LA VERDAD: ¿RELATIVA O ABSOLUTA?
Más allá del ámbito de los hechos simples y verificables, la certeza de que "yo tengo la razón y los demás están equivocados" es peligrosa en las relaciones personales y también en las relaciones entre las naciones, las tribus, las religiones y demás.
Pero si la idea de que "yo tengo la razón y los demás están equivocados" es uno de los medios de los que se vale el ego para fortalecerse, si considerar que tenemos la razón atribuyendo a otros el error es una disfunción mental que perpetúa la separación y el conflicto entre los seres humanos, ¿quiere decir entonces que no se puede hablar de creencias, comportamientos o actos buenos y malos? ¿Y no sería ése el relativismo moral al cual algunas enseñanzas cristianas consideran el gran mal de nuestro tiempo?
Claro está que la historia del cristianismo es un ejemplo de cómo la idea de ser los únicos poseedores de la verdad, es decir, los únicos en tener la razón, puede corromper los actos y el comportamiento hasta el punto de la locura. Durante siglos se pensó que estaba bien torturar y quemar vivas a las personas cuyas opiniones se apartaban aunque fuera ligeramente de la doctrina de la Iglesia o de las interpretaciones miopes de las Escrituras ("la Verdad") porque las víctimas estaban en "el error". Era tan grande su error que debían perecer. La Verdad adquiría preeminencia sobre la vida humana. ¿Y cuál era esa Verdad? Una historia en la cual había que creer, es decir, un paquete de pensamientos.
Entre el millón de personas a quienes el dictador orate de Cambodia Pol Pot ordenó asesinar estaban todas aquellas que utilizaban anteojos. ¿Por qué? Porque para él, la interpretación marxista de la historia era la verdad absoluta y, según su versión, los usuarios de anteojos pertenecían a la clase culta, a la burguesía, a los explotadores de los campesinos. Debían ser eliminados para dejar libre el camino hacia un nuevo orden social. Su verdad también era solamente un paquete de pensamientos.
La Iglesia católica y otras iglesias en realidad están en lo cierto cuando identifican el relativismo, la idea de que no hay una verdad para guiar la conducta humana, como uno de los males de nuestro tiempo. El problema es que no se puede encontrar la verdad absoluta donde no está: en las doctrinas, las ideologías, las normas o los relatos. ¿Qué tienen todos ellos en común? Están hechos de pensamientos. En el mejor de los casos, el pensamiento apenas puede señalar la verdad, pero nunca es la verdad. Es por eso que los budistas dicen que "El dedo que señala a la luna no es la luna". Todas las religiones son igualmente falsas e igualmente verdaderas, dependiendo de cómo se las utilice. Se las puede utilizar al servicio del ego o al servicio de la Verdad. Si creemos que solamente la nuestra es la religión verdadera, la estamos usando a favor del ego. Utilizada de esa manera, la religión se convierte en una ideología, crea un sentido ilusorio de superioridad y siembra la división y la discordia entre la gente. Cuando están al servicio de la Verdad, las enseñanzas religiosas representan señales o mapas del camino dejadas por los seres iluminados para ayudarnos en nuestro despertar espiritual, es decir, para liberarnos de la identificación con la forma.
Solamente hay una Verdad absoluta de la cual emanan todas las demás verdades. Cuando hallamos esa Verdad, nuestros actos ocurren en armonía con ella. Los actos humanos pueden reflejar la Verdad o la ilusión. ¿Puede la Verdad ponerse en palabras? Sí, pero las palabras no son la Verdad. Sólo apuntan a ella.
La verdad es inseparable de nosotros mismos. Sí, usted es la Verdad. Si la buscamos en otra parte, sólo encontrará desilusión.
Ese Ser que somos cada uno de nosotros es la Verdad. Jesús trató de comunicarla cuando dijo, "Soy el camino, la verdad y la vida".2 Estas palabras de Jesús apuntan poderosa y directamente a la Verdad, cuando las interpretamos correctamente. Sin embargo, si las interpretamos equivocadamente, se convierten en un gran obstáculo. Jesús habla de ese "Yo Soy" más profundo, de la identidad esencial de cada hombre y de cada mujer, de todas las formas de vida en realidad. Se refiere a la vida que somos. Algunos místicos cristianos han hablado del Cristo interior; los budistas hablan de nuestra naturaleza de Buda; para los hindúes es atman, el Dios que mora en nosotros. Cuando estamos en contacto con esa dimensión interior (y estar en contacto es nuestro estado natural, no un logro milagroso) todos nuestros actos y relaciones reflejan la unicidad con toda la vida que intuimos en el fondo de nuestro ser. Ese es el amor. Las leyes, los mandamientos, las reglas y las normas son necesarias para quienes están separados de su esencia, de la Verdad que mora en ellos. Sirven para prevenir los peores excesos del ego y a veces ni siquiera eso logran. San Agustín dijo, "Ama y haz tu voluntad". No hay palabras que se acerquen más a la Verdad que esas.
EL EGO NO ES PERSONAL
A nivel colectivo, la idea de que "Tenemos la razón y los otros están equivocados" está arraigada profundamente en particular en aquellas zonas del mundo donde el conflicto entre las naciones, las razas, las tribus, las religiones o las ideologías viene desde tiempo atrás, es extremo y endémico. Las dos partes del conflicto están igualmente identificadas con su propio punto de vista, su propio "relato", es decir, identificadas con el pensamiento. Ambas son igualmente incapaces de ver que puede haber otro punto de vista, otra historia de igual validez. El autor israelita Y. Halevi, habla de la posibilidad de "acomodar una narrativa en competencia"3, pero en muchas partes del mundo la gente todavía no puede ni quiere hacerlo. Ambas partes se creen poseedoras de la verdad. Las dos se consideran víctimas y ven en la "otra" la encarnación del mal. Y como han conceptualizado y deshumanizado a la otra parte al considerarla enemiga, pueden matar e infligir toda clase de violencia recíproca, hasta en contra de los niños, sin sentir su humanidad y su sufrimiento. Quedan atrapadas en una espiral demente de acción y reacción, castigo y retaliación.
Es obvio entonces que el ego, en su aspecto colectivo del "nosotros" contra "ellos" es todavía más demente que el "yo", el ego individual, si bien el mecanismo es el mismo. La mayor parte de la violencia que los seres humanos nos hemos infligido a nosotros mismos no ha sido producto de los delincuentes ni de los locos, sino de los ciudadanos normales y respetables que están al servicio del ego colectivo. Podemos llegar incluso a decir que, en este planeta, "normal" es sinónimo de demente. ¿Cuál es la raíz de esa locura? La identificación total con el pensamiento y la emoción, es decir, con el ego.
La codicia, el egoísmo, la explotación, la crueldad y la violencia continúan reinando en este planeta. Cuando no los reconocemos como manifestaciones individuales y colectivas de una disfunción de base o de una enfermedad mental, caemos en el error de personalizarlos. Construimos una identidad conceptual para un individuo o un grupo y decimos: "Así es como es. Así es como son". Cuando confundimos el ego que percibimos en otros con su identidad, es porque nuestro propio ego utiliza esta percepción errada para fortalecerse considerando que tiene la razón y, por ende, es superior, y reaccionando con indignación, condenación o hasta ira contra el supuesto enemigo. Todo esto es una fuente de satisfacción enorme para el ego. Refuerza la sensación de separación entre nosotros y los demás, cuya "diferencia" se amplifica hasta tal punto que ya no es posible sentir la humanidad común ni la fuente común de la que emana la Vida que compartimos con todos los seres, nuestra divinidad común.