Entonces podremos disfrutar y honrar las cosas de este mundo sin atribuirles la importancia y el peso que no tienen. Podremos participar en la danza de la creación y llevar una vida activa sin apegarnos a los resultados y sin imponer exigencias exageradas al mundo: lléname, hazme feliz, hazme sentir seguro, dime quién soy. El mundo no puede darnos esas cosas, y cuando nos despojamos de esas expectativas desaparece todo el sufrimiento creado por nosotros mismos. Todo ese sufrimiento se debe a que le hemos dado un valor exagerado a la forma y al hecho de no tener conciencia de la dimensión del espacio interior. Cuando esa dimensión se manifiesta en nuestra vida podemos disfrutar las cosas, las experiencias y los placeres de los sentidos sin perdernos en ellos, sin apegarnos a ellos, es decir, sin volvernos adictos al mundo.
Esto también pasará es la frase que nos muestra la realidad. Al señalar la temporalidad de todas las formas, señala, por ende, hacia lo eterno. Solamente lo eterno de nosotros puede reconocer la temporalidad de lo temporal.
Cuando se pierde la dimensión del espacio o cuando no la reconocemos, las cosas del mundo adquieren una importancia absoluta, una seriedad y un peso que realmente no tienen. Cuando no vemos el mundo desde la perspectiva de lo informe, se convierte en un lugar amenazador y, en últimas, en un lugar de desesperación. El profeta del Antiguo Testamento debió sentirlo así cuando escribió, "se cansarán de hablar y no podrán decir más, pero no se sacia el ojo de ver ni el oído de oír".1".'
LA CONCIENCIA DEL OBJETO Y LA CONCIENCIA DEL ESPACIO
La vida de la mayoría de las personas está atestada de cosas: cosas materiales, cosas por hacer, cosas en qué pensar. Es una vida parecida a la historia de la humanidad, la cual Winston Churchill definió diciendo, "una maldita cosa tras otra". Sus mentes están atestadas de pensamientos, que se suceden uno tras otro sin parar. Esa es la dimensión de la conciencia del objeto, la cual constituye la realidad predominante de muchas personas y es la causante de tanto desequilibrio. A fin de que la cordura reine nuevamente en nuestro planeta, debemos equilibrar la conciencia del objeto con la conciencia del espacio. El surgimiento de la conciencia del espacio es la etapa siguiente en la evolución de la humanidad.
Tener conciencia del espacio significa que, además de tener conciencia de las cosas (que siempre se reducen a las percepciones sensoriales, los pensamientos y las emociones) hay un estado de alerta subyacente. Ese estado de alerta implica que no solamente somos conscientes de las cosas (los objetos) sino también del hecho de ser conscientes. Es eso que percibimos como una quietud despierta en el fondo mientras las cosas suceden en primer plano. Es una dimensión que está presente en todos nosotros, pero que pasa inadvertida para la mayoría de las personas. Algunas veces la señalo cuando pregunto, "¿Puede sentir su propia Presencia?"
La conciencia del espacio representa no solamente la liberación del ego, sino también del materialismo y la materialidad. Es la dimensión espiritual, la única capaz de imprimir trascendencia y un verdadero significado a este mundo.
La razón verdadera por la cual nos molestamos ante una situación, una persona o un suceso no está en la persona, la situación o el suceso, sino en haber perdido la perspectiva verdadera que solamente el espacio nos puede proporcionar. Quedamos atrapados en la conciencia del objeto y perdemos de vista el espacio interior atemporal de la conciencia misma. Cuando utilizamos como guía la frase También esto pasará, recuperamos la conciencia de esa dimensión interior.
Otra frase que nos señala la verdad interior es la siguiente: "nunca estoy disgustado por la razón que creo".2
CAER POR DEBAJO DEL PENSAMIENTO PARA ELEVARNOS POR ENCIMA DE ÉL
Cuando estamos muy cansados generalmente entramos en un estado de mayor reposo y tranquilidad de lo normal. Esto se debe a que los pensamientos se aquietan y dejamos de recordar ese yo problemático fabricado por la mente. Avanzamos hacia el sueño. El alcohol y ciertas drogas (siempre y cuando no activen el cuerpo del dolor), nos hacen sentir más relajados, despreocupados y quizá más llenos de vida durante un tiempo. Podemos comenzar a cantar y a bailar, manifestando esas expresiones características de la alegría de vivir desde tiempos remotos. Al aligerarse el peso de la mente podemos vislumbrar la alegría de Ser. Quizás esta es la razón por la cual se habla de "bebidas espirituosas". Pero el precio es elevado: la inconsciencia. En lugar de elevarnos por encima del pensamiento caemos por debajo de él. Con unos tragos de más retrocedemos al reino vegetal.
La conciencia del espacio no tiene nada que ver con las "lagunas" mentales. Aunque los dos estados tienen en común el hecho de estar más allá del pensamiento, hay una diferencia fundamental entre los dos. En el primero, nos elevamos por encima del pensamiento mientras que en el segundo caemos por debajo de él. El uno es el paso siguiente en la evolución de la conciencia humana y el otro es un retroceso hacia un estado del cual salimos hace millones de años.
LA TELEVISIÓN
Ver televisión es la actividad (o más bien la inactividad) de esparcimiento predilecta de millones de personas del mundo entero. Al cumplir los 60 años, el estadounidense común habrá pasado 15 años de su vida delante de la pantalla del televisor, y las cifras de otros países son semejantes.
Para muchas personas, la televisión es "relajante". Si observamos atentamente, nos damos cuenta de que mientras más tiempo mantenemos la atención enfocada en la pantalla, más se suspende la actividad del pensamiento y más tiempo pasamos viendo solamente la entrevista, el programa de juego, la comedia o hasta los comerciales sin generar un solo pensamiento. No solamente olvidamos por completo nuestros problemas, sino que nos liberamos de nosotros mismos transitoriamente. ¿Qué podría ser más relajante que eso?
¿Entonces es la televisión un medio para crear espacio interior? ¿Nos ayuda a estar presentes? Desafortunadamente no es así. Si bien la mente suspende su actividad durante períodos prolongados de tiempo, se conecta con la actividad mental del programa de televisión. Se conecta con la versión televisada de la mente colectiva y entra a pensar esos pensamientos. La mente está inactiva únicamente en el sentido de no generar sus propios pensamientos. Sin embargo, está absorbiendo continuamente los pensamientos y las imágenes provenientes de la televisión. Esto induce una especie de estado de trance y mayor susceptibilidad, parecido al de la hipnosis. Es por eso que es ideal para manipular "la opinión pública", como lo saben bien los políticos, los grupos de interés y los anunciantes. Es por eso que pagan millones de dólares para sorprendernos inermes en ese estado de receptividad. Buscan reemplazar nuestros pensamientos por los de ellos, y por lo general lo logran.
Así, mientras vemos televisión, la tendencia es a caer por debajo del pensamiento en lugar de elevarnos por encima de él.
En esto, la televisión se parece al alcohol y a ciertas drogas. Si bien nos libera transitoriamente del yugo de la mente, el precio también es alto: la inconsciencia. Lo mismo que las drogas, la televisión tiene una cualidad adictiva grande. Tomamos el control para apagar el aparato y en lugar de hacerlo comenzamos a repasar todos los canales. Media hora o una hora después todavía estamos viendo y recorriendo los canales. Es como si el botón de apagado fuera el único que el dedo no logra oprimir. Continuamos pegados al aparato no porque algo interesante atrae nuestra atención, sino precisamente porque no hay nada interesante para ver. Una vez atrapados, mientras más trivial y más sin sentido, más adictiva se vuelve. Si fuera interesante y desafiara el intelecto, llevaría a la mente a pensar nuevamente, lo cual sería más consciente y preferible a un trance inducido por un aparato. Entonces las imágenes de la pantalla no mantendrían totalmente cautiva nuestra atención.