Su cuarto problema era obvio. A pesar de no querer admitirlo el nuevo Lord Stannage tenía razón sobre ese tema.
Apestaba.
Ni si quiera se molesto en encubrir un gemido, Henry regresó rápidamente a la casa y subió las escaleras para ir su cuarto y darse un baño.
Dunford siguió a la Sra. Simpson a la mejor habitación.
– Espero que encuentre esta habitación confortable, -decía-. Henry se ha esmerado en mantener la casa en las mejores condiciones y con todos los adelantos posibles.
– Ah, Henry, -él dijo enigmáticamente.
– Ella es nuestro Henry, si.
Dunford le sonrió, con otra de esas combinaciones devastadoras de sus labios y dientes que habían hecho sucumbir a las mujeres durante años.
– Simplemente ¿quién es Henry?
– ¿Usted no lo sabe?
Él se encogió de hombros y alzó sus cejas.
– Ella ha estado viviendo aquí muchos años, desde que sus padres murieron. Y ha dirigido la hacienda… déjeme recordar, al menos seis años, desde que Lady Stannage murió, Dios bendiga su corazón.
– ¿Dónde estaba Lord Stannage? -Dunford preguntó curiosamente. Mejor enterarse de todo lo más pronto como fuera posible. Él siempre había creído que nada podría armar a un hombre como una buena investigación.
– Llevando luto por Lady Stannage.
– ¿Seis años?
La Sra. Señora Simpson suspiró.
– Fueron muy devotos el uno para el otro.
– Déjeme asegurarme que entiendo bien la situación. Henry, er, la Srta. Barrett ha estado administrando Stannage Park ¿Durante seis años? Eso no podría ser posible. ¿Asumió el control de las riendas cuando tenía diez años de edad? ¿Cuántos años tiene?
– Veinte, milord.
– Veinte. Ciertamente no aparenta esa edad.
– Comprendo. ¿Y cuál es su relación con Lord Stannage?
– ¿Quién?, usted es el nuevo Lord Stannage ahora.
– El anterior Lord Stannage, digo, -contestó Dunford, cuidadoso de no mostrar su impaciencia.
– Una prima distante de su esposa. Ella no tenía otro lugar a donde ir, pobrecita.
– Ah. Que generosos fueron. Perfecto, muchas gracias por conducirme a mi recamara, Sra. Simpson. Pienso que dormiré una corta siesta y después me cambiaré de ropa para la cena. ¿Ustedes cenan temprano, como frecuentemente se hace en estas regiones?
– Es el campo, después de todo, -dijo ella con aprobación. Entonces recogió sus faldas y salió del cuarto.
Una pobre huérfana, pensó Dunford. Qué intrigante. Una pobre huérfana, que se vestía como un muchacho, apestaba, se exaltaba fácilmente, y tenía funcionando Stannage Park con las mejores comodidades, como cualquier casa de un noble londinense. Su tiempo en Cornualles ciertamente no sería aburrido.
Ahora, si sólo pudiese averiguar como se vería ella con un vestido.
Dos horas más tarde Dunford deseaba no habérselo preguntado. Las palabras no podrían describir como se veía la Srta. Henrietta Barrett con un vestido. Nunca antes había visto a una mujer que se viera tan mal -y había visto a muchas mujeres que no sabían elegir su vestuario.
Su traje de noche era un grotesco oscuro e irritante vestido color lavanda con muchos arcos y encajes. Además de su fealdad general, obviamente también era incómodo porque ella se deslizaba torpemente mientras estaba vestida así. Ya fuera eso o el vestido simplemente, no era su talla, lo cuál Dunford notó haciendo una inspección más cercana. El largo del vestido era muy corto para ella, el corpiño le apretaba un poco, y si él lo hubiera examinado mejor habría visto un pequeño desgarro del encaje en la manga derecha.
Caramba, la observó mejor, juraría que el vestido estaba roto.
Cuando la Srta. Henrietta Barrett caminó hacia él, sintió explícitamente la incomodidad y el miedo en su semblante.
Aparte del recelo en su rostro su cabello se veía más brillante y despedía un agradable olor a limones.
– Buenas noches, Su Señoría, -dijo ella cuando lo encontró en la sala, antes de pasar al comedor-. Confío que se estableció cómodamente en sus nuevas habitaciones.
Él se inclinó graciosamente ante ella.
– Perfectamente, señorita Barrett. Permítame alabarle nuevamente por el ejemplar manejo de la casa y la hacienda.
– Llámeme a Henry, -le dijo automáticamente.
– Todo el mundo hace, -él terminó por ella.
A pesar de sí misma, Henry sintió una risa brotando de su interior. Dios mío, ella nunca había pensado en perder la razón y el dominio de sí misma por un hombre hasta que le conoció a él. Eso sería un desastre.
– ¿Puedo escoltarla adentro para cenar? -Dunford inquirió atentamente, ofreciéndole a ella su brazo.
Henry colocó la mano en su codo y dejo que la condujese al comedor, decidiéndose que no le haría daño pasar una noche agradable en la compañía de ese hombre -Aunque ella misma tendría que recordarse más tarde que era su enemigo. Después de todo, quería tranquilizarlo, esos eran los motivos que la habían impulsado a ofrecerle su amistad y amabilidad. ¿Era correcto lo que hacía? El Sr. Dunford no tenía la apariencia de ser un tonto, y tenía la pequeña impresión de que si sospechase que ella quería deshacerse de él, se requeriría a la mitad del ejército de Su Majestad para echarle de Cornualles. No, el mejor plan del que disponía era simplemente hacerle llegar a la conclusión que la vida en Stannage Park no era un paseo, nada agradable.
Además, ningún hombre hasta ese momento le había ofrecido a ella su brazo. Los pantalones y el carácter de Henry les asustaba. Y a pesar de si misma él la hacía sentirse muy femenina, para poder resistir a ese gesto cordial.
– ¿Disfruta de estar aquí, Su Señoría? -Le preguntó una vez que estuvieron sentados.
– Mucho, Aunque sólo he estado algunas horas. -Dunford sumergió su cuchara en su consomé de carne y bebió un sorbo-. Delicioso.
– Mmm, sí. La señora Simpson es un tesoro. No sé lo que haríamos sin ella.
– Pensé que la Sra. Simpson era el ama de llaves.
Henry, sintiendo la oportunidad de llevar al cabo su plan, intentó poner en su cara una máscara de inocencia fervorosa.
– Oh, tiene esa función, pero a menudo cocina también. No tenemos mucho personal aquí, en caso que usted no se hubiera fijado. -Sonrió, estaba casi segura que él se había fijado-. Más de la mitad de los sirvientes que se presentaron frente a usted esta tarde en verdad trabajan fuera de la casa, en los establos y el huerto y en actividades semejantes.
– ¿Y eso a qué se debe?
– Supongo que debemos intentar contratar a algunos sirvientes más, pero pueden ser terriblemente caros, usted sabe.
– No, -dijo él suavemente-, no lo se.
– ¿No lo sabe? -preguntó Henry, mientras su cerebro funcionaba muy, muy de prisa-. Eso debe ser porque usted nunca ha tenido que manejar una hacienda y una casa como esta.
– No una tan grande como ésta.
– Eso debe ser eso, entonces, -dijo ella-, si usted quiere contratar a más personal para que trabajen a veces en tareas insignificantes, tendríamos que hacer un recorte en otras áreas.
– ¿Tendríamos? -Una esquina de la boca de Dunford se inclino convirtiéndose en una perezosa sonrisa mientras tomaba un poco de vino.
– Sí. Tendríamos. En el estado actual de la hacienda, en realidad no tenemos el presupuesto para comida que deberíamos tener.
– ¿Realmente? Encuentro esta comida deliciosa.
– Bien, por supuesto, -Henry dijo fuertemente. Trató de suavizar su voz mientras decía-: Queríamos que su primera noche aquí fuera especial.
– Qué considerado de su parte.
Henry tragó un poco asustada. Él parecía tener la cualidad de leer todos sus pensamientos.