– No quiero saber del árbol de limón de Emma.
– No pensé que quisieras hacerlo, -ella dijo en silencio.
Él se bajó algunas pulgadas.
– Lo que yo que quiero hacer es besarte.
Ella no se movió, no podría moverse, así también podría fascinarse viendo la luz salir de sus ojos.
– Y pienso que tú quieres que te bese, también.
Trémulamente, ella asintió con la cabeza.
Él cerró la distancia entre ellos hasta que sus labios estuvieron posados amablemente en contra de la de ella. Él hizo un reconocimiento de ella lentamente y recorrió su boca, sin exigir nada que ella no estuviera preparada para darle. Henry sentía un hormigueo en su cuerpo entero. Cada pulgada suya sentía calor y deseo. Sus labios se entreabrieron ligeramente, y un gemido suave salió.
El cambio en Dunford fue instantáneo. Ese sonido diminuto, ese gimoteo de deseo provocó algo intenso y desesperado dentro de él, y se convirtió en un agresor feroz, marcando su cuerpo con el suyo. Sus manos estaban en todo lugar, explorando la curva suave de su cintura, corriendo de arriba abajo por la longitud suave de sus piernas, hundiéndose en la masa pesada de su pelo. Expresó con gemidos su nombre repetidas veces, casi como una letanía de deseo. Estaba como si se ahogaba; Aferrarse a ella fue su única manera de mantenerse a flote.
Y de nuevo, otra vez, no fue suficiente. Sus dedos, sorprendentemente ágiles, deslizaron los botones del camisón, dejado libre de la bata blanca de algodón del cuerpo de ella.
Él se quedo sin aliento.
– Dios mío, Henry, -susurró respetuosamente-. Eres bellísima.
Sus manos se movieron por reflejo para taparse, pero él las mantuvo alejadas, diciendo,
– No lo hagas. Eres perfecta.
Henry yació semidesnuda, todavía incómoda bajo su mirada fija inquebrantable. Se sintió demasiado desnuda y dijo:
– Yo no puedo," dijo ella finalmente, intentando ponerse de nuevo su camisón.El se lo quito totalmente.
– Sí puedes -él se quejó dándose cuenta de su incomodidad, pero lo que más le afectó fue su vulnerabilidad que el miedo de su intimidad.
– Tú puedes. -Cubrió uno de sus pechos con su mano grande, derivando una cantidad desmesurada de placer acariciando su pezón arrugado debajo de su toque.
Él se apoyó abajo, a duras penas percibiendo la expresión incrédula en su cara cuando se llevo el pezón a su boca. Ella se quedó sin aliento y corcoveó debajo de él. Sus manos intentaron agarrarse de su cabeza, y él tuvo el sentimiento que ella no estaba segura de si estaba tratando de acercarlo o apartarlo a la fuerza. Él le beso la piel arrugada del pezón mientras su lengua corría alrededor de su perímetro así como sus manos apretaban la redondez delicada de sus pechos.
Henry no estaba segura de si estaba muerta o viva. En particular no se sintió como si estuviera muerta, pero nunca había estado muerta antes, ¿Cómo sabría ella? Y ciertamente nunca había experimentado tales sentimientos intensos mientras vivía.
Dunford levantó la cabeza y miró con atención su cara.
– ¿Qué estás pensando? -le preguntó con voz ronca, divertida y curiosa acerca de la expresión extraña en su cara.
– No lo creerías, -dijo ella riendo temblorosamente.
Él sonrió, con decisión, más bien continuaría acariciándola antes que proseguir con el tema. Con un gruñido muy contento, movió su cabeza a su otro seno y empezó a besarlo hasta que su pezón se puso erecto.
– Te gusta esto, ¿verdad? -Él se quejó, oyendo sus pequeños quejidos de placer. Sintiendo un puro y abrumador afecto hacia ella, él se movió para que sus rostros queden frente a frente y le acaricio la nariz con la suya-. ¿ Me acordé de decirte en los últimos cinco minutos que te amo?
Incapaz de suprimir una sonrisa, ella negó con la cabeza.
– Te amo.
– Te amo, también, pero… -Sus palabras se desvanecieron, y ella se sintió avergonzada.
– ¿Pero qué? -Él tocó su mejilla, moviéndole la cara ligeramente, a fin de que ella no pudiese evitar mirarlo.
– Acabo de preguntarme… Es decir… -Ella se detuvo y se mordió los labios antes de continuar con-: sólo quiero saber si hay algo que pueda hacer, es decir…
– Dilo, bribona.
– Cualquier cosa que pueda hacer para darte placer, -ella terminó, cerró los ojos mientras hablaba porque él no la dejaba apartarse de su mirada.
Su mente se cerró herméticamente. Sus palabras tímidas, inexpertas, despertaron su deseo como nada que él pudo haber imaginado.
– No me darás placer, -Él dijo roncamente. En su mirada vio rechazo, él continuó-. Más tarde, sin embargo. Definitivamente más tarde.
Ella asintió con la cabeza, pareciéndole entender.
– ¿Entonces me besaras otra vez? -Ella susurró.
Ella estaba desnuda, se sonrojó con deseo, y bajo el control de él, y él estaba perdido por ella. Ni a bala él podía negarle su petición. La besó otra vez con toda la emoción pulsando a través de su alma, una mano afectuosamente le acariciaba sus pechos y la otra le acariciaba su cabello. Él la besó interminablemente, apenas capaz de creer que un par de labios podrían ser tan fascinantes, él no necesitó regresar a su cuello o sus orejas o sus pechos.
Pero sus manos eran otro historia la una le acuciaba lo senos y la otra se perdía en su espalda, podía sentirlo y eso provocaba en ella un punzada en su vientre en la mata de rizos en el centro de su feminidad que se mojaba poco a poco; Él ya la había calentado en su mayor parte acariciando sus senos.
– Shhh, mi amor, -él susurró-. Sólo quiero tocarte. Dios mío, necesito tocarte.
En Henry se originó una emoción muy grande al oír en su voz la necesidad; Sintió la misma pasión fluyendo a través de su cuerpo. Se decía a sí misma que necesitaba relajarse cuando él alzó su cabeza, miró profundamente y perdidamente hacia sus ojos, y ella dijo,
– ¿Igual que yo?
Su voz estaba tan llena de padecimiento, de sencillez y completo respeto que ella pensó podría destrozarse anímicamente. A sacudidas asintió con la cabeza, pensando que eso, que sentía era agradable. Estaba con Dunford, y él nunca haría nada para lastimarla. Sería cariñoso. Sería agradable.
Estaba equivocada.
Casi gritó de los espasmos de placer que sintió como un relámpago por su caricia.
– Oh Dios mío, -se quedó sin aliento. “Agradable” no era la palabra que podía describir lo que él le estaba haciendo a ella. Era demasiado bueno, más de la cuenta. Su cuerpo no podría tolerar tanto placer. Comenzó a pensar que ella seguramente explotaría si él continuaba esta dulce tortura.
Dunford se rió ahogadamente mientras la acariciaba.
– Tú vas a conseguir que se queme la alfombra, – bromeó él.
Henry le miró inexpresivamente, su cerebro estaba tan nublado de pasión que requirió algunos momentos para procesar sus palabras. Él se rió otra vez, la cargó en sus brazos y la llevo a la lujosa cama.
– Sé que dije que la cama sería un “error garrafal”, -se quejó-, ¿pero no quieres rasparte y lastimarte el trasero, verdad?
Ella se sintió hundirse en la cama, y ya él estaba encima de ella otra vez, su calor abrasándole la piel. Su mano inmediatamente estuvo en el centro de su feminidad, donde él la acarició, empujándola más allá, y aún más allá, hacia el olvido. Él deslizó su dedo dentro de ella, su pulgar continuando dándole placer al sensibilizado botón de carne. Un golpecito de acá para allá, de acá para allá…
– Dunford, -Henry se quedó sin aliento-. Yo… tú…
Su peso la presionaba contra el colchón. Él estaba duro y ardiente, y ella no podía controlar su cuerpo con las piernas envueltas alrededor de él.
– Dios mío, Henry, -él gimió-. Estás tan mojada, lista para mi. Sabes… no quería… nunca intenté…
Henry estaba más allá de importarle lo que él había pretendido. Todo lo que ella quiso fue al hombre que la tenia entre sus brazos – el hombre que amaba. Y deseaba todo de él. Ella presionó sus caderas hacia arriba, poniendo en la cuna a su dureza insistente.