Él llevó su cara a sus manos y la besó otra vez.
– Creo que tu encanto y sinceridad es lo mejor que tienes, amor.
– ¿Qué? -Ella preguntó, no importándole las palabras cariñosas y halagos que le decía.
– Eres completamente honesta, sin hipocresías y tapujos, y refrescantemente directa.
– ¿Todas buenas cualidades, espero"?
– Por supuesto, bribona, aunque supongo que pudiste haber sido un poco más sincera conmigo cuando llegué a Stannage Park. Podríamos haber podido aclarar todo ese desorden sin aventurarnos a entrar en la porqueriza.
Henry sonrió.
– ¿Pero cuándo podemos estar casados?
– Pienso que en dos meses, -dijo él, las palabras enviando una ola atormentadora de a frustración a su cuerpo.
– ¿Dos meses?
– Tengo miedo por ti, mi amor.
– ¿Estás demente?
– Aparentemente, pues muy probablemente padeceré por quererte durante ese tiempo.
– ¿Entonces por qué no obtienes una licencia especial y nos casamos la semana próxima? No puede ser muy difícil obtener una. Emma dijo que ella y Alex se casaron por una licencia especial. -Hizo una pausa y frunció el ceño-. Ahora que pienso acerca de eso, Belle Y John también lo hicieron.
– No quiero que sufras cualquier murmuración sobre tu precipitado matrimonio, -él dijo secamente.
– ¡Sufriré mucho más si no puedo estar contigo! -dijo, un poco molesta.
Otra ola de deseo pulsó a través de su cuerpo. No pensaba que ella había querido decir la palabra "estar contigo" en el sentido carnal, pero le enardeció no obstante. Controlándose y hablando duramente, le dijo:
– Habrá chismes porque soy tu tutor. No quiero empeorar la situación para que se descubra que estuvimos solos más de una semana en Cornualles.
– No pensé que a ti te preocuparan los chimes y las criticas de la nobleza.
– Me preocupas tú, Bribona. No quiero verte sufrir.
– No lo haré. Lo prometo. ¿Un mes?
– No hay nada que yo más quiera que casarme contigo en una semana, pero estoy tratando de ser adulto al respecto. Seis semanas.
– Cinco.
– Está bien, -él dijo, cediendo fácilmente porque su corazón estaba a su lado aunque su mente no.
– Cinco semanas, -dijo ella, no sonando terriblemente contenta con su victoria-, es tanto tiempo.
– No bribona, no es tanto tiempo. Tendrás un montón de cosas para mantenerte ocupada.
– ¿Tendré?
– Caroline querrá ayudarte a comprar tu ajuar, y creo que Belle y Emma querrán participar también.
– Si estoy en lo cierto mi madre también querrá ayudar, pero esta de vacaciones en el Continente.
– ¿Tienes una madre?
Él alzo el una ceja.
– ¿Como piensas que nací, crees que soy de origen divino? Mi padre era un hombre notable, pero incluso él no podía ser tan talentoso.
Henry arrugó la cara para mostrarle que su pregunta era seria.
– Tú nunca la mencionas. Raras veces mencionas a tus padres, eso es todo.
– No veo mucho a mi madre ahora que mi padre ha fallecido. Ella prefiere los climas más cálidos del Mediterráneo.
Un momento de silencio incomodo surgió entre ellos cuando Henry, repentinamente, se percató que estaba sentada sobre el suelo de su dormitorio en su bata de dormir, en la compañía de un hombre de forma disoluta viril, que no exhibía intenciones de dejar en cualquier momento su cuarto.
Y lo más abrumador era que no se sentía incómoda por ello. Suspiró, al pensar que debía tener alma de una mujer de la vida.
– ¿Qué ocurre, cariño? -murmuró Dunford, tocando su mejilla.
– Acabo de pensar que debo pedirte que te marches, -ella susurró.
– ¿Debes?
Ella asintió con la cabeza.
– Pero no quiero.
Él respiro lastimeramente.
– Algunas veces pienso que no sabes lo que dices.
Ella colocó su mano en la de él.
– Si que lo sé.
Él tuvo la impresión de ser un hombre inducido a la tortura. Se inclinó hacia adelante, con la seguridad de que así sólo podría acabar en una bañera muy fría y solitaria pero incapaz de resistir la tentación de algunos besos robados. Él contorneó sus labios con su lengua, saboreando el dulce sabor de ella.
– Eres tan hermosa, -se quejó-. Exactamente como siempre quise.
– ¿Exactamente qué quieres? -Ella hizo eco con una risa temblorosa.
– Mmm-hmm. -Él deslizó su mano dentro de su bata de dormir y la dejó descansar sobre su seno, cubierta con su camisón de algodón-. Detener el tiempo.
Henry dejó su cabeza caer hacia atrás para que sus labios le besaran la línea de su garganta. El calor de él pareció estar en todos sitios, y estaba indefensa en contra de esta acometida de sus sentidos. Su aliento se volvió irregular y se detuvo totalmente cuando él masajeo su seno, apretando suavemente su pezón.
– Oh, Dios mío, Dunford, -ella se quedó sin aliento, luchando por tomar aire-, oh, mi Dios.
Su otra mano se deslizó hacia abajo hasta que ahuecó con suavidad su firme y redondeado trasero.
– Esto no es suficientemente, -él dijo ferozmente-. Válgame Dios, esto no es suficiente. -Abrazándola fuertemente contra su erección, él la bajó, colocándola sobre la alfombra. En la oscilante luz de las velas su pelo castaño pareció centellear y transformar en oro su suaves rizos. Sus ojos eran plata derretida, lánguidos y drogados con deseo. Le llamaban a…
Abrir con su mano los pliegues sedosos de su túnica y tirarla al suelo. Su camisón era de algodón blanco, sin mangas pero casi virginal. El pensamiento corrió a velocidad a través de su mente, que él era el primer hombre que alguna vez la vería así. Y el único hombre que alguna vez la haría suya. Nunca soñó que él podría sentirse así de posesivo, sólo con verla y percibir el olor de su cuerpo virgen. Un instinto primitivo y abrasador le hizo querer tenerla para él.
Quería poseerla, devorarla.
– Dios mío ayúdame, -quería guardarla bajo llave donde ningún otro hombre la podría ver.
Henry clavó los ojos en su cara, para observarle convertirse en una máscara de emoción penetrante.
– ¿Dunford? -dijo con indecisión-, ¿qué pasa?
Él la contempló un momento, intentando aprender de memoria sus características, directamente hacia la diminuta marca de nacimiento en su oreja derecha.
– Nada, -finalmente dijo-. Es simplemente…
– ¿Simplemente qué?
Él dejó salir una risa ronca, humilde.
– Es simplemente… las cosas que me haces sentir -levantó la mano de ella y la colocó encima de su corazón, para que sintiera su latidos-. Es tan fuerte… que me asusta.
La respiración de Henry se encogió en su garganta. Nunca había soñado que él podría asustarse de algo. Sus ojos se consumían en una intensidad poco familiar, y salvajemente se preguntó si ella se veía de la misma manera. Agarró su mano, subiendo sus dedos a su cara, y cariñosamente los besó.
Él gruñó de placer y atrapó su mano, encarcelándola en su boca. Besó las puntas de sus dedos, sin permanecer mucho tiempo sobre cada uno como si fuera un dulce delicioso. Luego regresó a su dedo índice, lamiéndolo en círculos perezosos con su lengua.
– Dunford, -ella se quedó sin aliento, apenas capaz de pensar mientras él le seguía besando los dedos.
Él tomó su dedo más allá en su boca, chupeteo amablemente como él corrió su lengua sobre su uña.
– Has estado lavándote la cabeza, -él dijo suavemente.
– ¿Cómo lo supiste?
Él chupó otra vez amablemente antes de contestar.
– Sabes a limón.
– Tienen un limonero aquí, -ella dijo, apenas reconociendo su voz-. Y Emma dijo que podría…
– ¿Hen?
– ¿Qué?
Él sonrió, lenta y perezosamente.