí, por supuesto.

La llevó aparte y habló en un susurro tan bajo que Emma, de cualquier forma intento oír a pesar que paró sus orejas, no podría escuchar.

– Necesito verte esta noche.

Henry se emocionó con la urgencia impresa en su voz.

– ¿Qué dices?

Él asintió con la cabeza.

– Necesito hablar contigo privadamente.

– Estás seguro…

– Nunca he estado más seguro. Tocaré a tu puerta a medianoche.

– Pero Alex y Emma…

– Siempre se retiran a las once. -Sonrió de forma disoluta-. Disfrutan de su privacidad.

– De acuerdo, pero…

– Bien. Te veré entonces. -Le dio un beso rápido en la frente-. Ninguna palabra de esto a alguien.

Henry parpadeó y le observó regresar al comedor.

Emma estuvo a su lado con notable velocidad para alguien embazada de siete meses.

– ¿De qué se trató eso?

– Nada realmente, -Henry habló entre dientes, sabiendo que era mala mentirosa y tratando no obstante de mentir descaradamente.

Emma lanzó un bufido de incredulidad.

– Nada, de verdad. Él simplemente, ummm… me dijo que me comporte.

– ¿Comportarte? -Emma dijo dudosamente.

– Ya sabes, compórtate muy bien nunca haces espectáculos ".

– Eso es la mentira mas grande que he oído nunca, -replicó Emma-. Incluso Dunford debe percatarse que sería imposible para ti crear cualquier clase de escena en mi sala de estar conmigo por compañía.

Henry sonrió débilmente.

– Pero aparentemente, sin embargo, -Emma continuó-, no te voy va a sacar la verdad, así es que no desperdiciaré mi valiosa energía intentándolo.

– Gracias, -Henry se quejó como reanudasen su paseo hacia la sala de estar. Como ella caminó a grandes pasos a lo largo de Emma, ella agarró con fuerza su puño. Esta noche él le diría a ella que la amaba. Ella lo podría sentir.

Capítulo 18

11:57.

Henry intentó agarrarse de los pliegues de su bata de dormir cuando miro el reloj en su mesa de noche. Era una tonta para comportarse así, por amor a él, había accedido a este plan, si bien supo que su comportamiento era más que indecente. Se rió ahogadamente y torcidamente para sí misma cuando recordó cómo se había despreocupado de la etiqueta cuando estaba en Stannage Park. Despreocupada e inconsciente. Dos semanas en Londres habían puesto en evidencia que una señorita no debía dejar a un hombre entrar en su dormitorio, especialmente cuando el resto de la casa estaba oscura y sus ocupantes dormidos.

Pero ella no podía lograr tener suficiente miedo para rehusarle. Lo que deseaba y lo que sabía que era lo correcto eran dos cosas claramente diferentes, y el deseo ganaba por un alto margen.

11:58.

Se sentó en la cama, entonces, dándose cuenta dónde se había ido a sentar brincó del susto como si la quemaran.

– Cálmate, Henry, -masculló, cruzando los brazos, descruzándolos, cruzándolos de nuevo. Anduvo de arriba abajo por el cuarto, caminó lentamente hacia el espejo, reflejaba un aspecto severo, entonces descruzó los brazos otra vez. No quería recibirle holgazaneando en la cama, pero no había necesidad de parecer tan huraña.

11:59.

Un golpecito leve sonó en la puerta. Henry voló a través del cuarto y lo abrió.

– Llegas temprano, -susurró frenéticamente.

– ¿Eso hago? -Dunford metió su mano en el bolsillo para ver el reloj de cadena.

– ¿Entras? -Ella le rechifló, metiéndolo bruscamente adentro-. Alguien te podría ver ahí fuera.