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– A partir de mañana, -dijo, asombrada de que su voz no temblara-, tendremos que volver a nuestro menú normal.

– ¿Cuál es? -Él aguijoneó.

– Oh, esto y aquello, -ella dijo, moviendo su manos nerviosamente para no delatarse mientras mentía-. Casi siempre es mucha carne de cordero. Comemos a las ovejas una vez que su lana ya no es buena.

– No era consciente que la lana se descomponía.

– Oh, pero lo hace. -Henry sonrió sigilosamente, preguntándose si él podría distinguir que ella mentía más que un embaucador-. Cuando las ovejas envejecen, su lana llega a convertirse… Correosa, no podemos obtener un buen de ella. Así es que destinamos a los animales para comida.

– Carne de cordero.

– Sí. Hervido.

– Es asombroso que usted no este más delgada.

Reflexivamente, Henry miró hacia su persona. ¿Pensaba él que ella era flaca y huesuda? Sintió un tipo extraño de achaque, casi de gusto a su pesar, y después lo rechazó-. No escatimamos en la comida, -pronunció, renuentemente al pensar en dejar de comer sus huevos y embutido favoritos-. Después de todo, uno necesita la nutrición correcta sin pasar hambre, Aunque con comidas sencillas. Ya que necesitamos nuestra fuerza aquí en Stannage Park, debido a todas las tareas.

– Por supuesto.

– Así que tomamos un buen desayuno, -Henry dijo, mientras empezaba a pensar en más mentiras-, seguida por gachas de avena para el almuerzo.

– ¿Gachas de avena? -Dunford casi se atragantó con la palabra.

– Sí. Usted desarrollará el gusto hacia ellas. No hay cuidado. Y la cena es usualmente sopa, pan, y carne de cordero, si tenemos alguna oveja.

– ¿Si tenemos alguna oveja?

– Pues bien, no matamos todos los días una de nuestras ovejas. Tenemos que esperar a que sean viejas. Obtenemos un buen precio por la lana.

– Estoy seguro que la buena gente de Cornualles está agradecida con usted por arroparlos.

Henry trato de poner su en rostro una máscara perfecta de inocencia para responder tajantemente.

– Estoy segura que la mayor parte de ellos no saben de dónde viene la lana para sus prendas de vestir.

Él clavó los ojos en ella, obviamente intentando percibir si era tan ingenua para creer que él no se daba cuenta de sus mentiras.

Henry, incómoda con el repentino silencio, dijo,

– Esa es la razón por la que comemos carne de cordero. Algunas veces.

– Entiendo.

Henry intentó evaluar su tono evasivo pero se encontró con que no podía leer sus pensamientos. Ella caminaba por una cuerda floja y ambos lo sabían. Por un lado quería mostrarle lo adversa que podía ser la vida rural en especial en su hacienda. Por otra parte, si le mostraba que la vida en Stannage Park podía ser una pesadilla, él pensaría que estaba mal administrada, podría destruir todo su trabajo ¿cuál sería un desastre? Frunció el ceño. Él no la podría despedir, ¿verdad? ¿Podría deshacerse alguien de la hacienda?

– ¿Por qué tiene la cara tan larga, Henry?

– Oh, no es nada, -contestó rápidamente-. Estaba haciendo un poquito de cuentas en mi cabeza. Siempre frunzo el ceño cuando hago cuentas.

Ella realmente me esta mintiendo, pensó Dunford. Está rezando para que no me de cuenta,

– ¿En qué ecuaciones estaba concentrada?

– Oh, los alquileres y los cultivos, esa clases de cosas. Stannage Park es una granja en perfectas condiciones, cada uno de los que estamos en ella cumple una función, usted sabe. Todos nosotros trabajamos muy duro en ella.

Repentinamente la larga explicación acerca de comida cobró significado nuevo. ¿Ella estaba tratando de ahuyentarle?

– No, no lo sabía.

– Oh, sí. Tenemos un gran número de inquilinos, pero también tenemos a las personas que trabajan directamente para nosotros, cosechando cultivos y criando ganado y cosas semejantes. Es un montón de trabajo.

Dunford sonrió sigilosamente. Ella esta tratando de ahuyentarle. ¿Por qué? Iba encontrar su corta estadía allí muy interesante gracias a esa extraña mujer. Si ella quería una guerra, él estaría encantado de complacerla, de la misma forma dulce e inocentemente en que ella disfrazaba sus ataques.

Inclinándose hacia adelante, se dispuso a conquistar a la Srta. Henrietta Barrett de la misma manera que había conquistado a todas las mujeres de Gran Bretaña que había conocido. Simplemente siendo él mismo. Comenzó con otra de esas sonrisas devastadoras.

Henry no tenía ninguna posibilidad.

Ella pensó que estaba hecha de piedra, siempre enfrentada al trabajo. Aún logró decírselo a sí misma, " estoy hecha de piedra," pero la fuerza de su encanto la inundó. Obviamente no era tan dura como imaginaba porque su estómago dio un salto mortal, aterrizó en alguna parte de alrededor de su corazón, y para su horror absoluto, se oyó a sí misma suspirar, cuando el volvió a sonreírle.

– Cuénteme sobre usted, Henry, -dijo Dunford.

Ella parpadeó, como si repentinamente despertarse de un sueño más bien lánguido.

– ¿De mí? No hay mucho que contar, me temo. Mi vida es muy aburrida.

– Más bien dudo de eso, Henry. Usted es una mujer poco común.

– ¿Poco corriente? ¿Yo? -La última palabra salió como un chirrido.

– Bien, veamos. Obviamente viste generalmente pantalones más de lo que lleva vestidos, porque nunca he visto a una mujer que se sienta más incomoda en un traje de noche, que usted esta noche…

Ella sabía que era la verdad, pero era increíble cuánto la lastimó oírle decirlo.

– Por supuesto, sólo podría ser que el traje de noche le apriete un poco, o que el material le produzca picar…

A ella se le iluminó un poco el rostro. El vestido era de hace cuatro años, y había crecido considerablemente durante ese período.

Dunford extendió su mano derecha a la de ella a medida que contaba sus rarezas. El dedo índice se extendió hacia el suyo para señalar, mientras decía:

– Usted ha administrado sin ninguna ayuda esta hacienda, convirtiéndola en un negocio provechoso y aparentemente lo ha hecho desde muy joven. Por lo que sé lo ha hecho durante seis años.

Henry tragó y silenciosamente tomó su sopa y miró como otro de sus dedos se acercaba a ella.

– Sin ningún temor a ser mordida se acercó y controló al animal más inmenso de la variedad porcina que alguna vez he visto, la mayoría de mujeres que conozco se desmayaría sólo con ver a esa bestia mientras usted hasta se tutea con él.

Henry frunció el ceño, todo lo que él le decía era verdad pero no sabía como interpretar sus palabras. Otro dedo tocó uno de los suyos. Henry se sonrojó por todos los cumplidos que recibía, sin dejar de preguntarse por que él le tomaba su mano.

– Y finalmente… -Él alargó su pulgar-… responde al nombre improbable de Henry.

Ella sonrió débilmente.

Él miró hacia abajo a su mano, extendida encima de la de ella como si fuera una estrella de mar y la retiró.

– Si eso no le hace una mujer increíble, en realidad no sé qué otra cosa lo haría.

– Bien, -comenzó ella con vacilación-, quizá soy un pequeño fenómeno hombruno.

– Oh, no se llame a usted misma fenómeno, Henry. Aunque otros lo hagan deje de juzgarse a sí misma. Usted es original, es valiosa, pare de menospreciarse así.

A Henry realmente le agradó la forma en que la trataba. “Le gusto a alguien”.

– Su nombre es Porkus.

– ¿Discúlpeme?

– El cerdo. Me tuteo con él. -Ella sonrió tímidamente-. Su nombre es Porkus.

Dunford inclinó hacia atrás su cabeza y se rió.

– Oh, Henry, -se quedó sin aliento-. Usted es un tesoro.

– Tomaré eso como un cumplido, pienso.

– Por favor, hágalo.

Ella tomó un sorbo de su vino, sin percatarse que ya había bebido más de lo ordinario. El lacayo diligentemente le servía conforme bebía.