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Dunford dejó caer el reloj de cadena de vuelta a su bolsillo, sonriendo ampliamente todo el tiempo.

– ¡Y para de sonreír! -Ella añadió ferozmente.

– ¿Por qué?

– ¡Porque eso… me hace sentir cosas extrañas!

Dunford desvió su mirada al cielo raso en un intento de abstenerse de reír en voz alta. Si ella pensase esa declaración lo obligaría a dejar de sonreír, ella estaba mal del cerebro.

– ¿De qué quieres hablar conmigo? -Ella susurró.

Él estuvo a su lado en dos pasos.

– Por el momento, -se quejó.

– Primero tengo que…

Él dejó a sus labios completar la frase cuando capturaron los de ella en un beso abrasador. No tenía la intención de besarla de inmediato, pero se veía condenadamente adorable en su bata de dormir con su pelo flotando alrededor de su cara. Ella gimió suavemente, como un bebe, y su cuerpo cambió de posición ligeramente, reacomodándose en sus brazos.

A regañadientes decidió alejarse de ella.

– No vamos a conseguir hablar ni un poco si continuamos así… -Sus palabras se desvanecieron cuando percibió una expresión deslumbrante en la cara de Henry. Sus labios eran insoportablemente sonrosados aún a la luz de la vela, y se abrieron ligeramente mostrándose húmedos-. Bien, puede ser uno más…

La atrajo hacia él otra vez, sus labios buscando los de ella en otro beso notablemente cabal. Ella le devolvía el beso con el mismo sentimiento, y él débilmente se dio cuenta de que sus brazos se habían sujetado a su cuello. Una chispa diminuta de razón surgió, pero para permanecer activa debía separarse de ella nuevamente, así que se alejó.

– Ya basta, -él masculló, la reprimenda era para si mismo. Respirando fatigosamente la miró.

Un error garrafal. Otro momento fogoso de gran necesidad se meció a través de él al verla.

– ¿Por qué no te sientas sola por allí? -Dijo roncamente, agitando su mano en ninguna dirección particular.

Henry, que no sabía que el beso le había sacudido a él igual que a ella, tomó literalmente la dirección. Sus ojos siguieron la dirección de su brazo y dijo,

– ¿En la cama?

– ¡No! Quiero decir… -él se aclaró la voz-. Por favor no te sientes en la cama.

– Está bien, -ella dijo lentamente, mudándose a un sillón azul y blanco.

Dunford tuvo cuidado en no acercarse, caminó hacia la ventana, intentando darle su cuerpo tiempo para enfriarse. Ahora que estaba realmente aquí, en el cuarto de Henry a medianoche, no estaba seguro de hacer lo correcto. De hecho, quedó convencido que cometía un gran error. Originalmente había pensado llevar a Henry de picnic al día siguiente y declararse a ella entonces. Pero esta noche en la cena, se había dado cuenta de golpe que sus sentimientos por ella iban más allá del afecto y el deseo. La amaba.

No, acaba de amarla. Él la necesitaba. La necesitaba como necesitaba la comida y el agua, como las flores en Stannage Park necesitaban al sol. Sonrió torcidamente. Él la necesitaba como ella necesitaba a Stannage Park. Recordó cómo, una mañana mientras desayunaban en Cornualles, ella había estado contemplando fuera de la ventana con una expresión de éxtasis puro. Supuso que era como se veía el rostro de él cada vez que la miraba.

Y así es que mientras él estaba sentado allí, cenando en el comedor informal de Westonbirt, un pedazo de espárrago colgando de su tenedor, repentinamente se había vuelto imperativo decirle a ella todos su sentimientos esta noche. Estos sentimientos eran tan poderosos que dolía mantenerlos en secreto. Tener una cita secreta había parecido la única opción.

Él tenía que decirle cuánto la amaba, y con Dios como testigo, no iba a dejar este cuarto hasta que ella le dijera lo mismo.

– Henry. -Se dio la vuelta. Ella se ponía derecha muy derecha en su silla. Él se aclaró la voz y dijo otra vez-, Henry.

– ¿Sí?

– Probablemente no debería haber venido esta noche.

– No, -dijo ella, sonando como si ella no lo quisiese decir.

– Pero necesitaba verte a solas, y mañana parecía una eternidad.

Sus ojos se dilataron. Dunford normalmente no hablaba en esos términos tan dramáticos. Se veía muy agitado, casi nervioso, y definitivamente él no se ponía nervioso casi por nada. Abruptamente él acortó la distancia entre ellos, entonces se arrodilló en el suelo, a sus pies.

– Dunford, -ella forzó la voz, sin estar segura de lo que iba a pasar y qué tenia que hacer.

– Shhh, mi amor, -él le dijo. Y entonces se percató que era eso exactamente. Ella era su amor.

– Te amo, Henry, -él dijo, su voz como terciopelo áspero-. Te amo más de lo que nunca soñé que podría amar a una mujer. Amo que a ti te gusta todo en este mundo que pienses que todo es bello y bueno. Como las estrellas en el cielo, y cada hojita de hierba en Stannage Park. Te amo con todas tu facetas tan valiosa como un diamante y hasta te amo con Rufus incluido, y – "

– Oh, Dunford, -dijo ella precipitadamente-. Yo te amo también. Hace tanto tiempo. -Se deslizó al piso junto a él y asió sus manos con las suyas. Besó cada uno de sus dedos, y en ese momento se abrazaron-. Te amo tanto, -gimió otra vez-. Muchísimo. Tantísimo, y por mucho tiempo.

– He sido un idiota, -dijo él-. Debería haberme dado cuenta de qué tesoro eras desde el momento que te vi. He desperdiciado tanto tiempo.

– Sólo un mes, -ella dijo trémulamente.

– Parece que te esperado por siempre.

Ella se movió para sentarse sobre la alfombra, poniéndose junto a él.

– Ha sido el mes más feliz de mi vida.

– Espero hacer el resto de tu vida igual de feliz, mi amor. -Metió su mano en el bolsillo y sacó algo de él.

– ¿Te casarás conmigo?

Henry había sabido que él se declararía, había esperado que lo hiciera en una excursión campestre, pero todavía estaba nerviosa. Las lágrimas fluyeron de sus ojos, y sólo podía asentir con la cabeza, aparentemente había perdido el habla.

Dunford desenredó los dedos de su puño para revelar un sensacional anillo de diamantes, un set cortado en óvalo de piedra muy simplemente en una banda de oro.

– No podría hallar nada que rivalizara con el destello de tus ojos, -le dijo suavemente-. Esto fue lo mejor que pude encontrar.

– Es bello, -dijo ella cuando pudo respirar-. Nunca he poseído una joya así. -Lo miró ansiosamente-. ¿Realmente podemos permitirnos ese lujo?

Dunford dejó escapar una breve carcajada, divertido por su preocupación por sus finanzas; Obviamente ella no se había dado cuenta que aunque sin título, su familia era una las más ricas en Inglaterra. Él también, ridículamente, estaba satisfecho con la forma que ella había dicho, ¿Realmente podemos permitirnos ese lujo? Él subió su mano hasta sus labios, caballerosamente la besó, y dijo-: te informo, bribona, todavía tenemos bastante para comprar un nuevo rebaño de ovejas para Stannage Park si quieres.

– Pero varios de los pozos necesitan repararse, y la…

– Calla. -Él pellizcó sus labios cerrados-. No tienes que preocuparte por dinero nunca más.

– Nunca me preocupe de eso antes, -ella intentó decir mientras él todavía sujetaba su boca. Él suspiró y dejó que continuase-, soy simplemente frugal, eso es todo.

– Eso está bien. -Él inclinó su barbilla arriba con su dedo índice y colocó un beso dulce en sus labios-. Pero si mi esposa quiere ser un poco derrochadora de vez en cuando y comprarme un presente, no me quejare de ello.

Henry admiró el anillo que había deslizado en su dedo, un temblor de excitación apresurándose a través de ella cuando usó la palabra "esposa".

– "Ninguno," -ella se quejó, sintiéndose muy frívola y completamente femenina. Después de examinar el anillo de izquierda a derecha y mirarlo a la luz de las velas, se volvió a mirarlo y preguntó explícitamente-, ¿Cuándo podemos estar casados?